‘Mercier y Camier’, de Beckett, o el sentido de la vida como un camino machadiano

Mercier i Camier. Samuel Beckett. Quid Pro Quo Edicions. Traducción de Marta Marfany Simó

‘Mercier y Camier’ es una obra del escritor irlandés Samuel Beckett, un nombre que siempre va unido al de James Joyce, con el que tuvo una estrecha relación. Un escritor que vivió con un pie en las Islas Británicas y otro en Francia y que escribió la parte más importante de su obra en francés. Además, recibió el Premio Nobel de Literatura. ‘Mercier y Camier’ es la primera obra que escribe en francés, en una situación de extrema pobreza, justo después de la II Guerra Mundial, en la cual él había luchado en La Resistencia. El libro, sin embargo, no lo publicaría hasta el año 1970, justo después de ganar el Nobel y a requerimiento de su editor, que le pedía que le diese nuevos trabajos. La novela es un antecedente de ‘Esperando a Godot’, y podría resumirse en que es una reescritura del mito de Sísifo solo que con dos personajes subiendo y bajando la piedra de la montaña y hablando mientras tanto sobre las cosas que uno habla cuando va andando y andando por el campo y el destino parece que esté muy lejano.

samuel beckett

La novela se inicia con el encuentro de estos dos personajes, dos ladrones, que deciden comenzar un viaje, un viaje a ninguna parte, en el cual van sucediéndose las situaciones absurdo-humorísticas. Dos personajes con nombres homófonos que tienden a repetir lo que dice el otro o a decir justo lo contrario en unos diálogos que parecen no tener ningún sentido. Como si los dos personajes fuesen un par de borrachos. Diálogos que en muchas ocasiones son de una sola palabra. Diálogos que a veces adquieren un tono de discusión, que nos pueden parecer absurdos, pero lo cierto es que, en el fondo, en la vida real, muchos de nuestros diálogos son así de absurdos o incluso más. De hecho, los diálogos literarios no tienen nunca nada de realistas porque precisamente lo que buscan es poner orden en el desorden, en el absurdo, de nuestras vidas. Se trata de dos personajes que son descritos físicamente en modo distinto pero que son perfectamente intercambiables porque, al fin y al cabo, el sinsentido de la vida lo es igual para todos. Una novela que es todo el tiempo un juego y, en ese sentido, Handke tiene razón cuando afirma que la literatura, para ser realmente grande, debe ser un juego.

Un tipo de narración que también pone de manifiesto los límites del lenguaje y la dificultad para hacernos comprender, porque eso implica en primer lugar saber qué es aquello que deseamos expresar y encontrar las palabras para ello. La lengua no deja de tratarse de un código limitado para intentar explicar aquello que nos sucede, de modo que, en el fondo, todo acto de comunicación no deja de ser algo así como un diálogo de sordos. Los diálogos entre las personas, la mayor parte del tiempo hablamos de cosas banales, parece que estemos leyendo las distintas partes de un guion. Cuando realmente queremos decir algo que nos importa, no encontramos las palabras, y si intentamos explicarlo de un modo un tanto abstracto, sin referencias culturales, claramente no nos van a entender. Es necesario que lo contemos a través de una historia. Entonces, naturalmente, puede haber también malentendidos, pero el otro creerá haber entendido algo.

En el fondo un diálogo serio no es más que un monólogo dirigido a uno mismo para explicarse el mundo, así que, si quien accidentalmente está con nosotros cree entender algo, mejor para él. Llamamos absurdas a estas conversaciones como si nosotros tuviéramos conversaciones cargadas de un sentido profundo cuando en realidad no hacemos más que contarnos la misma historia los unos a los otros. Historias mil veces repetidas, los motivos mil veces repetidos, y nosotros creemos que es algo original. Como el adolescente de que da su primer beso.

samuel Beckett
Samuel Beckett

En la novela se intercalan una serie de capítulos que vienen a ser como un resumen de lo que ha acontecido hasta entonces y que recuerdan a los encabezamientos que se colocaban antes en las novelas para resumir lo que leeríamos a continuación que, por ejemplo, está presente en un libro insigne de la modernidad como ‘Meridiano de sangre’ de Cormac McCarthy. Aquí la diferencia es que están en forma de listado. La existencia de los capítulos resumen hace pensar que, de algún modo, con esas indicaciones se podría construir una novela tradicional, lo que ocurre es que en un determinado momento se opta por un camino distinto. Añadir que estos resúmenes son algo más que resúmenes, pues pueden darnos informaciones que no teníamos.

En un determinado momento de la novela Camier le dice a Mercier que ellos no viajan por viajar, no viajan sin un destino, que no son tan tontos como para hacer eso. La vida precisamente es creer que hay un destino y no darnos cuenta que hagamos lo que hagamos somos como un hámster dando vueltas en la rueda. Y suerte tendremos si no nos pasa como al hámster de Jacinto Antón.

De hecho, si uno escribiese una novela sobre un camino, sobre un viaje, y no le quisiese dar una unidad de destino, y los caminantes no estuviesen explicando historias sobre los lugares, de las cosas que les ocurrieron en otros lugares y se centrase exclusivamente en lo que ocurre durante el camino, y que solo fuese caminar, nada de visitar monumentos, sólo el camino, esa historia no sería muy distinta de la de estos dos personajes, siempre y cuando a los dos paseantes se les prohibiese de algún modo contar historias y no se les permitiese desarrollar sus ideas, porque una de las características de esta novela es que los diálogos son muy cortos y son réplicas continuas, de modo que no es posible seguir un hilo argumental. Digamos que esa es la norma que impone el autor a sus personajes: evitar que la conversación pueda tener un sentido.

Una cosa que me ha llamado la atención es que este libro, que se escribió en 1946, aunque se publicó en 1970, habla en un determinado momento de la fecundación artificial y de que solo sería pecado cuando el semen no fuese procedente del marido. Bien, pues al parecer, nada menos que en 1785, se produjo la primera inseminación artificial en humanos. Os ahorraré los detalles. Creedme, no necesitáis saberlo.

Josep Masanés
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Escritor. Menorca es mi mundo, San Luis su capital. Me gustaría ser un epígono del rey de la vajilla. Pero va a ser que no.

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