Está de moda hacer series sobre países que tienen una buena imagen y mostrar una cara oculta. Así, Noruega ya no es un país transparente y democrático sino un pozo de corrupción y blanqueo de dinero, un país en manos de abogados atildados y corruptos. Ahora le toca el turno a Suiza. Como dijo el personaje de El tercer hombre, un país «que en siglos de vida solo ha sido capaz de inventar el reloj de cuco». No conviene exagerar, pero tampoco iba descaminado. Suiza tiene buena imagen, pero es un país que, como todos, tiene una cara oculta. Por ejemplo, es el país con más armas per cápita de Europa. Los suizos, que no tienen ejército, tienen asumido que se deben encargar de la defensa, así que tienen los sótanos llenos de fusiles. Pero en Helvetica esto no aparece. Aquí se nos quiere mostrar que Suiza es un país que puede tener un poder corrompido por el dinero, que trafica con armas en oriente medio. Pero lo que no parece de recibo es que para conseguir aflorar esa imagen tiren de tópicos. Los albanokosovares son aquí no solo los malos, son lo peor.
Tópicos europeos
El caso es que Helvetica tenía todos los ingredientes para ser una buena serie. Seis capítulos y una trama en apariencia atractiva. La presidenta de la Confederación Helvética se llama Katty Kunz, y está interpretada por Ursina Landi. Tiene un problema grave: tiene que conseguir que los rebeldes del Yemen liberen a unos rehenes. Se enfrenta a una crisis política porque en la Confederación algunos no aprueban sus métodos.
Por otro lado tenemos a una señora de la limpieza, que es el centro de la trama de Helvetica . Se llama Valentina (Flonja Kodheli) y trabaja en la sede del gobierno. Está casada con un suizo y tiene dos hijos. Valentina es de origen albanokosovar. Su padre, un tipo temperamental y violento, tiene negocios con la mafia. Y la mafia le va a pedir un favor muy grande a Valentina, uno de esos favores a los que no se puede negar «una mujer con una familia tan bonita».
Un policía en horas bajas
El tercero en discordia es un policía que persigue terroristas islámicos. Se llama Rainald Mann, es un sabueso, pero su entusiasmo le lleva a meter la pata y sufre represalias: le dejan de lado, le apartan de la investigación. Rainald está de vuelta de todo. Perdió a su familia en un accidente de tráfico y se dedica en sus ratos libres a pasear a una perra que sufre un tumor. No pasa nada, Rainald montará un cuartel por su cuenta y se dedicará a espiar y a controlar a todo el que se mueva en la serie.
Los seis capítulos tienen el típico catálogo sexual al uso: su dosis de lesbianismo, su dosis de violencia contra la mujer. Y también su composición racial bien equilibrada.
La serie está deslavazada, la narración no tiene tensión, y el relato se basa en unos cuantos tópicos: los albanokosovares son malos salvajes, y los suizos son civilizados pérfidos. La interpretación de los actores es fría y no consigue transmitir en ningún momento la menor empatía con sus situaciones trágicas.
Conclusiones
Hemos visto la serie completa, luchando en algún momento contra el sopor que provoca un montaje «de oficio» y unos planteamientos esquemáticos y sin relieve. La construcción de los personajes es muy pobre, y el resultado final mediocre. Una pena, porque es la primera serie abordada por la televisión pública suiza. Esperemos que antes de las siguientes hayan sacado conclusiones.
Por lo demás, la serie está organizada con una composición sociológica en la que sí demuestran que son suizos. Los seis capítulos tienen el típico catálogo sexual al uso: su dosis de lesbianismo, su dosis de violencia contra la mujer. Y también su composición racial bien equilibrada. Hay días que una se va a la cama con al convicción de que hay un patrón, un libro de estilo, que deben cumplir los productos audiovisuales para ser «aceptados». Pero lo más importante esta serie no lo tiene: personajes originales, una trama que sorprenda, y un par de bofetadas contra las ideas preconcebidas. Es tan correcta en algunos aspectos que termina por ser irrelevante.
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