La aurora cuando surge. Manuel Astur. Editorial Acantilado
‘No, desde luego esto no será un libro de viajes’. Es la primera frase de La aurora cuando surge. Como en Ce n’est pas une pipe de Duchamp, cuadro en el que se ve una pipa, lo que tiene el lector es el libro de un viaje, que sin embargo escapa de lo que se entiende como libros de viajes. El espíritu del texto está condensado en el primer párrafo. Una semana después de la muerte de su padre, el autor estrena una nueva libreta de apuntes: «no escribí un pensamiento, ni una idea de cuento, ni observación alguna, ni siquiera un intento de verso: simplemente describí lo que tenía delante de mi en ese momento: un prado pequeño y verde con la hierba demasiado alta…» La aurora cuando surge es un viaje, exterior por Italia, interior por los recuerdos, cósmico a ratos. Duelo, memoria, melancolía, conciencia. El padre acompaña en el viaje. Y el viaje tiene otra dimensión. En el podcast que acompaña este artículo, Alfredo Urdaci conversa con el autor de La aurora cuando surge.
En La aurora cuando surge el autor va donde no le dicen que tiene que ir, para donde le da la gana y no hace caso de las recomendaciones: «aunque Mario Colleoni nos ha mandado un mensaje de voz explicándonos qué vamos a ver y por que nos tiene que estallar la cabeza de tanta belleza, decidimos no ver nada más e irnos en busca de algo diferente».
El narrador viaje por Italia, anota lo que ve, lo mira con distancia, con una lejanía budista. Describe lo que está en los márgenes: un camión lleno de fruta, el grito de una pordiosera, los juegos de los niños, los patrones del vuelo de los pájaros. Hay una poesía del suceso menor. Mira: «miro con cuidado, como si caminara entre un bosquecillo de espinos con un jersey de lana, no sea que mi viaje se enganche en alguna opinión y deje de ver».
Describe, no opina. No viaja solo. Le acompaña Raquel, aunque en el libro hay mucho silencio. Raquel es una presencia lejana, en la sombra. Quizá un escudo para mantener el distanciamiento con las cosas o con las personas que se encuentran en el viaje. De haberlo hecho solo, el viaje, el libro sería otra cosa. Duermen en el camping o en esos conventos de Roma en los que las monjas alquilan habitaciones baratas a los turistas. Comen vino y queso si están en tránsito; una pasta a le vongole en uno de esos restaurantes en los que parece que el tiempo se ha parado y la cuenta es ridícula.
La aurora cuando surge es un canto al hic et nunc, al aquí y al ahora, a la capacidad de escuchar el sonido de una chicharra y el de las constelaciones. Uno lleva a otro. A la fuerza evocadora que tienen los recuerdos, a la memoria en un sentido proustiano. Son frecuentes los pasajes en los que el autor es transportado por el mecanismo involuntario del recuerdo, que se dispara en medio de una lluvia torrencial, que nos puede llevar a un día en la infancia, en un túnel de lavado. También a una noche arcaica, en tiempos del Imperio Romano.
El autor se siente nómada, peregrino, «en busca de un hogar que nunca encuentro». Lo atribuye a la itinerancia del padre, maestro. Se detiene en Asís, y en la proximidad del poverello parece encontrar algo cercano a su espíritu: poesía, visión de lo cósmico como un todo, renuncia, pobreza, alegría. Antes ha parado en Pienza, un pueblo de la Toscana donde tomamos esa foto que ilustra el artículo en su portada. Su plaza como una caja, su mirador hacia los campos toscanos, y sobre todo el estar fuera del ruido de feria de los circuitos turísticos.
No hay postales en el viaje, no hay selfies. Hay itinerancia, como en Sebald, algunas referencias a autores (Malaparte, Goethe, Pound), páginas antológicas en las que anota los sonidos que hemos perdido, alguna menor como la que dedica a un diálogo de sordos con la luna, y golpes bajos al mundo de hoy. Junto al Vaticano, en la Plaza de San Pedro, anota las contorsiones de un muchacho oriental para grabar un video que subirá a Instagram: «¿Qué dios sediento, qué dios primitivo se esconde detrás de este disfraz nuevo? ¿A quién sacrifica su alma esta hormiga?’ Algunas páginas más adelante anotará la respuesta: «somos la resaca de la gran borrachera romántica».
La aurora cuando surge es un libro que te impone su ritmo. Al lector rápido lo templa, manda su música lenta, lo debes leer con detenimiento y atención. Te regalará grandes momentos luminosos y una forma de mirar nueva, una forma de escuchar y de escucharse imprescindible y bella. Esa es su gran virtud
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