La vida en suspenso. Diario del confinamiento. Jordi Doce. Fórcola
Como náufragos «de interior». Así confiesa que se siente, en una de las entradas de este libro/diario el autor. La vida en suspenso es una crónica íntima del confinamiento, del arresto domiciliario, de esa experiencia de robinsones modernos, cada uno en su isla/casa, desde mitades de marzo hasta los límites de mayo. Hemos elegido para ilustrar este artículo una fotografía de Anthony Hernandez, porque nos sugiere lo mismo que a Jordi Doce el cuadro de Haritz Guisasola. Todos hemos abierto el armario y hemos visto la boca vacía de esos zapatos que parecen preguntar dónde han ido los humanos que los habitaron.
Primeras impresiones
Jordi Doce anota en su primera entrada en La vida en suspenso algunas impresiones: los pájaros ocupan el parque como si fueran dueños, el césped se ha vuelto una alfombra uniforme, y tenemos que aprender a usar la vida, a organizar el tiempo. La vida nueva está compuesta por miembres viejos, como de otra generación: se pasa tiempo el tiempo en los balcones, mirando la calle vacía, se contemplan las idas y venidas de los gatos, y los vecinos asoman sus gestos cotidianos al patio hasta ahora ignorado.
Confieso que entré en este libro con escepticismo. ¿Qué nos puede contar su autor que no hayamos experimentado por nosotros mismos? Agoté sus notas en dos horas, sin pausa. Doce es un autor sereno. Tiene una mirada tranquila. No hay en su libro ni rastro de los tics apocalípticos tan frecuentes en la prensa, entre los columnistas . Si a veces peca, lo hace de ingenuidad, como cuando termina un párrafo confiado en las garantías constitucionales, inquieto solo por la posible atrofia de la sociedad civil española. ¿Tiene España, de verdad, alguna sociedad civil por la que sentirse preocupada?
Cioran y un güisqui de malta
El confinado escribe a diario, ve documentales, lee, y cuida su dieta intelectual. Resiste durante mucho tiempo la tentación de comenzar los Cuadernos de Cioran. En la lista de las cosas que hará cuando termine el confinamiento está esa lectura y la apertura de una botella de Glenfeddich. Y una, al leer esa entrada del martes 3,1 piensa: Cioran es perfecto para la pandemia, y el güisqui le acompaña como un antídoto para neutralizar el cianuro del rumano.
Desde las primeras anotaciones en este diario, el lector tiene una sensación muy cercana a la que le asalta cuando lee Casa tomada, de Julio Cortázar. La alusión a esa obra llegará el 2 de abril. Y se siente próximo al autor cuando agradece que su padre, ya fallecido, no haya tenido que pasar por este trance. ¿Cuántos hemos sentido lo mismo? ¿Cuántos hemos pensado con alivio que nuestros padres, con su desconfianza hacia el poder político, conscientes por su vida propia de la fragilidad de nuestro mundo, se hayan ido antes de la pandemia? Hay en los diarios, como se dice en algún momento de La vida en suspenso, una intimidad compartida entre autor y lector, que tiene un profundo efecto de reconocimiento.
Se posee lo que se ve
La crónica general de la pandemia tiene en este libro una pieza profundamente humana. Parcial, sin duda, como reconoce el propio autor: uno posee lo que ve. Y Doce ciñe su mirada a su mundo cercano, a los pequeños acontecimientos de una visión limitada: el episodio de unos gitanos que rebuscan en un contenedor ante la indiferencia de la policía, una pelea a gritos en el parque, o un policía que para en una librería para pedir al librero el último ejemplar de Labores del hogar: «es para mi madre». O el hervor de perplejidad indignada al leer un artículo de Almudera Grandes en el que la autora se lamenta, como si fuera una duquesa caduca, de haber perdido su propiedad más preciada: su asistenta.
En el camino de esos 55 días, el autor va dejando atrás su ingenuidad, «de la que ahora me averguenzo un poco» y se asoma a al regreso a la vida con la inquietud por esta España que solo sabe habitar en el blanco o en el negro, que se mueve torpe en los tonos matizados del gris. Cuando terminas La vida en suspenso tienes la sensación de que la España confinada fuera algo remoto, como por confirmar la cita de Hartley de que «el pasado es un país extranjero». La vida en suspenso es la primera crónica íntima del confinamiento. Tengo la impresión, como lectora, de que la pequeña gran verdad de sus detalles tendrá validez durante mucho tiempo.
Esta lectora da las gracias a Fórcola. Armar un libro con calidad y en tiempo récord, poner en el mercado de nuevo buenas obras es tarea de editores vocacionales, que no ven dificultades, tan solo oportunidades de ofrecer en el mercado buena literatura.
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