‘Pecho Frío’, la sátira peruana de Jaime Bayly

Pecho Frío. Jaime Bayly. Alfaguara

Satírico, impúdico, desvergonzado, hilarante, tragicómico y genial. Pecho Frío es la última novela de Jaime Bayly y pone el Perú patas arriba. O de patas abiertas, o a cuatro patas, porque los personajes de Pecho Frío son contorsionistas en la hoguera de las vanidades. Aquí no hay personajes tibios, todos son excesivos.

Personajes de vida exagerada, como diría Bryce Echenique, que es uno de los autores de referencia de Bayly. Hay otros en esta novela genial, trepidante, efervescente. Digo autores a los que puede remitir esta prosa festivalera y loca: Manuel Puig, o Reinaldo Arenas. Todos sí, del universo homosexual.

Pecho Frío es un empleado bancario, un pringado de vida anodina, sometido por sus jefes, casado en matrimonio convencional con una beata, Culo Fino, profesora de religión en un colegio católico. En su vida no pasa nada. No quieren que pase nada. Hasta que un aciago día Pecho Frío asiste como parte del público al programa estelar de la tarde en la televisión peruana, presentado por «el presentador mejor pagado de la televisión»: Mama Güevos. La vida de Pecho Frío da un giro en el momento en que acepta dar un beso en la boca al presentador para ganarse un viaje a un hotel de lujo en la costa. A partir del beso, la vida de Pecho entra en una pendiente en la que es arrastrado a la desgracia: pierde su trabajo, sus amigos le dan la espalda, su mujer lo abofetea, su suegra lo desprecia. Pero encuentra la fama: le piden fotos por la calle, y el «colectivo» gay le ofrece ser su estrella rutilante, su hombre testimonio, su víctima más célebre.

Ritmo vertiginoso

Pecho frío
Pecho Frío

La novela se sostiene sobre un ritmo vertiginoso, como una pirueta en el aire que se ejecuta íntegra gracias a la velocidad inicial. Pecho Frío es un personaje arrastrado por los acontecimientos y por las reacciones de su entorno a un hecho, el beso, accidental. Como en un folletín, la trama va poniendo en el teatro peruano a jueces (corruptos), periodistas (desvergonzados) y políticos (indecentes). Como apunta el narrador casi al final de la novela, «el Perú era un país de opereta, carnavalesco, chiflado: un manicomio, una casa de orates, lunáticos y dementes: una cantina, un meretricio, un cabaret».

Bayly escribe con ritmo de show de televisión: nunca te aburres. Su prosa es brillante, de efectos rápidos. Su lenguaje rico de vocablos y de registros. Domina el lenguaje alto y el popular. Se mueve con soltura en el chiste ácido y en la caricatura: «recordó lo que siempre le decía su amigo Boca Chueca, cuando tomaban unos tragos y hablaban de política, fútbol y mujeres: el Perú, hermanito, es un país africano, con la desventaja de que acá las hembras no andan con las tetas al aire». En ese Perú, Pecho Frío llegará a ser el presidente de los gays, y lanzará su carrera política con una definición personal que preside su página de Facebook: «Homosexual. Activo. Defensor de los Derechos Humanos. Demócrata probado. Admirador del Papa Che Boludo. Extesorero del Movimiento homosexual. Soñador. Hincha de la U. Amante del cebiche, la leche de tigre, el tamal y el chancho al palo. Amigo personal de Pelele Lelo. Defensor del Matrimonio Igualitario Gay.»

Una escatología quevedesca

Dos detalles más. El primero es la capacidad de nombrar a sus personajes con motes. La amante bielorrusa de Pecho se llama Paja Rica. Sus amigos homosexuales Lengua Larga y Poto Roto. Su ex novia Come Echada. El otro punto es la escatología, quevedesca, de algunos de los pasajes, como este en el que Come Echada va al baño del restaurante donde tiene cita con Pecho Frío: «El lavabo estaba al lado de la mesa donde Pecho Frío se había parapetado, de espaldas a los comensales, para que no lo reconocieran. Come Echada caminó pocos pasos, entró en los servicios higiénicos y cerró la puerta con llave. Pero el baño estaba cerca de la mesa que ocupaban, y entonces Pecho Frío, muy a su pesar, se vio obligado a escuchar un estrépito de flatulencias pedregosas, un estruendo brutal de ventosidades que parecían salir de la boca misma del infierno, un estallido de gases que parecían bombas de ricino. Esta Come Echada es una chancha asquerosa, pensó, y se tapó los oídos con las manos, pero fue en vano, porque la descarga ruidosa no cesó….»

Bayly no deja títere vivo, porque en su novela todos son títeres salvo algún poderoso. El resultado es más que notable. Es cierto que hay irreverencias que a algunos pueden molestar, pero la sátira tienes estas reglas. Lo que les aseguro es que devorarán este relato de prosa chispeante y osada, y reirán hasta la última línea. Justo hasta antes de la última línea, porque en ese final está la tragedia.

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