La clase de esgrima, que fue candidata a los Globo de oro a la mejor película de habla no inglesa, se puede ver en Amazon Prime. No ahorra emociones, y es una crítica a la Rusia soviética en los últimos compases del estalinismo. Está basada en una historia real, la de un hombre que murió en 1993, poco después de la caída de la Unión soviética. La cinta está dirigida por Klaus Harö, un director finlandés.
La esgrima proletaria
Endel es en La clase de esgrima un joven campeón de esgrima que huye de la policía política soviética. En sus primeros fotogramas, el director sitúa la película en su contexto. Estonia sufrió la invasión de los nazis y de los soviéticos. Los nazis reclutaron a los jóvenes para su ejército. Cuando Alemania perdió la guerra y se retiró de Estonia, los soviéticos ocuparon el país y eliminaron a todos los que habían tenido contacto con los alemanes.
Sabemos por tanto que el protagonista está entre esos perseguidos. El régimen estalinista se afanó en eliminar a todos los que se relacionaron con los alemanes. No importa la forma. De la misma forma que enviaron al Gulag a los soldados que habian sido hechos prisioneros (el caso de Alexandere Solzhenitsyn es el más conocido en Occidente) purgaron también a todos aquellos que habían vestido un uniforme alemán.
Entre los alumnos y la prisión
Endel se refugia en un pequeño pueblo de Estonia, donde le dan trabajo como profesor de deporte. Desde el inicio de su nuevo trabajo, choca con la burocracia del centro. El director del colegio piensa que la esgrima es un deporte de señores feudales e intenta cancelar las clases. Busca manipular a los padres para que elijan deportes más adecuados al proletariado. Pero los niños se apasionan por el arte del florete, y los padres no quieren renunciar a unas clases que les hacen olvidar su miseria. La mayor parte de los alumnos ha perdido a sus padres en la guerra.
La narrativa de la película es limpia y fluye con facilidad. Endel es un hombre dividido entre su compromiso con los niños, que dan sentido a su profesión y a su trabajo, y su necesidad de huir de una detención segura y de un futuro en las prisiones del gulag. El guión tiene mucho de previsible. Explota las emociones, sin exceso, y termina por ser una película «bonita», dentro del subgénero de profesores que motivan a sus alumnos. Un filme muy correcto para ver en familia, y recordar lo que fue uno de los regímenes opresores más crueles y despiadados del siglo XX. Un régimen que hoy, a diferencia del nazismo, sigue teniendo sus partidarios. Basta recordar el reciente funeral por Julio Anguita, con un féretro envuelto en la bandera soviética.