‘Papel negro’, de Teju Cole, o el arte del contrapunto

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Papel negro. Escribir en tiempos de oscuridad. Teju Cole. Traducción de Miguel Temprano García. Editorial Acantilado.

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Teju Cole es un hombre en busca de sentido en un mundo complejo y fracturado. Un mundo oscuro, ante el que el autor destaca que «la oscuridad no está vacía» Por eso se siente próximo a aquel Michelangelo Merisi da Caravaggio cuya vida breve e intensa evoca en el primer ensayo, Basado en Caravaggio. Un pintor que huye. Escapa de Milán en 1592, implicado en una riña en la que resulta herido un guardia. Se fuga de Roma para evitar su responsabilidad en un asesinato. Huye de Malta para zafarse de la justicia por otro crimen, y muere en el viaje de regreso, en Porto Ercole, en 1610. Su via está envuelta en la oscuridad del misterio. Cole se sienta ante los cuadros de Caravaggio y siente «alarma y consuelo», experimenta «algo que está más allá del alcance del lenguaje, algo sin lo que no querrías vivir». Cole se siente próximo al pintor, a su obra, en la que late «el conocimiento de todo el dolor, la soledad, la belleza, el miedo y la espantosa vulnerabilidad que comparten nuestros cuerpos».

Caravaggio abre Papel negro, que es una colección de ensayos en los que Cole analiza cuestiones que tienen que ver con la crisis de humanidad de nuestro tiempo. Cole es un autor de una curiosidad vasta, una de esas miradas que abarca el arte, la fotografía, la historia, la sociología, la música y el pensamiento. Y todas esas disciplinas conviven en sus textos. Cole demuestra en ocasiones un dominio profundo y sutil de los lenguajes de la literatura y la música. Y crea contrapuntos de una belleza muy sugerente. Lo primero que sorprende en este libro es la forma.

Cole es un innovador, tanto en la esctructura como en el estilo. Experimenta y consigue así textos en los que se combina la historia personal con la evocación de un personaje y el contrapunto de una pieza musical. Así, en Cuarteto para Edward Said, suenan a la vez los recuerdos de Nueva York, el primer encuentro con Said, y el Cuarteto número 15 de Beetthoven. El dolor del músico, enfermo cuando compuso esa obra, se mezcla con el recuerdo de una caminata por las montañas de Ramala, con la memoria de una visita a la tumba de Said, con otras músicas, otras ciudades. El carácter interdisciplinario de la formación de Cole le hace ser un escritor denso de detalles y apreciaciones. La fotografía, la literatura, la mússca, son formas que nos ayudan a comprender y a responder a una realidad cada vez más difícil.

Un compromiso ético

La voz que suena en Papel negro es erudita, es humana, y es observadora. Se aprecia en estos textos, tan fragmentados como la propia realidad que analiza, una sugerente combinación de la reflexión personal con el análisis crítico. Cole pone su mirada en el la vulnerabilidad humana, en la difícil situación de los emigrantes que llegan a las costas italianas, las mismas por las que deambuló en su huida permanente el pintor Caravaggio. Cole descubre el dolor, nos lo traslada a través de la descripción del olor nauseabundo que emana del fondo de una barca utilizada para cruzar el Mediterráneo.

La de Cole es una mirada crítica que descubre. Por ejemplo las imágenes de Mofokeng, un fotógrafo surafricano que describe la vida en los asentamientos en los años 80, en especial la serie dedicada al interior del tren que une Soweto y Johannesburgo, imágenes que «se apartan de lo pintoresco y se acercan más a la vida misma», «fotografías de un desorden y una imprecisión tranquilas, un trabajo de sombras y una negación estratégica, evocaciones de lo que no puede apresurarse ni extinguirse».

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Mofokeng. Tren Soweto-Johannesburgo

La identidad es otro de los grandes temas de Cole. Así, en La negrura de la pantera, uno de los ensayos más interesantes de este libro colosal, comienza con esta frase que atrapa al lector para no soltarlo hasta el final: «empecé a convertirme en africano hace casi treinta años. Ocurrió cuando dejé Nigeria y me mudé a Estados Unidos». Lo dice un autor que nació en Etados Unidos y al poco tiem po, con unos meses de vida, se mudó con su familia a Nigeria. Descubre su identidad por contraste, «en el proceso de hacerme africano también empecé a hacerme negro, lo cual resultó ser un viaje más complejo». En este ensayo, el contrapunto se compone con una serie de imágenes o historias que tienen que ver con los animales en los zoos, en especial las panteras. Tanto el autor como los felinos, quieren escapar, estar en la naturaleza: «preferiría estar en la civilización creada por mí, extraña, contraria, tan vacía como la de los blancos, externa a su lógica. Siempre estoy buscando las salidas».

Cole es un autor de epifanías. A ese concepto dedica un brillante ensayo. Parte de la definición que le ofrece Stephen el héroe, versión temprana del Retrato del artista adolescente de James Joyce: «una súbita manifestación espiritual». Por el texto desfilan Sebald, Virginia Woolf. la Cabiria de Fellini, Rilke, Benjamin. La obra de Cole está llena de epifanías, y a ellas dedica los ensayos: «la epifanía no es sólo revelación o perspicacia, es, también, la reorganización del yo a través de los sentidos. Es un compromiso con las cosas que aceleran el corazón, a través de las facultades del cuerpo, las cosas que pillan desprevenido al corazón y lo abren en dos». De ahí que concluya que la escritura es «un intento de prestar testimonio y de profetizar. Es un compromiso apuntalado por la historia, el desfile, la memoria, la música, por tiendas que son como ciudades y ciudades que son como tiendas, por la soledad y lo colectivo, por lo que hemos leído y recordado, por el amor y la desesperación, por los vivos y los muertos». Ningún párrafo del libro, este libro denso, bello, profundo y lleno de sorprendentes asociaciones, puede resumir mejor quién es y qué hace con la escritura Teju Cole.

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