Para la sed, vivimos

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para la sed vivimos

No hay vuelta de hoja, ni excusa que valga. Para la sed vivimos, afortunadamente. Y es este el motor que nos levanta cada mañana, a pesar de que tantas veces nos sintamos satisfechos y otras  con el cargador de energía a medio gas.

Ya no recordamos, por distracción, nada de ayer, nada de esta mañana y de la fuga del espejo, de la casa, del sueño, del trabajo. Apenas miramos los detalles, más allá del último escándalo hasta bien entrado el día y hay que comer, hablar con alguien, cocinar o cualquiera de esas labores tan dignas de hacerse porque son humanas y en lo humano siempre hay algo de la belleza que a todos nos coge pensando en terminar cuanto antes. Así somos  y seguimos adelante, sin parar nunca, con ese combustible misterioso que no necesita repostaje.

Unos pintan, otros escriben, otros teclean pianos, pulsan cuerdas, acarician instrumentos que no terminan de agotar la melodía que el corazón tararea y que las manos se ven incapacitadas de reproducir en su totalidad, porque no hay fondo ni fin para esa sed. Pero imagine que viniéramos al mundo sabiendo todas las notas, todos los matices, todas las músicas posibles, todas las técnicas interpretativas, hasta agotar por completo la Música y que ya no hubiera nada nuevo que escuchar, nada que practicar, nada que mereciera la pena tocar porque ya lo sabemos todo de todos y cada uno de los compositores e intérpretes de la Historia.

Imaginen que sucede igual con todas las disciplinas y que ya, llegado a cierto punto -que ya es mucho imaginar- conociera todo lo que en realidad ni imaginan que existe y que se puede agotar la inmensidad de lo Inmenso con todas sus proporciones, sus ángulos, sus aristas, sus lados, esquinas, profundidad y sentido.  ¿No sería aburrido saberlo todo? Piénsense así, con toda la vida sabida, recogida en su cabeza…

De ser así, les advierto que no podrían ya levantarse de la cama, si es que caben en ella de tanto conocimiento adquirido, de tanto infinito como albergarían en su grandiosa cabeza. Haría falta una grúa aún desconocida, excepto por ustedes, que ya saben todo, y ordenarían construirla para poder ir a la cátedra erigida exclusivamente para personas que han ido y vuelto de todos los misterios y recoja todos los doctorados habidos y por haber en Ciencias y en Letras.

Imagínense así, un día y otro; con el peso de todas las respuestas, todas las formulaciones, todas las incógnitas desveladas para sentarse, empedernidamente solo; empedernidamente resabiado en su sillón de catedrático del infinito aunque, en el fondo, intuya que cada segundo que pasa necesita- por carencia- saber qué hay dentro del espacio y del tiempo que, irreverentes, se expanden sin su consentimiento, porque ya lo sabe todo excepto algo-no sabe qué- que nunca es capaz de aprehender con su mente y que se le escapa como pececillos escurridizos en el agua.  Y hablando de agua, dijimos al principio que vivíamos para la sed, como dice el genio poético de Osvaldo Pol:

“Vive para la sed

todo viviente,

escrutando el momento y los enigmas.

Sabiéndose situado en el engaño

y en la fecundidad que otorga el sueño…”

Y para la satisfacción absoluta respiramos. Si no fuera por ella; por su inquebrantable fuerza, nos creeríamos diosecillos dueños del futuro, bostezantes ídolos de nosotros mismos; capaces de callar a los oráculos, a las sibilas y a las musas porque ya sabemos su respuesta. Nos reiríamos de las culturas que nos preceden, de los profetas de Israel, de los budistas, de los filósofos, de los teólogos, de los primeros cuya sed les llevó a descifrar la silueta de algunos conjuntos de estrellas.

Nos reiríamos, como lo hacemos, de miles de generaciones que han transitado la poesía, la prosa, la fábula, el cuento para explicar la oscuridad del mundo hasta que nosotros, contemporáneos sabiondos de nuestra soledad, decidimos que el final y el principio de todo se puede consignar en una enciclopedia y que incluso el amor; el amor que se nos escapa por alguien sin saber por qué, también puede reducirse a una fórmula…

Pues no. Despierten ya de la ebriedad del sueño racionalista y de mi breve cuentecillo. Porque apenas sabemos nada y cada vez sabemos menos, desde que hemos reducido la sabiduría a información, a datos inconexos, desgajados de un origen y de una conveniente contemplación, admiración, reflexión y relación de los conocimientos particulares con el Todo.

Por finalizar y porque ya es tarde para fabulaciones que agoten el conocimiento, hay unas páginas del Antiguo Testamento infinitamente conmovedoras, pero que nadie sabe leer en su profundidad porque prefiere darle un significado moralista, preceptual o de libro de instrucciones para el consuelo. Se trata de un diálogo que la mayoría de lectores malinterpreta por hacerle ascos a la carne, con el hambre y la sed de ver, amar y tocar que tenemos…

En Éxodo 33, 17­-23; después de haber sido testigo de la salida de Egipto, de ver cómo Dios cuidó al Pueblo de Israel, a pesar de que éste se quejaba como un niño impaciente dentro de un coche y de entregarse a cualquier ídolo como hacemos todos de vez en cuando, con todo su deseo, con toda su sed, con todo su asombro, el pobre Moisés pide un imposible:

“¡Déjame ver tu gloria! y Yahvéh contesta:

—Voy a hacer pasar toda mi bondad delante de ti, y delante de ti pronunciaré mi nombre. Tendré misericordia de quien yo quiera, y tendré compasión también de quien yo quiera. Pero te aclaro que no podrás ver mi rostro, porque ningún hombre podrá verme y seguir viviendo. Y añadió: Mira, aquí junto a mí hay un lugar. Ponte de pie sobre la roca. Cuando pase mi gloria, te pondré en un hueco de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después quitaré mi mano, y podrás ver mis espaldas; pero mi rostro no debe ser visto”.

Y ante el extenso Éxodo mosaico, Dulce María Loynaz resume el acontecimiento en una breve maravilla lírica:

“¿Dónde estaba el Milagro?

¿En la vara de Moisés, el de la cabeza flamígera, o en aquella humilde, reseca piedra del desierto?

¿O estaba, desde antes, en la enfebrecida sed, capaz de fecundar arroyos en cada piedra del camino?

¿Dónde estaba el Milagro, la gracia discernida?

Estaba en todo esto, pero junto: en la fusión de sed con piedra y cielo, porque la roca sin vara de Moisés sólo era una roca más y la vara de Moisés sin gente terca, miserable y sedienta, sólo hubiera sido la vara de un prestidigitador que divierte sin remediar, sin salvar nada.

Alguna vez hemos vivido sin milagros; pero no sé, la verdad, no sé cómo podría vivir el Milagro sin nosotros.”

¿Comprenden nuestra sed? ¿Comprenden que no se puede vivir sin ella? Lean el Éxodo entero con alguna cantimplora porque hay mucho desierto. Verán que es una lectura de lo más actual. Y tal vez -tal vez- esa mano candorosa de un Dios con su criatura, esa espalda gigante que se echó a los hombros a sus hijos, les recuerde a otro rostro más contemporáneo que sí se dejó ver, tocar, besar  y matar. Pero, a su sed, humildad y libertad, lo dejo.

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