La subasta, mucho más que una «casi novela»

Como si fuera un diario extenso, La subasta está ordenada en capítulos que siguen los seis días que un profesor universitario pasa en la Feria del libro de Frankfurt de 1982, junto a su amigo el editor Martí Martin, al que cada vez que su nombre aparece en la casi novela se le añade la condición de «editor de Dionisio Ridruejo». En la Feria se anuncia la subasta de las memorias apócrifas del general Franco, con la promesa de un best seller para el que gane la puja. Por la Feria desfilan, como en una pasarela, personajes reales como Jordi Pujol, la infanta Elena, el escritor Pere Gimferrer, en la eterna búsqueda de un te verde, otros anónimos, como la agente propietaria de los derechos del libro que se va a subastar, y algunos a los que el autor ha cambiado el nombre como la escritora Columna Lahola, ansiosa de dar abrazos a todo el que confiese haber leído sus novelas.

Un juego de espejos

La subasta es un juego con la memoria escrito por un autor que ha dedicado su vida como editor a rescatar y publicar las memorias de los personajes que hicieron la historia del española del siglo XX, consciente de que, contra la idea del materialismo dialéctico, son las personas con sus actuaciones las que marcan el rumbo de la historia.

Como en un juego de espejos, Borrás encarga el relato a la voz de Elbo, el profesor, y se sitúa entre sus amigos como Martí Martín, acompañados de otros personajes reales como Tom Burns Marañón, al que Borrás editó, entre otros, su libro La monarquía necesaria. Es además un juego atemporal. El autor alude al presente pero incrusta como si fuera un vidente hechos del futuro, y usa términos actuales como compiyogui, palabro fabricado por la reina Letizia en una tarde de cursilería, para un relato ambientado en un año en el que la monarquía no tenía compis ni hacía posturas de yoga.

Un soplo de vida

El juego de Borrás repasa en serio pequeños detalles de las grandes historias, en especial de la corona (Borrás pasa por ser el republicano que más sabe de la monarquía española) el franquismo y la transición. Pero la mejor colección de recuerdos y anécdotas se reserva para el mundo editorial, sus triunfos y sus miserias. El relato está plagado de una densa sucesión de hechos y nombres: Mercedes Salisach, Paco Umbral, Dionisio Ridruejo, Cela, Caballero Bonald, Ignacio Agustí, Santiago Carrillo. De Jordi Pujol detalla varios sucesos que lo retratan como un payaso de la seriedad, como cuando defiende el derecho de los húngaros a hablar en húngaro en una cena de húngaros.

Pero además la feria de Franckfort funciona en la casi novela como un escenario de vanidades, una pasarela por la que desfilan las prime donne del diario El País (Pradera y Haro Tecglen) , con su aire de eminentes cardenales.

El libro comienza con una dedicatoria a los ingenuos, «a todos los que creen que los niños vienen de París» y un cita de Simenon: «Algún día , sin duda, el contenido de la casa se amontonaría en la acera y un tasador se llevaría al mercado de viejo lo que había constituido el marco de una existencia», y termina con una perplejidad: «Me pregunto si alguna vez fuimos jóvenes o si nuestra vida no ha sido más un soplo que ha apagado una vela»

Con ese soplo, con esos objetos que han sido el marco de su existencia, con los fragmentos de memoria y de historia que han sido su aportación como editor, antes de que comience la puja final, Borrás ha construido un relato que se lee con placer, en el que quizá dice cosas repetidas, pero las dice de una forma nueva, efervescente, persuasiva.

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