La verdad y nada más que la verdad

Me niego a secundar a los cursis que han claudicado ante la expresión ‘postverdad’. No sólo porque – bien pensada- es una vacuidad epatante, como la mayoría de las sentencias de intelectuales de salón que aposentan su cachaza en la opinión generalista  sino porque, precisamente ahora, hay un rumor creciente que se impone en todos los estratos: desde los corruptos anónimos hasta las ratas de alcantarilla, por llevarse al gaznate un trozo de esa verdad que creen haber encontrado. Y quieren que sea verdad. Y verdad de la buena.

Nunca hubo tantos sedientos de verdad como ahora; de conocer la verdad, de verdad; de ir al fondo de ella; de destapar cloacas, de levantar alfombras, de hacer limpieza, de indignarse por la suciedad que parece amontonarse en las esquinas de los poderes. A todo el mundo le ha dado por querer saber y saber de verdad; no las medias tintas virtuales que acaben olvidándose al día siguiente con otro escándalo de verdad; de los gordos; de los que no se pueden callar o disimular en las cuentas. Porque, a ver; por muy corrupta que sea una persona con pene o vagina, o lo que tenga entre las piernas, si la han prometido una mordida, o un sobre de euros, o una fiesta con bacantes desaforados o desaforadas, quiere lo prometido, y quiere la verdad, aunque esta hieda a podredumbre y a mangancia supina.

Porque, seamos sinceros; por muy ladrones que seamos los bandoleros. Por muy malos que seamos los narcotraficantes, por muy sicarios o blanqueadores de bienes en negro que podamos llegar a ser, no hay más que echarse una peli de Scorsese con algún DeNiro para comprobar lo nerviosa que se pone el hampa cuando la mienten, o cuando los billetes son falsos, o cuando –yo que sé– aparece un cuerpo en el maletero y hay que llamar a un ‘señor Lobo’ de Tarantino para limpiar el rastro de sangre. Y lo último que quiere escuchar ese ‘señor Lobo’ es una mentira…

Así que, sí. La maldad no nos condiciona para ir al fondo de las cosas, aunque haya que torturar y echar en los viejos muelles a un informante con los zapatos bien cargados de cemento, o meter la cabeza de un hombre en la jaula de una rata orwelliana para medir hasta dónde aguanta con dignidad, frente a su gran miedo, un hombre entregado al poder.

Por eso, y porque la postverdad es mentira, mientras no suceda en el espacio temporal, la persona vive para saberlo todo, para escudriñarlo todo, para desvelarlo todo. Y mientras haya una puerta sin abrir, su curiosidad no cejará hasta descubrir qué se esconde tras ella.

No en vano, y ya llego a nuestro acostumbrado sosiego poético –ya que la poesía es la carne real y concreta de la Filosofía– Blas de Otero desespera como ningún otro, aullando para encontrar eso que busca…:

 “Desesperadamente busco y busco
un algo, qué sé yo qué, misterioso,
capaz de comprender esta agonía
que me hiela, no sé con qué, los ojos (…).

Desesperadamente, despertando
sombras que yacen, muertos que conozco,
simas de sueño, busco y busco un algo,
qué sé yo dónde, si supieseis cómo.

A veces, me figuro que ya siento,
qué sé yo qué, que lo alzo ya y lo toco,
que tiene corazón y que está vivo,
no sé en qué sangre o red, como un pez rojo.

Desesperadamente, le retengo,
cierro el puño, apretando el aire sólo…
Desesperadamente, sigo y sigo
buscando, sin saber por qué, en lo hondo…”

…y ahí sigueagónico, verso tras verso, en este poema llamado  Igual que vosotros. Y como nosotros, y como Blas de Otero, también don Antonio Machado busca la verdad, pero no una cualquiera; no una interesada; no una media micra de postmentira que procure un puesto en la Administración, sino su celebérrima y enternecida sentencia de Proverbios y cantares: “¿Tu verdad?  No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”

Sentencia que todo hombre humilde debería tatuarse en el pecho y que debería grabarse en las puertas de los periódicos, en las radios, en los portales de Génova a Ferraz, pasando por Las Ramblas, Lavapiés o distrito de Moncloa; frente a todas las señorías y señoríos que se guardan algún dato, algún mensaje, algún audio para cuando suba la mordida…y a ver quién da más.

Por terminar diciendo la verdad, y corríjanme si me equivoco, uno de los síntomas de la mentira es su capacidad de división y, por tanto, de enfrentamiento. De hecho, todo mentiroso emponzoña y, de hecho, aunque creamos haber alcanzado la verdad total y redonda, no hay más prueba que la bendita inquietud generalizada por hallar qué, cómo, cuándo, la piedra de bóveda, el centro del mundo, la raíz del Todo. Y una vez que estemos ahí, si es posible tal translación física al misterio del mundo, con certeza alcanzaremos la paz, pero juntos, divinamente democráticos, porque somos carnales y aún no gobiernan los ángeles, aunque alguno crea que su candidato es incorruptible y así lo hace saber…

En fin; queremos saber la verdad, aunque seamos corruptos. La verdad que anhelaba Blas de Otero, la compartida por Machado…o la de un judío que fue crucificado por decir de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” Quienes lo asesinaron, no querían que se propagase la encarnación de la verdad profética; que ahí está para los ojos limpios y para los humildes de corazón que aman más los hechos que sus excusas. Quien lo prueba, lo sabe y no trata de convencer a nadie. Se ve en sus ojos, en su modo de acoger a cualquiera; en la capacidad de ser abofeteado; en la entrega de sí mismo a los demás por un amor indescriptible que, por supuesto, no se enfrenta ni se enemista con nadie. Si acaso, lo matan “como cordero llevado al matadero”, pero nunca podrá mentir, o contar un relato para llenar la bolsa.

Para todo lo demás, ya les dejo con la morralla de la sección de corazón y política, que da mucho dinero en publicidad, pero enzarza a los españoles por una moral propia del enorgullecido ángel caído: el gran acusador.

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