Antes de registrarse la primera patente de un coche, en 1860, hubiese sido surrealista imaginar que una estructura motorizada de combustión a cuatro ruedas pudiese recorrer un solo metro. Pero hoy la realidad supera con creces a la ficción, dado que incluso el coche eléctrico está cada vez más presente en ciudades y carreteras. Existen espacios de recarga en las calles para estos automóviles del futuro, como si de la batería de un móvil se tratase.
El primer coche eléctrico
Cierto que todavía queda mucho camino por recorrer en aspectos como la autonomía de los vehículos eléctricos y el número de puestos de recarga, a imagen y semejanza de las estaciones de servicio para el automóvil tradicional. Pero también es indudable que los grandes fabricantes están logrando avances muy significativos a la hora de garantizar la capacidad de sus coches para recorrer cada vez distancias más largas.
Muchos se preguntarán quién inventó en realidad el coche eléctrico e incluso llegarán a pensar que es una novedad revolucionaria de nuestro siglo, pero nada más lejos de la verdad. Por increíble que resulte al común de los mortales, su origen se remonta nada menos que… ¡a los años 30 del siglo XIX! No fue un americano ni un chino el inventor de esta maravilla de la automoción sino un escocés llamado Robert Anderson, que en 1832 inició ya el desarrollo del primer prototipo de vehículo eléctrico. Dos años después, el estadounidense Thomas Davenport construyó el primer motor de corriente continua. Anderson y Davenport inauguraron así una etapa que propició la aparición del tren y el coche eléctricos.
El motor eléctrico siguió evolucionando para intentar paliar el principal problema de estos vehículos: la autonomía. Hasta que no surgieron las baterías recargables, obra del francés Gaston Planté en 1959, no pudo hablarse del coche eléctrico como tal, apto para competir en prestaciones con los ya existentes.
El Elektrowagen
Tras innumerables avances técnicos, llegó por fin el primer coche eléctrico denominado Elektrowagen, diseñado por el alemán Andreas Flocken en 1888. Un vehículo capaz de alcanzar los 15 kilómetros por hora con su motor de 0,7 kW y una batería de 100 kilos de peso. Verlo para creerlo.
Pero los coches eléctricos cayeron en el más absoluto olvido debido a su elevado precio y a su autonomía reducida. El aldabonazo se produjo con la irrupción de los motores de combustión en el mercado a finales del siglo XIX, que gozaron de gran aceptación pese a su suciedad y exceso de ruido, pues contaban con mayor autonomía. El golpe letal tuvo lugar en 1908, cuando Ford presentó su Model T fabricado en serie y pulverizó así los precios al generar una enorme demanda.
Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado. La evolución de los motores eléctricos es proverbial. Tenemos el caso del Tesla Model S, el vehículo eléctrico con mayor autonomía a día de hoy, capaz de recorrer 628 km con una sola carga. Sus prestaciones son alucinantes ya que ofrece un motor de 1020 CV logrando los 322 km/h de velocidad máxima. Las primeras unidades llegarán a finales de año y su precio es de 139.990 euros.
Pero, aparte de Tesla, numerosas marcas compiten por lanzar al mercado los vehículos con mejores prestaciones. Por ejemplo, encontramos modelos como el Volkswagen ID.4L, un SUV ecológico que ofrece una autonomía de 500 km y una velocidad máxima de 160 km/h, con un precio de 45.485 euros.
Los coches eléctricos se han convertido en el deseo de muchos conductores que observan atónitos la impresionante evolución de estos vehículos. Quizá, el mayor inconveniente sea su precio, pero a medida que se implantando definitivamente en el mercado, reducirán su valor económico.
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