Los becarios de Nacho Cano han denunciado que la policía les presionó: si querían evitar la deportación tenían que denunciar al empresario. ¿Habían escuchado algo similar? ¿Les suena de algo esta denuncia? Cualquiera que haya pasado un tiempo escuchando las historias de las mujeres que trabajan en los burdeles, sabrá de qué estamos hablando. No se habrá sorprendido por ese modus operandi de la policía. Lo denunciaba en el podcast Condenadas a la clandestinidad un investigador universitario, el sociólogo López Riopedre. Muchas veces las redadas que se ofrecen en la televisión como un golpe a la esclavitud sexual se resumen en deportaciones de mujeres a sus países de origen. La policía ofrece ventajas para aquellas que denuncian a sus empleadores, sean hombres o mujeres. Si no hay denuncia, se procede a la deportación.
Hoy ofrecemos a los lectores de FANFAN tres historias, tres capítulos de ese podcast que ha dado voz a las prostitutas, y que es seguido y escuchado atentamente por algunos mandos y unidades policiales. Estas tres historias, como las más de cien que integran el trabajo de entrevistas y conversaciones, desmienten las cifras oficiales y los grandes titulares que suelen ofrecen, tanto algunos responsables de la seguridad en España como los medios de comunicación. Ellos son, y cito sus nombres artísticos, Venus, Ágata y Paula. Dos americanas, y una mujer canaria.
Venus cuenta cómo el ambiente asfixiante de una familia empobrecida en la Venezuela chavista le llevó a intentar ganar dinero a través de la prostitución. Ella tenía ambición de ser militar, vocación de abogada. Estudió para serlo, pero no pudo ser. Se casó, hizo negocios con sus marido alejada del trabajo sexual, pero el acoso de la policía venezolana, en un país podrido de corrupción, les llevó a emigrar a España. Y aquí se divorció, y aquí volvió a la prostitución.
La historia de Ágata es diferente. Nació en Cuba. Vino a España. Se casó. Tiene cuatro hijos. Vivía al lado de un conocido burdel de Valencia. Y un día pasó por allí para saber cómo se ejercía el oficio, cuál era el sistema de trabajo. Y se quedó. Alterna la prostitución con su trabajo como cuidadora en un geriátrico. En su casa, su marido sabe a qué se dedica. Habla abiertamente de cómo es su trabajo, de cómo son sus clientes, de cómo el dinero que gana le ha permitido traerse a su familia de Cuba. Primero su hermano, luego su madre. Hay que pagar por salir. No es barato. Las cárceles, y Cuba lo es, suelen comerciar con los presos. Si quieres escapar, tienes que pagar.
La tercera de esta serie es Paula. Es canaria. Comenzó joven. No tuvo buenas experiencias porque la mujer que le organizaba el trabajo se quedaba con buena parte de sus ganancias. Hasta que fue a Suiza. Sí, las españolas van a Suiza porque ganan cuatro veces más, no hay tanta competencia, y el trabajo está regulado, protegido y vigilado. Eso supone que si un cliente una noche no quiere pagar, las mujeres pueden llamar a la policía y los agentes harán que pague sin contemplaciones. Paula regresó a España, y aquí organizó una empresa al modo suizo. Cuando una mujer llama a su puerta, le entrega, primero, un documento. Se trata de información sobre quién le puede ayudar si está en estado de extrema necesidad. «Este no es un trabajo para cualquiera y si estás en estado de necesidad lo que necesitas es ayuda», dice. Algunos empresarios ya han copiado esa forma de tratar a las mujeres. Pero Paula tuvo una noche la visita de la Guardia Civil. Traían una denuncia en la que Paula aparecía como parte de una banda criminal. Después de una larga pesadilla el juez desestimó todos los cargos. No había nada, y el castillo de la operación se derrumbó. Aquello le dejó secuelas serias y graves. Paula tiene muy buena relación con la UCRIF, de la Policía Nacional, pero la Guardia Civil la considera culpable (no sabe de qué) a pesar de que el juez la dejó en libertad sin un solo cargo.