Sí, sí que cuesta. No sólo por el dolor persistente de recibir un golpe tras otro en el mismo sitio y por parte de los imperios a los que nos entregamos con frenesí desmemoriado, sino porque en cada golpe se nos despeina la melena y las patillas; y, por momentos, se nos queda esa cara de “no verlas venir” porque el castigo nos lo ha infringido una mano amiga, mientras nos pasaba la otra por el lomo. Pero no aprendemos…y ya les dije que leyeran el Éxodo, pero nada…
Quizá deberíamos pasarnos una temporada de Ramadán y cimitarra en contra del silencio de Jesús que, cuando más podría haberse mostrado como lo que era, prefirió guardar silencio y revelarse -de revelación- de una manera que al humilde observador, lo dejará sobrecogido. Sin embargo, a los cristianos les hace, a diario, apostatar de un criterio que, por lo visto, no compartimos del todo con el Señor. Porque, a la hora de callar, solemos salir un tanto respondones, reactivos, reaccionarios, vengativos y todas las leyes de la causa-efecto que se nos ocurran como, por ejemplo, la muy judaica ley del talión multiplicada por siete veces, siete, el “ojo por ojo; diente por diente” o la animalizada práctica de la lapidación pública por parte de seres puros y en horarios televisivos de asustar a las madres.
Tan tentadora es la reactividad que la venganza de toda índole y servida con el plato frío puede hacer que nos juntemos con la chusma de la peor calaña. Y para muestra, no un guantazo, sino un botón bien cosido tras otro y sin tener que remontarnos a los “hijos del trueno”; mote cariñoso que les puso Jesús a Santiago y a Juan, hijos del Zebedeo por su querencia a los modos más expeditivos y sus ganas de hacer arder ciudades como Samaria, al mínimo gesto de incomprensión hacia su Maestro (Lucas 9). Como comprobarán, el evangelio, leído sin contemplaciones piadosas, puede ser un espejo tan hipernaturalista como la vida misma o como una secuela de Viernes 13, por no citar otros largometrajes más burdos y contemporáneos.
Tampoco hace falta remontarse al Constantinismo y su regulación por decreto ley de un cristianismo estatal para todos, como si la fe cristiana fuera un vulgar colectivismo con el que comulgar, aunque sea una rueda de molino, y tal elevación a religión oficial vaya en contra de su propia naturaleza de gracia recibida y no impuesta, ya que si algo deja claro Jesús, para quien quiera acercarse con verdadero interés a él, es que la libertad personal y el albedrío rigen sobre su voluntad. Porque, pensando, pero pensando en serio, ¿quién querría ser amado por obligación? ¿Quién preferiría a esclavos en vez de a amigos? ¿Quién podría dar su vida por una ley exenta de amor? ¿Volvemos, entonces, al nacionalcatolicismo? ¿A un papado con cruz y espada?
No, mejor que no. Dejemos la fe cristiana como está y dejemos a Jesús ser Jesús que, por aquella época no se había inventado la lucha de clases como excusa para dar rienda suelta a las pasiones más bajas, ni necesitó ayudas del Estado ni Guardia pretoriana, excepto para subir al madero.
Y si seguimos con botones de muestra, ¿qué demuestran todos los días los políticos, sino una dialéctica ocupación de la Moncloa a través de una religiosidad piadosamente laica? ¿En qué fundamentan sus promesas cuasi veterotestamentarias de una tierra en la que mana leche, miel e impuestos al consumo lácteo, alcohólico, de combustible para el camello (no piensen mal)? ¿En qué se ha fundamentado el discurso político, sino en una atribución celestial de las bienaventuranzas para amigos, asesores, pelotas y enchufados varios que empezaron de escribas en la sinagoga y ahora son más papistas que el Papa, o más estalinistas que Carrillo? ¿Qué es la desmesurada corrección política, sino una constante ablución de apariencias y preceptos farisaicos?
¿De verdad creen que un partido político, una dictadura o un sindios ácrata pueden reproducir la dicha que muestran los evangelios? ¿Puede la política reproducir las causas y los efectos de una sana religiosidad? ¿Puede la política extirpar el mal del hombre, su corrupción intrínseca, su desvarío elemental, su querencia a tirarse al monte? ¿Puede, en definitiva, intercambiarse el canon bíblico por el BOE? Yo no lo creo…y creo, más bien, que ha acontecido una dejación de responsabilidades por parte de los cristianos, que equivocando su fe por voluntarismo espiritual, han terminado concediendo a la política humana el derecho a ser abofeteados, y con razón, por un aparente aliado que usa a conveniencia el discurso para atraer el voto piadoso, levantando un poco el rosario.
Cuanto antes nos demos cuenta de este error teológico-fideísta, antes seremos liberados de bofetones electorales, esclavitudes, promesas infantiles y sumisiones al César de turno. Por mi parte, y es sólo mi opinión, prefiero un ateo públicamente ateo, religiosamente ateo, furibundamente ateo, que administre bien un país y pague sus vicios de su propio bolsillo, que un beatífico cristiano que gasta a manos llenas en Amazon lo que nos pertenece a todos porque -dice- , el caradura, que el dinero no da la felicidad. Claro, con el taco lleno de billetes ajenos en el bolsillo, se duerme de maravilla. Otra cosa bien distinta es ir a la cama sin saber con qué llenarás la nevera al día siguiente. Y cuídense, háganme el favor, de los autoproclamados ‘espirituales’ mesías ibéricos, en eterna proclamación electoral de su evangelio, a diestra y siniestra; que tienden a vivir de los demás y a comerse la ración de tapas, sin mancharse las manos y sin pagar un euro. Quién tenga entendederas, sabrá a qué me refiero.