Las cartas entre Tomasi di Lampedusa y Alessandra Wolff, o cómo nace una obra maestra

Un matrimonio epistolar. Correspondencia entre Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Alessandra Wolff von Stormesee. Caterina Cardona. Epílogo de Giorgio Manganelli. Traducción de José Ramón Monreal. Elba editorial.

Entre 1932 y 1943, Giuseppe Tomasi di Lampedusa se carteró con Alessandra Wolff von Stormesee, baronesa letona, psicoanalista fundadora de la Sociedad Psicoanalítica italiana, e introductora de Freud en Italia. Dos excéntricos. Tomasi di Lampedusa, autor de El Gatopardo, miembro de la aristocracia siciliana, y ella, una letona de carácter fuerte, una eslava dedicada al análisis, a la psicología. Dos mundos que gravitaban, cada uno, en torno a una mansión: la de Stormesee, perdida por la familia después de la guerra mundial, y la de los Lampedusa, bombardeada en la ofensiva aliada de 1943.

tomasi di lampedusa

Las cartas de Tomasi di Lampedusa son, sostiene Cardona, el único aprendizaje literario del autor antes de El Gatopardo. Lampedusa fue en su vida, sobre todo un lector, un gourmet de la literatura, sobre todo francesa. Políglota, leía a Proust y Balzac en su lengua original. Pero hasta que escribió Los lugares de mi primera infancia y El Gatorpardo, Tomasi fue solo un lector y un escritor de cartas. No hay nada más en su vida que pueda ser un ejercicio literario, «nada de narrativa en el cajón, la dedicación durante años a una ténica, la profundización, el trabajo de la lima, el perfeccionar un estilo».

Una novela en la que se revela su verdadero yo, en la que se derrumban «las defensas de su vida, de modo que, para asombro de quienes le habían oído profesar la superioridad de lo «magro» sobre lo «graso», (…) resulta que el estilo de su obra era «graso» y no «magro», es decir, era rico y no pobre en adjetivos, opulento y no parco en el análisis». Es la novela de un lector.

En las cartas, a menudo llenas de banalidades, emerge de tanto en tanto un detalle brillante, un destello que nos permite explicar ese misterio de El Gatopardo, la única novela del miembro de una clase aristocrática que rompe la omertá de un mundo que tenía por pecado imperdonable el hacer, y por costumbre el no dejar constancia literaria de su vida («el pecado que no perdonamos es el de hacer»)

Tomasi di Lampedusa tenía unos primos, los Piccolo, en cuya mansión de Capo d’Orlando pasaba largas temporadas. Uno de esos primos había probado con éxito la pintura, otro se había dedicado con fortuna a los grabados, y un tercero había ensayado la poesía con resultados sobresalientes que merecieron los elogios de Montale. Y Lampedusa escribe, picado en su orgullo, que él «no es el más tonto» de la familia. Y se pone a escribir, para volver al paraíso perdido de su infancia, para salvar ese mundo que acaba de ser bombardeado y sumido en la destrucción de la guerra.

De las cartas emerge la personalidad de Alessandra, Licy, la extraña intrusa en el mundo del escritor. Tomasi apenas sale de Palermo, y tampoco hace nada por integrar a su esposa en la vida siciliana. Viven su amor en las cartas. Ella en Roma, él desde Sicilia. Ella dedica a perfeccionar el análisis, él a la vida del lector que espera los últimos envíos de París, los tomos de la Plèiade que recoge en la estafeta de correos, a vivir a la sombra de su madre, a la que no nombra, como todo lo que es importante en su vida, y a la que demora la noticia de que se ha casado con una aristócrata eslava.

Licy expresará el deseo de vivir a solas con su marido. Pero Giuseppe «no había conseguido nunca concebir el poder separarse de su madre, vivir bajo otro techo que no fuera el de su infancia». Se escriben en francés. Giuseppe no concede ni una sola palabra de afecto a Licy, salvo en el encabezamiento o en la despedida. Licy, incluso más austera, evita exteriorizar sus sentimientos. Expresan la cualidad de una «educación muy especial». Un matrimonio sin hijos, que volcaba todo su afecto en los perros, canes a los que se dirigían en diferentes idiomas: a Crab en italiano, a Poppy en alemán, al primer braco que aparece en las cartas de 1934 en ruso. En este intercambio epistolar se puede rastrear algunos elementos esenciales de El Gatopardo. No solo el origen de esa prosa «grasa», sino el valor del escenario, o la ampulosa suntuosidad con la que se describen los platos de los banquetes, o la golosa forma de los pasteles.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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