Golda, la mujer que se asomó al abismo de un Israel aniquilado

En Golda, Helen Mirren se mete en los célebres zapatos de Golda Meir para construir un personaje de una gran hondura psicológica, el de una mujer enfrentada al abismo que tiene que luchar con sus propios fantasmas y demonios interiores. Mirren demuestra una vez más que es capaz de ejecutar una transformación radical que encarne la complejidad inabarcable de un personaje sometido a la extrema incertidumbre de un momento de zozobra. Israel se enfrentó a la posibilidad de la aniquilación en octubre de 1973, cuando sirios y egipcios lanzaron un ataque simultáneo en la fiesta de Yom Kippur.

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Golda Meir era primer ministro de Israel. La historia comienza con una cadena de llamadas entre agentes del servicio secreto que avisan de que la guerra es inminente. Y nos lleva de forma inmediata a 1974, cuando Meir se sienta ante una comisión que examina los errores que cometió la dirección política del país. Porque en el Yom Kippur de 1973, Israel estuvo a punto de hundirse en una derrota definitiva. Así que los paralelismos entre aquella circunstancia y la de hoy, tras el ataque terrorista del 7 de octubre, son inevitables. También porque Hamás lanzó su ofensiva criminal en coincidencia con el cincuenta aniversario de aquella guerra.

Mirren construye un personaje a través de matices innumerables y mucha nicotina. El tabaco está en cada escena, el humo hilvana cada escena, y sirve en algún momento para expresar la turbia confusión de una mujer que lleva la corona del poder en la circunstancia más difícil para su país y para ella. Son inolvidables las escenas en las que Golda atraviesa el pasillo del hospital, entre cadáveres ordenados en los anaqueles de la morgue, camino de una nueva sesión de radioterapia. En el complejo análisis psicológico de Golda está la soledad, el miedo a la demencia, que le hace pedir a su secretaria que al primer síntoma detectado se lo advierta. Y la certeza de que todo terminará mal: «toda carrera política termina en el fracaso», le dice a uno de los generales del ejército.

Guy Nattiv que ya ganó el Óscar en 2019 por su cortometraje Skin, acompaña la reconstrucción del personaje con una atmósfera opresiva. La cámara apenas sale de las reuniones del consejo de ministros, o del búnker donde se reciben noticias trágicas y se escuchan las voces de las unidades militares abrasadas por el fuego, que piden retirada mientras los mandos les ordenan avanzar. Ni siquiera el aire de la terraza en la que Golda sale a fumar le da un respiro. El cielo sucio y gris está repleto de pájaros que se refugian en el búnker, y que subrayan en toda la película las amenazas a las que se enfrenta Golda.

El trabajo de Mirren y el de Nattiv consiguen que el espectador sienta la opresión de la situación y el drama que se desarrolla en el frente de batalla y en el interior de esta mujer que ve cómo su primer general, el ministro de Defensa, Moshe Dayan se derrumba y sugiere el recurso al arma nuclear para evitar la aniquilación. Golda es una mujer que convive con la muerte, la suya y la de los suyos. Y en ese desplieuge psicológico cargados de detalles, ilumina su mente un recuerdo. Se lo confiesa a Kissinger. En momentos de tribulación, Golda le confiesa que no olvida la cara de su padre, cuando en su Ucrania natal entablaba las ventanas los sábados, para evitar que los cosacos, borrachos, asaltaran su casa y mataran a su familia. Golda explica un drama, y explica también a todos un país, sometido de nuevo a la amenaza de aniquilación.

A Golda tan solo le sobran, creemos, las imágenes de archivo. La vemos al final de la película en un campamento militar en el Sinaí. La vemos también con Annuar el Sadat después de la fima de la paz. Golda solo tenía dos obsesiones en esa hora: recuperar a los soldados de Israel apresados, y que Sadat pronunciara el nombre de Israel. Esas imágenes de archivo rompen la magia del trabajo de Mirren. Golda es Mirren. Se ha metido en sus zapatos, ha fumado hasta en las sesiones de radioterapia, ha anotado en su libreta todas las bajas en combate, y ha sufrido cada pérdida de una vida isarelí. ¿Para qué volver a la Golda de la historia? Es más real y cercana la del cine. Esa claudicación ante la realidad es un defecto de esta ficción que es Golda, una película imprescindible.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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