De Dante a Borges. Páginas sobre clásicos. José María Micó. Editorial Acantilado.
De Dante a Borges me ha recordado en todas sus páginas, y ahora que estamos todavía en septiembre, a los libros de literatura de mis años infantiles. De los libros nuevos del curso, era el más apreciado, el primero leído de la cruz a la fecha, antes incluso de empezar la primera clase. Eran libros llenos de tesoros, de descubrimientos, de belleza. Allá estaba Berceo, y algo de Manrique, las coplas, y alguna poesía satírica de Quevedo, el hombre a la nariz pegado, y Machado, Antonio, aunque el mejor, como dijo Borges, era Manuel. Estos viajes de Micó por los clásicos son una prolongación de aquellos textos, porque sus ensayos están llenos de descubrimientos, de enlaces y de conexiones, de punto de vista nuevos, de análisis.
Pero en De Dante a Borges. Páginas sobre clásicos, Micó no pierde la fascinación por la literatura, y no deja de rastrear las huellas de esa permanente y continua reescritura que es la gran literatura, en la que «las grandes creaciones modifican el pasado y transforman el futuro». Uno de los prodigios de este libro es cómo transmite al lector las influencias de un arte, el literario, que es una continua reescritura, un ir de aquí para allá, en el que las obras nuevas, aunque lo escondan, tienen siempre la influencia de otros clásicos. Son reescrituras. Y de todos los reescritores de la lengua española, el mejor, dirá Micó, es Berceo. Y como señala más adelante, «al fin y al cabo, la historia de la literatura es eso, una extraña sucesión de semejanzas entre obras y autores incomparables».
¿Qué es un clásico? Micó tiene su propia definición: «la escritura consiste en una práctica que aconseja, y aun exige, infringir algunas normas. Porque un clásico es, entre otras cosas, un autor cuyos errores han acabado siendo aciertos» Como dijo Lope en el Arte nuevo, «cuando he de escribir una comedia, encierro los preceptos con seis llaves». El clásico, según esta regla, no es por tanto el representante de su tiempo y de las formas de hacer y escribir de su época, sino uno que fue contra la corriente, «están ahí porque no se parecen a sus contemporáneos, porque transgredieron las normas, superaron las teorías e hicieron algo que nadie más hizo».
El tiempo no cuenta en la literatura. Por eso un salto de cientos de años entre Dante y Borges cabe en un tomo de algo más de doscientas páginas. Por qué somos dantescos es el primero de los trabajos. Los clásicos han cincelado adjetivos: dantesco, quijotesco, kafkiano. «La Comedia es una obra medieval cargada de futuro», dice Micó. Un libro comentado, analizado, imitado, copiado, impreso, ilustrado hasta la eternidad, un artefacto «sencillo y hermoso de menos de mil páginas que nos acompañará toda la vida».
Trucos, trampas y artefactos, De Dante a Borges está plagado de las estrategias de los grandes escritores, de sus habilidades de persuasión, de su forma de ir a la contra. Así el Jorge Manrique de las Coplas a la muerte de su padre, una obra de una aparente extrema sencillez, unos versos de textura antirretórica en los que Micó señala los recursos retóricos que utiliza uno de los grandes maestros del arte retórico, y se detiene precisamente en las pretericiones, las tres que utiliza en la composición de las Coplas.
Es brillante el repaso que hace en El oro de los siglos a la literatura española que nace del encuentro de Boscán y Garcilaso con el italiano Andrea Navagero, la adopción de nuevas métricas, y el florecimiento de la literatura española a través de Fray Luis, san Juan de la Cruz, Góngora, Lope, Quevedo o Gracián. Al lector le llegará también con fuerza el capítulo dedicado al Lazarillo de Tormes: «la vida de Lázaro González Pérez contada por él mismo tiene un lugar de honor entre ese puñado de libros que merecen ser leídos generación tras generación y que mejoran en cada relectura. Ese es, en realidad, el único y verdadero género del Lazarillo de Tormes, pero si me exigen más precisiones lo diré más claro: el Lazarillo es una carta que es un informe que es una autobiografía que es una fábula que es un cuento que es un relato que es una nouvelle que es una novela.»
Y en ese viaje al margen del tiempo, Micó nos lleva de Petrarca a Quevedo o a Góngora, o de Gracián a Huidobro en busca del destello conceptual de las agudezas, o termina ajustando cuentas con ese Borges que desdeña en su juventud las métricas clásicas, un desprecio al formalismo, de un poeta «condenado» al soneto.