Cuando supe que volvía la saga Jurassic con un supuesto “renacimiento” —Rebirth, que suena a resurrección de barbacoa— pensé: “Por favor, que esta vez sí valga la pena”. La buena noticia: esta nueva entrega logra un equilibrio inesperado entre homenaje generacional, acción pulp y cierto sentido de propósito, aunque no sea filosofía profunda.
El mayor acierto de Jurassic World: el renacer, dirigida por Gareth Edwards es entender que el público no pide más CGI hortera ni hybridazos descontrolados, sino emoción genuina y estupor palpable. David Koepp, guionista de Jurassic Park y The Lost World, regresa al mundo que él mismo ayudó a construir. Aquí no hay dinosaurios patinando, sino un deseo consciente de reconectar con lo que nos puso la piel de gallina hace más de treinta años. El propio Steven Spielberg reaparece como figura espiritual, ejerciendo de padrino invisible, aunque sin figurar oficialmente como productor principal.

Rodaje en entornos naturales: la clave del realismo
Para que el suspense tuviera una textura real, Edwards rompió el protocolo habitual de Hollywood. Gran parte de la película se rodó en selvas de Tailandia infestadas de serpientes y arañas, un detalle que el director prefirió mantener en secreto para no meter miedo al reparto. También viajaron a Malta para capturar secuencias marítimas y a Londres, donde el Painted Hall sirvió de escenario al laboratorio de genética. Incluso se sembró pasto auténtico en algunas localizaciones de Reino Unido con el único objetivo de recuperar la densidad visual que se perdió en las secuelas anteriores. Todo este despliegue tenía un propósito: recrear el asombro físico del cine de aventuras de los años noventa y alejar la saga del aspecto digital excesivo que saturó Dominion.
Nuevos dinosaurios y referencias al clásico
La película no se conforma con rescatar al T-rex y los velociraptores. Regresan viejos conocidos y aparecen criaturas nuevas, como el Spinosaurus, rediseñado con criterios paleontológicos recientes que lo muestran más voluminoso y semiacuático, y el Distortus rex, un híbrido que parece un cruce entre un Alien de Giger y un rancor de Star Wars. Entre las incorporaciones más delirantes se encuentran los Mutadon, pterosaurios mutantes nacidos de una ocurrencia de Koepp tras contemplar un murciélago colgado de un dron de iluminación. La cinta también recupera una secuencia mítica de la novela de Michael Crichton, la persecución fluvial con el T-rex, descartada en 1993 por motivos presupuestarios y ahora rodada con un despliegue técnico deslumbrante.
Homenajes y guiños al fan veterano
Si hay algo que El renacer hace bien es mimar al espectador que lleva décadas soñando con estos animales prehistóricos. El arranque recuerda la tensión de la apertura de Jurassic Park, con una invasión de criaturas en un puesto de vigilancia. El momento de la balsa recupera el espíritu aventurero de la novela original. La primera aparición del braquiosaurio recrea la misma mezcla de asombro y pavor que sintieron Grant y Sattler en 1993. La escena de la tienda de campaña, donde un Mutadon acecha con sigilo, es un homenaje directo a los raptors en la cocina. Incluso el truco de la bengala para despistar al depredador evoca a Ian Malcolm y su icónico brazo vendado. Por si alguien dudaba, Edwards confirmó que la mayor parte de estas ideas surgieron durante el rodaje, impulsadas por la nostalgia común del equipo creativo.
Un reparto sólido que sostiene la emoción
El reparto principal refuerza la credibilidad de esta nueva entrega. Scarlett Johansson encarna a Zora Bennett, una exmilitar con aires de Clint Eastwood en versión Tarzán, capaz de equilibrar rudeza y vulnerabilidad sin caer en la caricatura. La propia actriz confesó que este personaje era un sueño que llevaba quince años esperando interpretar. Jonathan Bailey interpreta al paleontólogo Henry Loomis, un científico clásico con un pasado personal que actúa como ancla emocional de la historia y se convierte en la figura que más recuerda a Sam Neill en su rol original. Mahershala Ali da vida al doctor Duncan Kincaid, un genetista de moral ambigua cuya evolución es probablemente el aspecto más interesante de la trama. Gracias a ellos, la película logra mantener la tensión y aportar un mínimo de humanidad al espectáculo.
Una banda sonora que mezcla nostalgia y modernidad
La música de Alexandre Desplat, grabada en Abbey Road con más de cien músicos, es uno de los elementos más cuidados. Desplat retoma de forma sutil el tema de John Williams que definió la saga en los años noventa, pero introduce variaciones y texturas que actualizan su sonoridad. El resultado es una partitura que acompaña la aventura con respeto por el legado sin caer en la imitación mecánica.
Virtudes y carencias de Jurassic World: Rebirth
La película tiene méritos que conviene destacar. La apuesta por escenarios naturales le da un realismo perdido en entregas anteriores. La acción es más clara y menos ruidosa, el suspense funciona sin necesidad de sobresaltos gratuitos, y el clímax respeta el espíritu de las aventuras clásicas. También logra un equilibrio entre la nostalgia y el entretenimiento contemporáneo que no resulta forzado. Sin embargo, arrastra algunos defectos previsibles: la trama del suero milagroso extraído del ADN jurásico es un McGuffin tan evidente que apenas logra sostener la historia. Los personajes secundarios son superficiales y el monstruo híbrido que culmina la acción parece un capricho más orientado al merchandising que al desarrollo dramático.
Comparativa con otras entregas de la saga
Si se compara con el original de Spielberg, esta película carece de la innovación formal y del asombro genuino que hicieron de Jurassic Park un clásico absoluto. Sin embargo, frente al resto de secuelas, Rebirth destaca por su honestidad y por el esfuerzo evidente de recuperar el equilibrio entre entretenimiento y respeto por el público. Es un blockbuster que no pretende disfrazarse de ensayo sobre bioética y que sabe hasta dónde puede llegar sin perder coherencia.
Opiniones de la crítica y del público
La recepción crítica refleja ese equilibrio. GQ la calificó como “la primera buena película de Jurassic en años”, celebrando su capacidad para recuperar la esencia del mito. En cambio, Vanity Fair escribió que “la película no está segura de por qué existe”, aunque reconoció su impecable factura visual. El Houston Chronicle resumió su propuesta con una frase que combina ironía y resignación: “Más de lo mismo, pero al menos bien presentado”. Entre el público, las valoraciones son mayoritariamente positivas: en Rotten Tomatoes se describe como “una montaña rusa conocida que todavía provoca cosquillas en el estómago”.
Conclusión: un renacer digno para una saga histórica
¿Vale la pena verla? Si creciste con el rugido del T-rex, esta entrega te ofrecerá un retorno respetuoso y entretenido. Su mayor virtud es la honestidad: no pretende disfrazarse de otra cosa que no sea un espectáculo veraniego bien hecho. ¿Aporta algo nuevo al cine como arte? No especialmente. Pero en un panorama saturado de franquicias que se agotan sin pudor, Jurassic World: Rebirth destaca por su dignidad. No deja la sensación de fraude ni de oportunismo extremo, sino la de un cierre decoroso que recuerda por qué nos enamoramos de los dinosaurios en primer lugar.