Hay cómics que se leen con la mirada y hay otros que se leen con la conciencia. Okinawa, del dibujante japonés Susumu Higa, es una de esas obras que se instalan en el lector como una herida lenta, no por su violencia gráfica, sino por la densidad moral de lo que transmite. Editado en España por Norma, este volumen de más de 400 páginas reúne historias cortas centradas en la Segunda Guerra Mundial, la batalla de Okinawa y la presencia militar estadounidense en la isla hasta nuestros días. Pero no es, en sentido estricto, un libro de guerra: es un libro sobre la supervivencia de la humanidad bajo las ruinas del poder.

Una memoria fragmentada, unificada por la dignidad
Estructurado en dos partes bien diferenciadas —la primera ambientada durante la batalla de Okinawa en 1945, la segunda en la Okinawa contemporánea—, el libro construye una mirada coral, casi documental, sobre los efectos del conflicto en una población civil atrapada entre tres fuegos: el imperial japonés, el invasor estadounidense y el olvido histórico posterior.
Higa recupera relatos orales de ancianos, campesinos, mujeres, soldados derrotados y niños que solo entienden el miedo. Cada historia se dibuja con contención emocional, sin efectismos dramáticos, pero con una ternura y una claridad narrativa que desmontan cualquier romanticismo. En lugar de la épica militar, Higa pone el foco en lo cotidiano: el hambre, las despedidas, las traiciones necesarias para sobrevivir, los silencios de después. Sus personajes no son héroes ni víctimas ejemplares: son gente común arrollada por la maquinaria de la historia.
Un estilo gráfico sobrio y poderoso
El estilo de Susumu Higa está deliberadamente despojado de artificios. Dibuja con tinta negra sobre blanco sin tramas mecánicas, sin sombreado digital ni decorativismo. El trazo es firme pero nunca agresivo; las líneas son claras, funcionales, de una economía expresiva que recuerda al arte del grabado, pero con la respiración propia de la caligrafía japonesa.

Los personajes están construidos con una delicadeza que no oculta el sufrimiento: los rostros transmiten cansancio, sorpresa, miedo o resignación con mínimos recursos. Pero es en la puesta en página donde Higa alcanza su mayor sofisticación narrativa. Aunque utiliza estructuras de viñeta tradicional, sin rupturas evidentes, su manejo del tempo visual es ejemplar. Sabe cuándo detener la acción en una mirada, cuándo extender una escena en viñetas mudas, y cuándo hacer que el silencio pese más que cualquier palabra.
Su dibujo, heredero del gekiga de Yoshihiro Tatsumi o Masahiko Matsumoto, tiene también resonancias del shojo más introspectivo: en la expresión del trauma, en la contención melancólica, en la manera de construir intimidad incluso en medio de la violencia. En sus páginas, el horror no necesita ser explícito: la verdadera catástrofe se intuye en lo que se deja fuera del encuadre. Higa convierte la economía formal en un lenguaje ético, donde el dolor nunca se convierte en espectáculo.
Voces que legitiman una obra mayor
Desde su publicación en Francia y su difusión internacional, Okinawa ha sido celebrada por numerosos autores y críticos. Emmanuel Guibert, autor de La guerra de Alan, la describió como “una de las obras más honestas que he leído sobre el sufrimiento civil durante la guerra”. Joe Sacco, referente del cómic periodístico, ha dicho en entrevistas que “Higa da lecciones de cómo narrar el conflicto sin apropiarse del dolor ajeno”. Por su parte, la crítica de The Comics Journal la comparó con Gen de los pies descalzos, señalando que “si Gen mostraba la destrucción, Okinawa muestra la supervivencia moral”.
También la historietista y editora Mari Yamazaki subrayó la valentía de Higa por “reivindicar la identidad cultural de Okinawa dentro del relato nacional japonés”, y el historiador de manga francés Frédéric Boilet ha calificado la obra de “esencial para entender cómo el cómic puede actuar como acto de reparación histórica”.
Okinawa como sujeto histórico y político
Una de las grandes virtudes del libro es que no solo cuenta historias de guerra: cuestiona la identidad japonesa desde sus márgenes. Okinawa fue un reino independiente, luego colonizado por Japón y convertido en el escenario del último gran campo de batalla del Pacífico. Tras la guerra, quedó bajo control militar estadounidense hasta 1972. Hoy, sigue siendo el lugar donde se concentran la mayoría de bases de EE. UU. en Japón.
Higa no milita, pero su obra tiene una carga profundamente política: muestra cómo la cultura okinawense ha sido sistemáticamente arrasada, utilizada y silenciada tanto por su país como por la potencia ocupante. En la segunda parte del libro, ambientada en la actualidad, aparecen viñetas donde se narran protestas pacíficas frente a las bases, mujeres violentadas por soldados, barrios enteros expropiados, y una juventud que vive con helicópteros sobrevolando sus casas. Esta continuidad entre la guerra y la paz, entre el trauma histórico y la violencia estructural, convierte Okinawa en una obra profundamente contemporánea.
Una lectura intergeneracional y necesaria
Okinawa es un libro exigente en lo emocional, pero accesible en lo formal. Atraerá a los lectores de manga histórico, a los aficionados al cómic de no ficción, y a cualquier lector interesado en cómo el dibujo puede convertirse en una forma de justicia.
No hay que ser experto en historia japonesa para entender lo que Higa transmite: basta con querer comprender cómo se sufre, cómo se resiste y cómo se recuerda. En tiempos donde la simplificación y el entretenimiento dominan el medio, Okinawa reivindica la dimensión cívica del cómic: narrar lo que otros no quisieron contar, dar rostro a los invisibles, y recordar que la guerra nunca termina para quienes la sobreviven.
Una obra monumental en su humildad, profundamente humana, y necesaria para todas las generaciones que buscan en el cómic algo más que evasión: memoria, compasión y verdad.