Clavarse las uñas. Lucía Rodríguez. Fundación José Manuel Lara
Lucía Rodríguez, es una escritora nacida en 1982, que reside en Madrid, que ha pasado su infancia entre Málaga y Madrid, que estudió Derecho y Administración y Dirección de Empresas y que desde hace quince años se dedica al análisis económico y de la política fiscal. Esta es su primera novela con la que fue finalista del premio Felipe Trigo, un premio que publica la prestigiosa Fundación José Manuel Lara.
CLAVARSE LAS UÑAS es una novela sobre las relaciones paterno filiales, de una relación enfermiza y de cómo la narradora ha vivido esta situación en las distintas etapas de su vida.
La novela está dividida en setenta y cuatro capítulos repartidos en cuatro partes más un pequeño prólogo. Una novela con algunos aspectos de la propia biografía de la autora. Una novela en que la infancia es descrita fundamentalmente como un espacio y un tiempo doloroso. Pero, la narradora no acepta el papel de víctima y ya desde un primer momento se revela, por ejemplo, deseando la muerte del abusador, que no es otro que el padre, al cual no llama como tal, ya sea por no descubrir su identidad al lector o por otras razones. En cualquier caso, la narradora no justifica ni minimiza las acciones del padre, cosa que sí hace la madre, que, a pesar de estar divorciada, defiende su rol de padre. Esta cuestión de presentarse o no como víctima es algo importante, y aquí, y yo creo que es la grandeza del libro, desde un inicio la víctima se prepara para dejar de serlo. Son muchos pequeños detalles a lo largo de la novela que van en esta dirección, detalles que implican una gran inteligencia compositiva.
La narradora, inicialmente, es una niña asustada, pero que busca, ante todo, ser querida. Una niña que vive aterrorizada por la actitud de exigencia del padre. El miedo a no hacer las cosas bien y con ello justificar el que no se la quiera, el que no se le dé lo que ella espera, que no es otra cosa que el cariño de un padre, un hombre muy exigente, intransigente hasta la testarudez.
CLAVARSE LAS UÑAS es una historia de dolor, pero también una historia de nostalgia hacia la infancia, ese tiempo pasado donde aparecen también buenos recuerdos. Es decir, no todo lo que tiene que ver con el pasado es terrible. La sombra del padre no ensucia todo el pasado.
Resaltar que los encuentros con el padre son en ocasiones graciosos porque tienen prácticamente el carácter de un intercambio de espías. Un hombre con un carácter claramente obsesivo. Pero no es solo una historia enfocada y dirigida exclusivamente a la relación con el padre, en realidad es como unas memorias sentimentales de una mujer que mira hacia el pasado, hacia su pasado, hacia el tiempo perdido: por ejemplo, cuenta sus primeras relaciones con los hombres.
Una historia que nos cuenta la relación con la madre, con el padre, con Tomás, la nueva pareja de la madre (tercera magistratura del estado, es decir, presidente del Congreso), poco con el hermanito, incluso con Reme, la vecina de la casa de Tomás a la que van de vacaciones.
Recalcar que la madre no deja de insistir a la hija lo gran padre que es el antagonista de la novela y la gran suerte que tiene la protagonista con ese padre culto, aunque a veces sea muy estricto, lo que llevará a la narradora culpar de toda su manera de ser negativa a esa infancia desdichada, a unos padres que no se querían.
Una historia que también sirve para recordar la genealogía familiar, por ejemplo, el abuelo materno que estuvo en la cárcel franquista.
Hay un aspecto gracioso en la novela que son las mentiras que se inventan la protagonista con la madre para hurtarle unos días de régimen de visitas al padre. Se inventan mentiras absolutamente estrambóticas, también debido al control férreo que desarrolla el padre.
Un personaje, el del padre, el padre sin nombre, muy novelesco, pues en un inicio aparece como alguien muy exigente, muy controlador, pero cuando esto se va manteniendo año tras año y llega hasta cuando la hija va a la universidad al extremo de que lleva un registro de absolutamente todo, realmente parece como un caso de psiquiátrico.
En la novela el padre tiene una amiga muy joven que acaba loca y el padre la abandona.
Unas relaciones paterno-filiales a veces paradójicas. Un personaje, el del padre, que, por un lado, la narradora desea que muera, pero por otro lado necesita del amor del padre y hace lo posible y lo imposible, por agradarle. Pero también en relación con la madre, con la cual tiene un vínculo fortísimo, también muestra en la universidad una rabia hacia ella. Así, a pesar que la relación con el padre es mala, sin embargo, cuando se pone enferma la abuela paterna va al hospital a verla, aunque habían decidido dejar de hablarse, y retoman la relación a pesar de que para ella es terriblemente fatigante, y, es importante, lo hace porque sigue deseando que su padre la quiera.
Curiosamente, la narradora, en lugar de convertirse a causa de esta presión en alguien desorganizado, desordenado, o volverse loca como la nueva pareja del padre, se convierte en el inicio de la vida adulta en algo así como en un elemento especular del padre, al menos en lo que tiene que ver con el mundo de la responsabilidad y en la organización del trabajo.
El personaje de la narradora es un personaje complejo puesto que, de clavarse las uñas al principio, un gesto que realiza a causa de la frustración que le produce la actitud del padre al que ni siquiera quiere darle ese título de padre, pasamos a que ese clavarse las uñas también le ocurre con los hijos. Al final, aunque quizás si naciera frente al miedo al padre, ese gesto se convierte en un gesto habitual para defenderse de las insatisfacciones.
Es una historia que parece que se va a orientar hacia la relación con un padre tóxico y sin embargo es más que eso, es la historia de la construcción de un personaje, de una mujer que tiene distintas aristas y distintas caras y eso es lo que hace realmente grande a la novela. El que no te da propiamente respuestas, sino que más bien te plantea preguntas. Creo que es sobre todo una novela para reflexionar sobre nuestras relaciones con los demás, con los padres, cuando nosotros somos padres y, sobre todo, en que debemos ser muy cuidadosos a la hora de juzgar a los demás, de juzgarnos a nosotros mismos, porque incluso con nosotros mismos, que tenemos toda la información, a veces hay circunstancias que hacen que no veamos las cosas con un color real. De modo que quizá que nos tomemos las cosas con un poco más de calma, que no pretendamos estar permanentemente juzgándolo todo.
El personaje sin nombre, el hombre, parece que sea una especie de Dios, algo así como un personaje que todo lo que hace la narradora lo percibe. Parece casi una creación de la narradora en forma de todo aquello que le da miedo. Un ser todopoderoso en el cual se reflejan todos los miedos de la narradora. Sin embargo, a través de la figura de la madre y de la figura del hermano, se desbaratan un tanto las explicaciones de la narradora, y en ello radica precisamente la maestría de la escritora a la hora de mostrarnos un personaje. Inicialmente nos hace creer que la narradora, que el antagonista, es de un modo cuando en realidad es de otro modo y, por tanto, también todas las cosas que nos parecían de un determinado modo, acabamos concluyendo que no eran exactamente de ese modo. Así que empezamos a dudar que el padre sea realmente un monstruo.
Con un estilo firme, efectivo y con un gran control del discurso narrativo, Lucía Rodríguez en ocasiones juega con alguna repetición para lograr un efecto más poderoso en aquello que cuenta. En definitiva, un libro propio de un escritor maduro, con numerosos juegos e interpretaciones que deberá resolver cada lector.
Recuerden este nombre: Lucía Rodríguez, una escritora que dará mucho que hablar.