Metafísica del aperitivo. Stéphan Lévy-Kuentz. Traducción de Laura Naranjo Gutiérrez. Periférica
En los chistes sobre las inclinaciones y el gusto de las naciones, se atribuye siempre a los alemanes la elevación metafísica, y a los franceses el ejercicio del placer. Lévy-Kuentz ha buscado en Metafísica del aperitivo la confluencia de estos dos caminos en un texto que parte del hecho, banal y cotidiano, de tomar un aperitivo en la terraza de un bar de París. Basta una silla y una mesa para asistir al espectáculo del mundo, para transitar por los paisajes interiores. El acohol aquí es un catalizador imprescindible. Nuestro autor llegará a un estado cercano a la ebriedad gracias a varias copas de irancy, «resultante de las variedades de uva pinot noir y césar -cepa esta última que se remonta a los galos-, lleva el nombre de la ciudad natal de Jacques-Germain Soufflot, arquitecto del Panteón, esa tarta de piedra nacional recubierta de una ganache de calidad superior, que no se encuentra muy lejos de esta terraza».
En el pórtico de Metafísica del aperitivo, Lévy-Kuentz convoca a tres escritores de la distancia en la contemplación del mundo: Witold Gombrowicz, Thomas Bernhard y Fernando Pessoa. De Pessoa, inevitable en un texto en el que desde la quietud se ven pasar las horas, se extrae una cita certera: «un hombre dotado de la verdadera sabiduría puede disfrutar del espectáculo entero del mundo desde su silla, sin saber leer y sin hablar con nadie, gracias al uso de los sentidos y un alma que desconoce la tristeza». No será la única alusión al sensacionismo del escritor que quiso experimentar todas las posibilidades de la existencia sin salir de Lisboa.
Después de una larga jornada, el autor busca el lugar adecuado para aislarse, condición primera de la libertad, según Pessoa. Estamos ante un aperitivo de tarde, en la frontera del día. El de mediodía suele ser un aperitivo social, por tanto muy poco propicio para la metafísica. «Condición previa: encontrar un puesto de observación idóneo, ligeramente apartado, ni demasiado expuesto ni demasiado aislado, una atalaya que garantice un ángulo de visión propicio para la observación, sin vecinos desagradables…»
Después de una disquisición sobre las diferentes armas del aperitivo, el autor se decide por una copa de irancy. El vino y la moleskine. Apagado el teléfono móvil, cortada la cinta de la inauguración, «todo aquello de lo que habías huido vuelve a ti». «El aperitivo es un centro de gravedad apátrida hecho para alejar las consignas castradoras. Es ese purgatorio entre el día y la noche, entre la noche y la muerte, un embrollo cerebral en el que nada existe con plenitud, en el que lo que se pronuncia nunca llegue a aseverarse ni tampoco a desmentirse. Un combate a cámara lenta entre uno mismo y su imagen ideal, la que le confieren los demás. No te embriagas para perderte, sino para encontrarte; no para olvidar, sino para recordar».
Comienza así un viaje de introspección, un periplo acompañado de escritores y filósofos, hilvanado con observaciones sobre lo que ocurre alrededor: los hábitos y códigos del camarero, la irrupción de una tribu escandalosa, los paseantes. La distancia: «la libertad sólo se libera cuando no tememos ni a la soledad, ni al sufrimiento ni a la incomprensión». Y la crítica: «llevas tiempo observando que, para impulsarse con las corrientes ascendentes, ciertos espíritus engreídos han desarrollado una curiosa dependencia de los testimonios gratificantes. Y cuando esos testimonios se vuelven necesarios es porque la conciencia no está tranquila».
El gran mérito de este texto breve es reproducir esa corriente de libertad que alcanzamos en la intimidad de un momento de soledad, con la ingravidez de la ebriedad alcohólica, en la que nos dedicamos a contemplar el mundo, con la certeza de que existe más sabiduría en esa contemplación de las cosas que en la patosa acción de intentar cambiarlas. Pessoa imaginó sus mundos así, sentado en la mesa de un café. Sirva esta obra que es una pequeña joya para reclamar ese hábito sabio del aperitivo, amenazado por la continua distracción de los aparatos electrónicos, y por la aparición de un orden moral que busca reprimir ese refugio de los espíritus libres.
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