“Como el mar que abraza al arroyuelo que corre hacia las playas, así me abrazó Dios a su espíritu…” –Gibran Khalil Gibran–
Considerando que el mundo sigue igual que ayer y, por tanto, seguimos el compás de las danzas esféricas; a pesar de nuestra inútil batalla contra el tiempo y a pesar de los pesares que conlleva el desgobierno de una barca a la deriva…es bueno –siempre – recordarnos que, ya que no pedimos el billete para la singladura, tampoco podemos abandonarnos a cualquier ruta, porque si de algo carece el mar es, precisamente, de caminos hoyados, reconocibles a simple vista. Y tal vez, al ser vencidos por su hipnótica visión, nos echamos como marinos nobeles con cualquier barcaza podrida; sin saberes naúticos, pero henchidos de viento como pájaros, a los que envidiamos su libertad para ir de una tierra a otra sobrevolando temporales y fronteras. Porque parece ser que hay animales más libres que los viejos esclavos humanos de ultramar.
Considerando con los ojos del alma, que se remontan aún más alto que esas aves, también es necesario recordarnos que, en muchas ocasiones, las decisiones más dramáticas de grumetes inexpertos como nosotros, están atravesadas por el ansia dolorosa de atisbar la otra orilla, donde nos llamarán de muchas formas indignas para nuestra naturaleza, pero nunca querrán aprender nuestro nombre ya que, a su juicio, no somos más que ellos, aunque nos arrancaran una vez de nuestra tribu para construir sus imperios, sus casas indianas, sus exclusivas costumbres, su progreso.
Y considerando la brevedad de las páginas que nos dedica la Historia para esconder el comercio, la esclavitud y el abuso que sufrimos al ser hacinados en barcos negreros para ser mano barata y espalda escaldada de oprobios, no es extraño que ahora, cuando perdemos todo, queramos atravesar el Estrecho por unas pocas monedas; por unas pocas prendas que llevaremos como fardo todo el día, a cambio de correr cuando alguien avisa que vienen los guardias, como siempre, a por nosotros: carentes de contratos, de tiendas, de franquicias.
Por eso no nos importa el peligro de los vendavales caprichosos, que unas veces nos escupen vivos a vuestras playas y otras nos engullen para ser atraídos hacia la nada sin más objeto a la vista que el alba fugaz y el resol plomizo que quema nuestra piel desde hace milenios, mucho antes de que vosotros, soberbios hombres del norte, nos cortarais las manos, a cambio de caucho, de oro, de esmeraldas y brillantes para las señoras de Flandes, de Francia, de Germania y de la América.
Y por eso, odiamos y amamos con la misma fuerza que el viento cuando hincha las olas como pulmones de tela, y gritamos con la misma angustia del naufrago que se sabe desfallecido entre dunas salinas, amargas, inasibles a pesar de las brazadas y del esfuerzo por flotar, abrazados ya a un final inminente…; al fin de la ruta, al fin de la ilusión por conquistar la misma vida que vosotros. Entonces, cuando nos abandona la energía; cuando los pulmones empiezan a respirar el líquido negro que trata de poseernos, no nos inunda la pena ni nos inunda por entero el mediterráneo mal o el atlante traicionero…porque no hay mares en el mundo para anegar nuestro alma o sedar nuestro dolor…sin embargo, ahí; en ese mismo instante de abandono a las olas; en ese instante en que ya no oponemos resistencia a ser absorbidos por la natura hacia su sima, encontramos el silencio de la profundidad, tan parecido al seno de nuestra madre esclava, que recordaba viejos sones de navegantes cetrinos que alguien adornó con palmas sordas y chasquidos como el crepitar de ramas en la lumbre…
Paradoja marítima esta, paradoja de inexperto marino: que el ahogo calme las penas y que el ahogo sea paz para nosotros, negros bultos invisibles a la piedad y a los grandes buques: nubes de hierro rojo atravesando la superficie que, a partir de ahora, será nuestro cielo estanco, nuestro paraíso de peces, ballenas y pulpos.
Antes de morir, ya no pensaremos en ser como vosotros. Ya no pensaremos en vuestros lujos. Ya no pensaremos en invadir vuestras calles con nuestras mantas. Ya no pensaremos en papeles, en pisos patera sin mar, sin desierto, sin golpes, sin caminatas, sin teléfonos de contacto. Ya no pensaremos ni siquiera en padres, madres, hijos; ni pensaremos en robar como vosotros para comer, para malvivir, para atesorar, para beber hasta el hartazgo de la amargura. Y tampoco pensaremos en disfrutar de las bonitas mujeres que habitan en la orilla inabarcable que, de noche, se aparecía ante nuestros rostros como una serpiente de brillantes que atravesaba la oscuridad, que parecía tan cercana, que parecía venir hacia nosotros cuando el espejo del mar estaba en calma con su hermano celeste.
Aquella hermosura nos llamó como hizo con vosotros; y lo dejamos todo a medio hacer para responder a su llamada y para huir del horror acostumbrado de las guerras que provocáis en nuestra tierra. Por eso, cuando ya no queda más resuello que vernos caer como anclas viejas entre las sombras de los buques y sentimos que asciende la burbuja última de nuestro corazón, vemos por fin la playa del fondo donde nos tumbamos en una muerte al revés. En un nuevo comienzo que vosotros aún no habéis cartografiado en los mapas. Amén.