Hombres en prisión. Víctor Serge. Traducción de Álex Gibert. Gatopardo ediciones
Todo es ficción en Hombres en prisión, y todo en él es verídico. Esta advertencia de Victor Serge en la primera página de su libro nos da la pista fundamental para interpretar la novela. Novela realista, en el fondo y en la forma. Escrita desde la experiencia carcelaria, pero mediatizada por «la creación literaria» con la que trata de «extraer el contenido humano y común de una experiencia personal». Esta forma de trabajar hoy se nos hace extraña. En nuestro tiempo, una experiencia como la de Serge se habría convertido en un libro de perspectiva personal y personalista, centrado en el sufrimiento propio. Incapaz de elevarse hacia una posición común, no solo a los que sufren la institución carcelaria, sino a los humanos, en general. La ambición de Serge va mucho más allá de su propia experiencia.
La experiencia personal que sirve a Serge como pretexto de Hombres en prisión comienza en 1912, cuando es detenido y juzgado por asociación delictiva como miembro de una banda anarquista, la de Jules Bonnot. Serge era editor del diario L’anarchie. Se niega a delatar a sus camaradas. Es condenado a cinco años de prisión. Los cumple en la prisión de La Santé y en la de Melun. Liberado, viaja a la Barcelona revolucionaria. Forma parte de la CNT. En 1919 se marcha a Rusia para unirse a los bolcheviques.
Libertario, sus críticas a Stalin le llevan de nuevo a prisión y al ostracismo. Serge escribió Hombres en prisión unos años antes de ser deportado por Stalin a la región rusa de Oremburgo. En 1936 dejó la URSS, liberado por la presión internacional. Pasó el resto de la vida como un apátrida, siempre perseguido por los estalinistas. Murió en México en 1947.
Victor Lvovich Kibalchich (este era su nombre) nació en Bruselas en 1890, Era hijo de intelectuales que habían huido de la Rusia zarista. Uno de sus parientes, el químico Nikolai Kibalchich, había fabricado la bomba que mató al zar Alejandro II en 1881. Kibalchich fue ahorcado.
Hombres en prisión
Si se ve en su conjunto, la obra de Victor Serge es equiparable a la de Camus, a la Koestler, a la Orwell. Como ellos, supo interpretar las esperanzas, el terror y la derrota que marcó la vida del siglo XX. Dedicó su vida a la revolución y a la resistencia. Y alcanzó una altura literaria similar a la de los grandes cronistas del siglo. Desde la primera página, Hombres en prisión se dirige al corazón, a la esencia libérrima de todo ser humano: «todo aquel que haya conocido de verdad la cárcel sabe que su abrumadora influencia se extiende mucho más allá de sus muros materiales».
Aislado del mundo, el recluso se ve sometido por la gran máquina de triturar seres humanos que es la prisión. Serge resume el reglamento penitenciario con dos palabras: prohibido vivir. La cárcel sostiene que a los internos se les puede prohibir la vida. Sin embargo, Serge se emparenta con Solzhenitsin antes del Gulag cuando narra la emoción de un preso, su relato de una noche de Navidad en la que se vio solo, con un vaso de vino y un buen libro: «de pronto me sentí tan a gusto, tan tranquilo, tan feliz de pensar, tan feliz de vivir…..»
Los presos pasan, unos condenados al cadalso, con la muerte emergente en el rostro. Dentro apenas llegan las noticias de fuera. Pero si saben de algunos atentados anarquistas, del comienzo de la guerra. Y el internado en la cárcel no deja de percibir su esencia: «soy libre porque nadie puede hacerme nada más». Narrada en capítulos cortos, la novela avanza hacia el centro del infierno, que es la enfermería, donde agonizan los tísicos, los enfermos de septicemia, donde la absolución católica se mezcla con la blasfemia. Y la liberación, cuando el preso se mira dentro y reconoce que no se ha rendido, que sale con la razón intacta, «más fuerte por el mero hecho de haber sobrevivido».
Un hereje de la revolución
Estamos ante lo que se podría llamar un hereje de la revolución, un escrito que dejó estas palabras en su obra Ciudad conquistada: «La Cheka trabaja día y noche. Nosotros también somos eso. Se trata del lado implacable de nuestro rostro. Nosotros, destructores de cárceles, liberadores, liberados, presidiarios de ayer, a menudo marcados indeleblemente por las cadenas, nosotros que vigilamos, incautamos, detenemos ¡Nosotros, jueces, carceleros, verdugos, nosotros!»
Serge llegó a Ciudad de México, su destino final, un año después del asesinato de Trotsky. Observando la guerra desde su exilio, escribió en sus Cuadernos sobre el aniversario de la revolución: «Aniversario sombrío de octubre. Leningrado y Moscú sitiados, Rostov perdido, Crimea invadida. Cuán distante estoy, a pesar de mí mismo, de la pesadilla rusa. Y por primera vez, trato de imaginarlo como algo abstracto. De lo contrario, sería intolerable».