Lea esto sentado; por si acaso…

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lea esto sentado

Mientras suena de fondo bronce gitano de Sabicas y si nadie se lo ha dicho – que nunca se sabe– existe una cosa que se llama ‘libertad’. Sí. Eso que reprime a conciencia hasta convertirlo en un hábito inconsciente de moverse por las esquinas de la vida, callando… y callando va, y callando viene quemando sangre con la libertad pulcra, sin estrenar; porque ahora también se estila la reinterpretación de algunas palabras para tenerlo bien atado a sus orteguianas “circunstancias” que, como bien recordará el lector, el perínclito filósofo sentenció aquello del “yo soy yo y mis circunstancias…”. Bueno, puede ser; con calma y con matices. Porque ahora sólo faltaba que las circunstancias fueran excusas para no ser libres en nuestra España, cuando están reduciendo a cenizas la ya extinta Gaza. Así que procedamos y sin quejas.

Antes de saber deletrear la palabra, vino libre al mundo porque, en primer lugar, el hombre, con tiempo para reflexionar sobre sus actos, es la criatura mamífera y glotona que toma conciencia de sí; que se da cuenta de sí, que se cae de culo cuando sorprende su ‘ser’, siendo en acto por estas anchuras de tierra, divinamente abonada con excrementos  de quienes  lo querrán  reducir de ser humano a mano de obra. No se deje jibarizar. Sus hijos lo están mirando…

Antes de que alguien – y no digo nombres– acotara la libertad a circunstancias territoriales (esclavistas), a circunstancias coyunturales (cobardes y esclavistas), a circunstancias político–económicas (seguramente, ilustrados enriquecidos por alguna desamortización en nombre del bien popular…) ya existía una modalidad que era, si no recuerdo mal, ‘la libertad de conciencia’, la interior, la que no hace falta ir a misa y confesado para reconocerla como un ente despierto entre pecho y espalda; reconocida por marxistas, troskistas, estalinistas, leninistas más a la izquierda y por anarquistas de todo pelaje que se desenvuelven de maravilla entre las derechas más rectas y las otras derechas…sí, esas. Y antes de adjetivar a la pobre libertad poniéndole un collar ideológico, ésta existía sin necesidad de apoyos, consensos ni mayorías parlamentarias. De hecho, la Historia es el gran movimiento migratorio de la libertad.

Si miento, recuerden al  Espartaco  de Stanley Kubrick, por no meternos en barros grecofilosóficos; o a Numancia, nuestra pequeña Masada; que antes de perder la libertad, prefirieron perder la vida –esto ya tampoco se estila, claro–, y no se estila, precisamente, porque ya no sabemos qué es  esa conciencia que acompaña a la libertad, que trasciende siglos, ideales, programas y progromos, porque nos han encadenado a servidumbres que le dejo a usted adjetivar a gusto, en silencio, mientras rumia mis palabras y se enfada consigo mismo, que yo no tengo la culpa de la confusión entre libertad y comulgar con ruedas indigestas para no tener problemas.

Otro ejemplo de libertad de conciencia, no supeditado a la circunstancia económico-social es la del propio Jesús –carpintero y mesías a jornada completa, hasta que dejó el oficio para abrir las puertas al campo–pero en este caso, prefiero mostrar qué sucede en el hombre cuando éste encuentra al Cristo verdadero, unos siglos después. Y esto son datos históricos que, como siempre, dejo a su interpretación. Por ejemplo, el no suficientemente atendido Francisco de Asís. Rico, hijo de papá, caprichoso y con un negocio de sedas y tejidos del pret-a-porter medieval que, por conciencia, es decir, conscientemente, se desnudó ante todos para abrazar un andrajoso vestido de saco y pasar a la historia de los locos incomprendidos; aquellos que el mundo etiqueta de este modo porque no se atreven a tal audacia. Si encuentran la película Francesco, protagonizada por Helena Bonham Carter y un Mickey Rourke después de Nueve semanas y media y El corazón del ángel, comprenderán que al actor no le costó quedarse en cueros ante la sociedad de su tiempo, ante su padre y ante el señor obispo.

“…y el loco, a mi me llaman el loco

 y nadie me viene a ver,

soy un cuadro de tristeza

pegaíto a la paré….”

cantaría Pansequito a compás por bulerías de san Francisco, porque no hay nada que exalte más la libertad que sentirse amado a la altura del gran Deseo que atravesaba a il poverello; el de sentirse amado con locura, sin migajas… pero no falla, oiga; cuando alguien encuentra un gran amor y hace ese tipo de actos libres, de conciencia, porque sale de las entrañas, enseguida vienen los vendedores de sucedáneos, de achicorias, de parches con poliéster, a falta de una buena tela con su buena caída. Y vienen con sus “cállate” y con sus “piensa en tu familia”. Piensa “que el mundo ha cambiado; no hagas tonterías”, como le dijeron a otro loco: al campesino Franz Jägerstätter, que se negó a servir a Hitler y le costó su propia vida que era –querido lector– como la suya: con trabajo, esposa e hijos, en los que no se parapetó para acallar la libertad de conciencia. Por algo es beato. Otros, corrieron con sus filosofías a jalear al Tercer Reich y siguen con sus filosofías ensalzando a los discípulos de Adolph. Y podríamos seguir con cientos de ejemplos de libertad real; esa que prometen y no cumplen las reactivas estrellas de los imperios, como la libertad del padre Kolbe, que se entregó a los nazis a cambio de salvar a un padre de familia.  Y más, muchos más; desde el primer mártir hasta los nuevos masacrados, porque no pueden esconder su amor libre, o lo disimulan deliciosamente como en Silencio de Scorsese.

Un día vendrán, querido lector, sus propios camaradas a decirle que “entre en razón”, que “vuelva a la cordura”, que la vida “es otra cosa”. Vendrán a por usted, no lo dude, como fueron  a por Francisco los propios franciscanos para echarlo, para callarlo y a por Kolbe y a por Franz; a decirles que su regla es imposible de poner en práctica, porque ellos no están tan enamorados ni son tan libres como el amante y el amado, que sí: ellos sí son capaces, porque el amor les ha dado alas para ser libres de las convenciones circunstancialmente sociales en las que se escudan todos, y en cada época, para servir de poder o de alimento a las alimañas.

Y vendrán, si no lo han hecho ya, con la mala costumbre de llamarlo a la mansedumbre estoica, a vivir con menos de lo que anhela el corazón. No en vano, a los santos siempre los consideran locos. Y a los locos, junto a los niños, se les reconoce como oráculos de confianza.

Cuando llegue ese día, necesitará algún loco libre que lo ayude, que lo saque de su pozo, que no calle ante su cadáver, que no mire hacia otro lado y que hará progresar al mundo, levantándolo del suelo y limpiándolo el traje, aunque sea usted samaritano o extranjero.

Ese día tendrá que decidir si responde a la “la cordura mundana”: la de los señores de la guerra, la de los agoreros, los profetas de la destrucción, los aficionados a coleccionar ideas fosilizadas porque temen ser libres ahora, cuando hace falta el amor y la justicia. Y ese día sentirá el vértigo de descubrir su verdadera talla moral, no la que imagina; y descubrirá si es un convidado de piedra, callado, connivente ante el mal, manchado con la sangre de su silencio. Y además, conocerá el escaso precio de los grilletes con los que le han encadenado a la rueda de presos. Usted decide si quiere estar a la altura de su naturaleza como Espartaco, o rebajar su precio en el mercado de esclavos.

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