Hoy mi homenaje es para Arturo Fernández, un actor que murió la semana pasada. Y ese homenaje se lo dedico como artista y persona, independientemente de su ideología política… era de derechas y mucho, pero también sentí profundamente la pérdida de Paco Rabal, comunista y ateo. Por cierto, los dos trabajaron juntos en Truhanes y los dos manifestaron su mutuo respeto, cariño y admiración. Protagonizó algunas producciones cinematográficas, sobre todo en la época de los sesenta y setenta , trabajos como actor principal o secundario, sin pretensiones, como era el cine de aquella época, recordemos títulos como La tonta del bote, junto a Lina Morgan.
En los últimos años, rodó sólo una película: Desde que amanece apetece.Un título bastante revelador y que de hecho no tuvo gran éxito. Pero su medio natural era el teatro. Hace varios meses que tuvo que dejar la gira de su obra Alta Seducción, su salud ya resentida desde hace tiempo no le permitió continuar en el escenario.
Se va uno de los más grandes, un ejemplo de coherencia profesional y humana
Muchos han querido sumarse a este homenaje, como Concha Velasco, socialista de corazón y de intención, que ha tenido tras su muerte palabras de agradecimiento y de recuerdo hacia su persona, alabando su valentía y su coherencia personal y profesional.Todo un ejemplo para aquellos que ante la muerte de un ser humano han llenado las redes sociales de insultos y de descalificativos.
Siempre la política como arma arrojadiza, deberíamos fijarnos más en las personas y no en sus ideas. Mi madre le adoraba. La llevé al teatro en Valladolid. Vimos juntas Alta seducción , al finalizar la función quiso saludarle y esperamos a que saliera. Todavía recuerdo su elegancia, delicadeza y caballerosidad. Con infinita paciencia le atendió y se despidió de ella besándole la mano. Mi madre, emocionada, le reiteró su admiración y lo guapo que era. «Señora, y lo sigo siendo», le respondió entre risas con ese inevitable narcisismo que él fomentaba con toda la intención para reirse de sí mismo y hacer reír a los demás. Quizá excesivo, quizá muy artificial para casi todos, incluso rozando el ridículo.
Mi madre, emocionada, le dijo a Arturo Fernández al final de una función en Valladolid que era muy guapo, y él le contestó entre risas que lo seguía siendo
Yo vi a un señor, a un auténtico caballero, de los que ya no existen, de aquellos que abren la puerta a una dama y la dejan pasar, de los que invitan a una cena y se alzan de la silla cuando una mujer se levanta de la mesa. Hablo de galantería. Y no es cuestión de feminismo ni de machismo… es cuestión de elegancia. De algo que ya no existe, de clase.
No sé si entre todos, unos y otros hemos acabado con el maravilloso acto de la seducción, del cortejo, pero Arturo Fernández era un maestro en esta materia. Vivió a su manera, fue fiel a sí mismo, no escondió ni lo que pensaba ni lo que sentía. Fue uno de los pocos empresarios de teatro que jamás solicitó subvenciones.
Fue un actor que amó su profesión como nadie, como Rabal, como Rodero, como Antonio Ferrandis, Paco Valladares y tantos otros… De la vieja escuela, seres humanos, personas, al fin de al cabo.
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