Las buenas películas clásicas tienen siempre una actualidad sorprendente. Eso sucede con ‘Matar a un ruiseñor’ (1962) de Robert Mulligan, en la que Gregory Peck interpreta magistralmente a un abogado que defiende a un negro acusado falsamente de acosar a una chica blanca. Lo de falsamente se va viendo en el progreso de la narración. El tema del acoso sexual tiene la propiedad de que es muy difícil saber quién dice la verdad y quién miente, porque suele ser un acto privado sin testigos, ni pruebas contundentes, como es en esta película, y por eso depende de la confianza que se le otorgue a uno o a otro de los dos protagonistas.
Los vecinos del pueblo en que sucede este acto se decantan enseguida por culpar al negro y salvar a la chica, porque tienen esa mentalidad de que los negros no pueden ser buenos y los blancos malos. Es la América rural profundamente enraizada en los tópicos que convierte en verdad cualquier cosa que coincida con sus planteamientos, opiniones y creencias, como vemos incluso ahora en la política de muchos países, incluido el nuestro. Con el resultado de alabar al poderoso siempre que parezca que hace lo que yo pienso porque estoy seguro de que es así.
El maquillaje de la realidad para que parezca verdad y los demás se lo crean, forma parte de esa sociedad poco instruida que acepta fácilmente lo que le viene del que manda, sin intentar ni siquiera comprobarlo. En esta película se ve muy bien esa actitud que lleva a despreciar al abogado e incluso a su familia, por considerar indigno intentar defender a un negro al considerarlo inocente. Al final se ve que la dictadura puede llegar a todas las mentes con cierta facilidad, por lo que la película tiene una actualidad palpitante de qué hacer en un asunto así.