Hay un tipo de tortura que se practica a diario en el mundo digital y que, a diferencia del potro medieval, no deja marcas visibles. Se trata de la lectura forzada de artículos diseñados para posicionar en Google, no para informar, entretener ni mucho menos deleitar. Solo páginas repletas de frases inconexas, redundantes y desprovistas de alma que, a base de repetir palabras clave, aspiran a engañar al algoritmo, al lector y al anunciante, que desperdicia mucha pasta.
Atrévete a leer uno de esos artículos pensados para SEO y descubrirás un mundo donde «las mejores zapatillas para correr en 2024» pueden convertirse en «las mejores zapatillas para correr en 2024”. La información real es accidental, un adorno prescindible. Lo importante es el clic, el tráfico y la monetización.
Pero no nos equivoquemos, esta epidemia de contenido insulso no es un accidente. Es una estrategia meticulosamente diseñada por muchos medios que han decidido que su supervivencia depende de complacer a los motores de búsqueda en lugar de a sus lectores. No importa si el texto lo ha escrito un becario de resaca, una inteligencia artificial con pocos datos o un bot que copia y pega sin criterio. Lo crucial es que las palabras clave aparezcan el número exacto de veces y en el orden correcto para que Google lo bendiga.
Las agencias de medios también tienen lo suyo. Son ellas las que presionan para que los artículos cumplan con las «métricas adecuadas», es decir, que tengan un CTR alto, un tiempo de permanencia decente y un rebote bajo. Todo esto sin importar que el contenido sea un insulto a la inteligencia del lector. Mientras tanto, los anunciantes pagan religiosamente por aparecer en este lodazal, sin pararse a pensar en cuánta pasta están tirando sin generar un solo impacto real en su audiencia deseada.
El resultado es desolador: una red saturada de textos que parecen redactados por analfabetos sin corrector. Artículos sin edición y sin un mínimo de respeto por el lenguaje ni por quienes intentamos leer sin que nos sangren los ojos. Contenidos que no informan, no entretienen, no aportan nada y que solo existen para alimentar una maquinaria que convierte la estupidez en dinero.
Lo irónico de todo esto es que, en este afán por engañar a Google, los medios que abrazan esta estrategia terminan por engañarse a sí mismos. Porque los que leemos no solemos ser tontos y, tarde o temprano, nos cansamos de encontrar basura cuando buscamos información. Y cuando nos vamos de un sitio, no volvemos.
Quizás sea hora de recordar que el periodismo debe aspirar a algo más que a sumar visitas. Quizás haya que volver a la idea de que un artículo está escrito para humanos, no para Google.