El pasajero. Editorial Sexto Piso. Ulrich Alexander Boschwitz
Berlín, noviembre de 1938. Otto Silbermann es un hombre negocios de éxito. Otto es judío. La noche de los cristales rotos, la Kristallnacht, esbirros del régimen nazi asaltan su casa. Horas antes han detenido a algunos de sus amigos, a su cuñado. Esa noche, protegido por un amigo y por su mujer, ambos arios, Silbermann logra escapar por la puerta de servicio de su casa. La novela es el relato de la huida. A partir de esa noche, el rico comerciante de hierro y chatarra entra en una espiral trágica en la que cada persona que encuentra se convierte en un peligro, cada paso que da le hunde un poco más en el fango. Las puertas se van cerrando a su alrededor. Los hoteles de primer clase que frecuentaba son ahora lugares hostiles en los que los empleados le invitan a abandonar el lugar.
Silbermann se refugia en los trenes. Viaja primero a Hamburgo para intentar recuperar el dinero de su empresa. Su socio aprovecha su desesperación para hacer un gran negocio. Silbermann viaja ahora con una cartera en la que lleva una fortuna, con el riesgo de ser detenido por tráfico de divisas: ¡un judío con 40.000 marcos en el bolsillo! Toma un tren a Aix la Chapelle, cerca de la frontera con Bélgica, para intentar escapar de Alemania, convertida un año antes del comienzo de la II Guerra Mundial en «un gran campo de concentración». La novela avanza como un descenso al infierno en el que va dibujando los diferentes tipos de la sociedad alemana de la época: cínicos que buscan el negocio rápido, amigos y socios convertidos en vulgares estafadores, resentidos y amorales. No todo es negro o blanco. En su viaje incesante en vagones de primera clase y en compartimentos de segunda, Silbermann encuentra también algunos cómplices benevolentes, y un atisbo de refugio amoroso fugaz, incapaz de detener ese descenso al abismo.
Un texto clarividente
En su desesperación, Silbermann siente la tentación del suicidio y sucumbe, él mismo, al odio contra los judíos. En un tren repleto de judíos, su furia estalla en su interior: «si no existierais, podría vivir en paz. Pero por vuestra culpa me veo arrastrado en esta comunidad de desgraciados (…) Sin vosotros, no me vería perseguido, y podría vivir como un ciudadano normal. Pero como existís, se me extermina al mismo tiempo que a vosotros. Sin embargo, en el fondo, no tenemos nada en común».
La historia de la novela y de su autor le otorgan a este texto un valor añadido. Primero por su clarividencia y porque el relato se convierte en un testimonio de primera mano, quizá uno de los primeros, en apuntar la suerte de los judíos, despojados de dignidad y propiedades antes de ser exterminados. En la novela, Silbermann es un ex combatiente de la primera Guerra mundial en el frente del Este. Ese es el único pretexto que le permitirá una mínima tregua en la persecución. El Pasajero fue publicada en el Reino Unido en 1939, y en los Estados Unidos en 1940. En la Alemania de posguerra cayó en el olvido, y ni siquiera las recomendaciones de Heinrich Böll para que se editara la sacaron del silencio. Fue un editor, Peter Graf, el que encontró el original en el Archivo de la Literatura del exilio de Fráncfort. La primera edición en lengua alemana fue todo un éxito.
La historia de su propia familia
En El pasajero se pueden rastrear algunas referencias familiares de Boschwitz. Su padre, muerto algunas semanas antes de que naciera Ulrich, era un hombre de negocios afortunado, convertido al cristianismo. Sus orígenes judíos, que iban a arrastrar a su familia a la desgracia, no habían tenido hasta entonces ningún efecto. Ulrich y su madre dejaron Alemania tras la promulgación de las leyes raciales de Nuremberg. Escaparon a Suecia, donde el escritor publicó su primera novela, firmada con el seudónimo de John Grane. El éxito le permitió viajar a París, donde conoció las historias de otros exiliados judíos alemanes, y las primeras noticias de los pogromos. En ese ambiente escribió El pasajero en apenas un mes.
Comenzada la Guerra, Ulrich se reencuentra con su madre en el Reino Unido. Como otros muchos alemanes, fueron internados en un campo de internamiento hasta que fueron deportados a Australia en el buque de transporte de tropas Dunera. Se trata de uno de los episodios más vergonzosos del Reino Unido en la guerra. En un viaje que dura dos meses, cientos de personas, entre ellos numerosos intelectuales judíos, fueron maltratados y saqueados por una tripulación sin escrúpulos. Ulrich regresó a Inglaterra en 1942 a bordo del buque Abosso. El 29 de octubre el barco fue torpedeado por el submarino alemán U-575. Murieron los 362 pasajeros que llevaba a bordo. Ulrich se ahogó en aguas cercanas a las Azores, con su último manuscrito.