A dos días de la llegada de los Reyes Magos, el panadero tomellosero Jesús Sánchez explica las claves del Roscón de Reyes, un manjar típico que cuenta con diversas variedades y cuyos antecedentes se remontan a la Antigua Roma.
Enero ya ha llegado y la estrella de Oriente brilla vigorosa entre la infinidad del cielo para servir de guía a Melchor, Gaspar y Baltasar, los tres Reyes Magos, que hace días comenzaron su larga travesía para satisfacer, el próximo lunes, 6 de enero, los deseos y las ilusiones de los niños del mundo. Pero mientras que los pequeños de la casa esperan con ansías la visita de estos seres, los adultos hacemos lo propio pero por un motivo mucho más dulce: el Roscón de Reyes, un bollo de pan dulce que aguarda en su interior una sorpresa que puede abarcar desde la clásica figurita hasta premios de lo más lujosos, como viajes o lingotes de oro.
Considerado por muchos como el manjar por excelencia de estas fechas (sin dejar de lado a otras delicias como los polvorones, los turrones o los mazapanes), este pastel una mezcla de harina, huevo, azúcar, mantequilla, aceite y ralladura de limón o de naranja que se consume, de manera popular y como su propio nombre indica, el Día de la Epifanía o Día de Reyes.
Aunque, como bien dice Jesús Sánchez, responsable del obrador tomellosero J.Sánchez Panaderos Artesanos y miembro, desde hace tres años, de la lista de los 80 mejores panaderos de España elaborada anualmente por la plataforma Panatics y la entidad Pan de Calidad, «cada maestrillo tiene su librillo». Por eso, la receta oficial puede variar dependiendo de cada establecimiento.
TIPOS DE ROSCÓN
En su caso, por ejemplo, Sánchez explica que utilizan una harina «de gran fuerza, con un alto contenido en proteínas para retener todo el contenido de huevo, grasa y azúcares que tiene el mismo roscón», ron y masa madre. Además, dotan a sus bollos de una fermentación de siete horas, puesto que considera que este factor es la clave para obtener un pastel sabroso y muy rico en sabor. «Cuanto mayor sea la fermentación, mejor», insiste. Frente a esto, hay quienes optan por ingredientes como el agua de azahar, la sal marina, la miel o los frutos secos.
La decoración a base de fruta escarchada (aunque a algunos le pese) y azúcar suele ser otro habitual en este bollo que puede encontrarse en las pastelerías y supermercados de España y países como Francia, Italia o Portugal. Su interior también juega un papel fundamental, puesto que aunque son muchos los que apuestan por la versión tradicional del mismo (es decir, el bollo y ya está), son otros tantos los que optan por degustarlo rellenos de sabores.
En J. Sánchez Panaderos Artesanos, la versión de nata es la más demandada por sus consumidores, aunque en su oferta también cuentan con muestras rellenas de trufa, crema pastelera o cabello de ángel. Asimismo, otros obradores apuestan por sabores como Nutella, merengue, mazapán, crema de pistacho, tiramisú, praliné… E incluso hay quienes se atreven con rellenos salados y apuestan por el foie, el tapenade, la sobrasada, la fabada o los callos (como es el caso de la Rosconería Bargueño, en Madrid).
MÁS ALLÁ DE CRISTO
Según Jesús Sánchez, la mejor manera de consumir este pastel es «siempre con la familia y junto a algo calentito, porque vienen días en los que hace mucho frío». Por eso, un chocolate caliente, un café con leche o un vaso de cacao son la mejor opción para acompañar este manjar que cada vez se consume en fechas más amplias, motivo por el que es posible encontrarlo desde finales de noviembre hasta bien entrado enero e incluso en formato ‘mini‘, para satisfacer los caprichos más golosos.
No obstante, pese a que actualmente es difícil concebir el Roscón de Reyes como un bollo ajeno a la fiesta cristiana de la Navidad, lo cierto es que su origen es anterior a esta religión y se remonta a una celebración pagana.
Concretamente, fue en los tiempos del antiguo Imperio Romano cuando comenzó la costumbre de consumir el antecedente de este manjar. Se hacía durante las denominadas ‘Saturnales’, fiestas en honor al dios Saturno en las que era costumbre repartir entre esclavos y plebeyos un dulce de forma redondeada compuesto de higos, dátiles y miel. Este aguardaba en su interior un pequeño haba que se convertía en el elemento más cotizado del evento, puesto que quien lo encontrara sería nombrado Rey de Reyes y se haría merecedor de toda clase de privilegios y comodidades durante un tiempo determinado.
Con su llegada, el cristianismo adoptó esta tradición y la mantuvo. Sin embargo, su importancia disminuyó progresivamente hasta que volvió a cobrar fuerza en la Francia del siglo XI, cuando se popularizó obsequiar con este bollo redondeado a los niños más pobres del lugar durante el Día de la Epifanía, así como dotar con todo tipo de lujos y manjares al afortunado que se hiciese con el haba.
Más tarde, en el siglo XVIII y en tiempos de Luis XV, surgió la idea de introducir dentro del roscón una moneda de oro que sustituiría a la pequeña legumbre como símbolo de suerte y relegaría a esta como algo indeseado, puesto que el que encontrase la primera sería nombrado ‘Rey de la fiesta‘ mientras que el que hiciera lo propio con la segunda sería el ‘Tonto del Haba’ (o el tontolaba, para que nos entendamos).
Esta costumbre, que llegó a España de la mano de Felipe V, es la que se mantiene hoy en día en nuestras fronteras y la que dicta esa norma no escrita que determina que aquel que encuentre el haba será quien tenga que pagar el roscón.
En cualquier caso, ya sea solo o en familia, con amigos y con una taza de algo caliente o un refresco, lo que queda claro es que es difícil concebir un solo Día de Reyes en el que no haya un trozo de roscón en la mesa. Así que, ¡a disfrutar!