Hechos a mano. Víctor del Moral. XXXVII Premio Jaén de Poesía. Poesía Hiperión
Hechos a mano ganó el pasado mes de diciembre el XXXVII Premio Jaén de Poesía. Dice una nota preliminar a esta edición que el jurado eligió, por mayoría, la obra titulada Hechos a mano de Víctor del Moral. El jurado, en su decisión, subrayó la «calidad en la construcción de los poemas, la sensibilidad frente a nuestra precaria condición humana». Hay riqueza en referencias culturales, pero sobre todo en experiencias personales, y una elección por una sencillez depurada, y una trascendencia vivida desde la pobreza elemental de lo humano. Víctor del Moral nació en Úbeda en diciembre de 1979. La familia se trasladó pronto a Granada. Del Moral estudió Filología en Barcelona, y es profesor de secundaria en Castilla La Mancha.
Hechos a mano es el segundo poemario publicado de Víctor del Moral. El primero, Con la luz sumergida (Editorial Renacimiento) mereció el Premio Ciudad de Valencia en 2008. Los primeros versos forman una Dedicatoria, en la que evoca a Ohashido, el gran taller artesano de las plumas estilográficas de Japón, «lutier de la escritura», le llama el poeta, que aspira a alcanzar ese don: «retorcer y afinar – pulso calloso y sabio – las palabras para que se dirijan, amigo, solo a ti». Esa primera declaración justifica el título de la obra: poemas escritos para acompasarse con el «exacto pulso» del lector.
Cuatro libretos componen Hechos a mano: uno primero llamado Instantes, al que sigue un Cuaderno de campo, un tercero llamado Conversaciones, un Álbum y un poema de Despedida. El material del que se alimentan, el barro con el que están formados, es sencillo: destellos elementales de la filosofía, algo de música, paisajes, escenas del recuerdo, alusiones literarias a obras y autores, escultores, algún ajuste afligido de perdón.
De la eternidad contenida en los instantes habla el primer cuaderno, que se abre con Aurea mediocritas, una escena doméstica en la que «crepitan las patatas, e inunda la cocina la marea de una cazuela hirviendo mejillones» mientras «en el salón esperan algo prometedor de Billy Wilder y un reproche seguro: «¡Por Dios, eso es muchísimo!». Cavilaciones nos trae a santo Tomás y su idea de que todo lo inferior estça contenido en un ente superior que lo perfecciona, y el poeta se pregunta si hay algo superior que sublime «el olor de esta higuera en una tarde tórrida de agosto».
A esa misma eternidad alude la dolorosa perplejidad de Pavana de los padres de un niño muerto, que no entienden que todo siga, que nada se detenga: «se siguen saturando los teléfonos, alguien llena su carro en Mercadona e incluso los semáforos conservan su rutina». O en Mensaje, donde el resplandor repentino después de un día de lluvia es «el anuncio de un ángel. Instante de blancura, luz niña, transparencia después de la tiniebla: dejo aquí tu mensaje».
Con esas briznas de realidad está tejido Hechos a mano. También con la certeza de la muerte, del viaje al «hogar definitivo» en Regreso al futuro, en el que el poeta responde a quien le advierte: «no quiero que te vayas antes que yo». Y en el siguiente, Tal como somos, se anuncia que «una báscula exacta, en la antesala, nos dirá nuestro amor en cada instante de la vida en el tiempo».
Hay también una alusión al existencialismo, «aquellos escritores, tan tremendos, del ser para la muerte, de la pasión inútil y la Nada». El poeta fue persuadido en su juventud. Ahora, en este poema titulado Atardecer se siente lejos de aquellos: «hoy más bien me pregunto por la verdad oculta en esta escena: un día que se duerme lentamente, miral de tintas rojas, y un campo cereal, en el silencio que queda tras la siega, con enormes balas de paja en forma circular».
En Cuaderno de campo hay una complicidad fraternal con los árboles, o un canto a la belleza del paisaje que sorprende tras una curva en la carretera: «tras un giro, la sangre intensa, viva, de un barranco arcilloso, entre rocas y pinos y arbustos humeantes». Y en un bello poema, Ante notario, el poeta quiere cuando muera, no la música de Bach sino «a estos grillos tenaces de la noche alcarreña». Un bosque, una mimosa, el beber agua de las manos, el vuelo de un trepador azul, la bellaza de «esta tierra arrasada, este campo sellado por la muerte», o la belleza de la flor del romero en Epifania.
En Conversaciones el diálogo es con el «silencio denso, de milenios» en Carnac y sus alineamientos megalíticos, con Alberto Giacometti, con Eudora Welty, o un encuentro consigo mismo cuando sea octogenario, con Anna Ajmatova, Olivia de Havilland: «dicen que ya no estás después de más de un siglo con nosotros, agoreros que ignoran la delgadez del velo que separa este mundo de la región de luz a la que has ido».
Álbum se abre con un bello poema que reflexiona sobre la imagen, y el contraste con las cosas vistas de cerca, «esa belleza era un engaño fruto de la distancia». Hay escenas de tiempos remotos, nostalgias por vidas que nunca conocerá, el duelo por la muerte del padre de un amigo (Una carta) o el lamento por el maltrato a Guillermo, un compañero de colegio, a los once años: «Guillermo, si esto tiene algún sentido, si no es irremisiblemente tarde, le pido a Dios que tu vida haya sido una feliz venganza de nuestra ilimitada estupidez». Están también los primeros atisbos de un «mundo turbio» y la certeza de la desolación que dejan las avaricias, contempladas a los caurenta años: «sólo lo que recibas como un don te salvará». Cierra el libro Arte poética, con las «vidas de hombres que se trascienden a sí mismos en las estepas de la soledad, entre el dolor y el miedo».