Jesús Montiel, poeta, danzando en los salones del ahora

Sólo los tontos, los santos, los locos y los niños danzan en los salones del ahora.

La enfermedad es una realidad incomprensible. Nunca se llegará a entender por qué nadie tiene que pasar por ella. Es fuente de mucho sufrimiento, conflictos, separaciones, depresiones. Pero también puede ser un manantial de amor, de vida, de esperanza. Y así es como Jesús Montiel López, poeta granadino, vivió la repentina enfermedad de su pequeño hijo. Con sólo dos añitos, edad en la que casi no le hemos dado tiempo a la vida de extender sus alas, este pequeño guerrero ya estaba luchando con escudo y espada contra la leucemia, que por insistencia de su padre a que le hiciesen más y más pruebas, tras ver como cojeaba y daba una zancada extraña, se detectó.

Para cualquier persona, la noticia de una enfermedad es devastadora, no deja hueco para la comprensión. Pero que a un padre le digan que su hijo, que no cuenta ni 750 días en la tierra, está más cerca de la muerte que de la vida, es como intentar hacerle ver a través de una pared de cemento. Es imposible. No hay lugar para la lógica, para la comprensión, para poder encontrar algún tipo de razón que pueda ocultar un propósito. La enfermedad pone el tiempo patas arriba. Cuando nos acorrala, lo primero que nos pide es la moneda del futuro.

Pero entonces, como puede suceder, el arte ejerce milagros y sana, en este caso a través de la poesía y el asombro diario, el corazón de un padre encogido como una uva pasa por el sufrimiento de su hijo.

Érase una vez un niño enseñando a su padre a nacer.

Sucederá la florobra publicada en 2018 por la Editorial Pre-Textos, cuenta la hazaña de un padre por entender, amar y acompañar el camino de su pequeño hijo a través de la enfermedad. 

Según Ben Clark, la obra de Montiel «No es poesía. No es narrativa. Y no es, desde luego, ficción.» Es poesía narrativa, es prosa poética. Es una canción sobre papel escrita con la tinta del amor de un padre por su hijo. Es un canto a la belleza de lo cotidiano, de los pequeños momentos, de apreciar lo que en esta vida tenemos por seguro, es decir, solo el ahora. Porque no tenemos el futuro. No tenemos esos planes que inevitablemente formamos en nuestra cabeza. Sólo tenemos a ese mirlo al otro lado de la ventana, recostado en una fina ramita, disfrutando del sol de la madrugada. 

La enfermedad de un ser querido, nuestra propia enfermedad, nos arrebata esa ficción en la que pasamos tantas horas y nos regala el tesoro del ahora.

Este libro, siendo como es un poema escrito en prosa, encadena verdad tras verdad, como una guirnalda de luces navideñas, que se encienden una tras otra, robando el aliento. Es una clara interpretación de la realidad que solo se nos permite ver cuando el futuro ha sido robado, cuando no hay futuro al que dirigirse. Cuando la enfermedad nos ha quitado esas gafas opacas que solo nos permitían ver las sombras de la realidad.

La enfermedad nunca avisa de su llegada. La inteligencia no la comprende, desconoce su idioma. Para entenderla es necesario ser tonto.

Erika Martínez, quien porta la autoría del prólogo, incide en la idea de que, con este texto, Montiel “derriba algunos talismanes masculinos. Ser hombre se vuelve compatible con una afirmación serena de la propia fragilidad. (…) Su apuesta sin pudor por la ternura, la delicadeza. Su capacidad para decir sin amaneramientos amor y poesía, Dios.” 

Esta obra abre los ojos, no solo a los lectores masculinos, pero a todos, de que somos frágiles, de que andarse con corazas de fortaleza de postín solo sirve para no vivir la vida como se merece, que es, en definitiva, siendo frágiles y amando con locura.

Otra de las exclamaciones que se repiten a lo largo del libro, es las alabanzas al dios dinero que están presentes en la boca de todos pero que, cuando la enfermedad presta una visita, de poco sirvenEl gusano del dinero va royendo el corazón. Puede que no el dinero en sí, pero su búsqueda incesante y sin descanso, acaba corrompiendo el corazón y la forma de vivir, convirtiéndose en un antifaz para los ojos y una losa para el corazón.

Un niño enfermo es un libro escrito por Dios con la tinta sagrada del sufrimiento en el dialecto de un amor que no se inquieta ni exige explicaciones.

Con esta obra, en poco más de cincuenta páginas, Jesús Montiel nos plantea la pregunta de si de verdad estamos viviendo la vida como una realidad, o simplemente como una ensoñación para un futuro que, aunque en apariencia seguro, puede no llegar. 

Porque ahí también se puede hallar belleza, en la fragilidad y rebeldía de la vida, que no obedece a nuestros planes y órdenes, pero que tiene una danza propia, a veces siguiendo una melodía inaudible para nuestros oídos.

Pero la vida no nos obedece. Es imposible domesticarla. Hay una belleza secreta en su rebeldía. Un orden tras su aparente sinsentido. Un camino oculto en el azar de sus correrías.

Esta obra emociona con cada página que se avanza, imposibilita mantener la compostura y no dejar paso a las lágrimas, rompe la frialdad de la lógica con la que se puede envolver al corazón y deja paso a la luz del amor, de esa fuente de calor que nos devuelve al presente y nos hace renacer. 

Cada persona dispone de un puñado de tiempo más pequeño o más grande. Ese tiempo es el cuadrilátero donde uno ha de combatir a diario. Yo sólo espero que al final de mi combate gane el amor. Que el amor, aun contusionado, con una ceja rota o la nariz partida, levante los brazos como señal de victoria tras el último asalto.

*Todas las citas están extraídas de Sucederá la flor (2018, Ed. Pre-textos)

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