jueves, marzo 28, 2024

‘Un pequeño mundo, un mundo perfecto’, elogio y poética del jardín

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Un pequeño mundo, un mundo perfecto. Marco Martella. Traducción de Ernesto Hernández Busto. Editorial Elba. 2020

¿Qué nos lleva al jardín? ¿Por qué tantos libros sobre jardines? ¿Por qué leemos con una sensación de frescor intelectual los libros de Umberto Pasti o El país donde florece el limonero? Hemos vuelto al jardín, y Marco Martella intenta responder a esta pregunta en el prólogo de este libro contemplativo, rico, y corto, demasiado corto. “Quizá sea la necesidad (tan antigua que ya no se sabe de dónde viene, tal vez un legado de las generaciones pasadas) – escribe Martella – de poner de nuevo las manos en la tierra, de volver a estar en contacto con los terrones y la corteza de los troncos. Te acuerdas de Anteo, el gigante mitológico que sacaba su fuerza del suelo y se volvía vulnerable cuando sus pies estaban lejos de la tierra”.

Quizá sea eso, pero Un pequeño mundo, un mundo perfecto que nos brinda Elba es algo más que un libro sobre bosques o jardines. Es un libro sobre lugares, sobre el dios de algunos de los rincones del mundo. Un jardín es como un libro. Es un lugar vivo, con su propia lógica. Es una extensión del mundo del hombre, pero es también un lugar que permite un tipo de vida. Un jardín puede ser una expresión de la vida interior, pero también de la soberbia del poder y la razón.

Un pequeño mundo, un mundo perfecto
Un pequeño mundo, un mundo perfecto

El dios del lugar

Un pequeño mundo, un mundo perfecto, es un libro sobre algunos jardines, pero sobre es un libro de aventuras, de vidas, de sueños. El camino de regreso al jardín es el reencuentro con la poesía, con lo sobrenatural, con el hortelano que resiste al final de nuestro entorno desmantelado. “La verdad, si existe -escribe Martella- no radica en el espíritu del hombre, como nos han enseñado las religiones y las filosofías, sino fuera de él, donde la vida siempre prosigue, imperturbable”  Martella recorre algunos lugares de una extraña singularidad. Por ejemplo el jardín de los Capuchinos de Sintra, creado en el siglo XVI por un grupo de monjes. Las celdas son tan solo una prolongación del mundo exterior, una expresión del Cántico de las criaturas, de Francisco de Asís.

En 1807, cuando Chateaubriand huye de la cólera de Bonaparte, a quien había llamado tirano en un artículo, se refugia en el Vallée aux loups y crea su propio jardín. Su propio lugar para habitar un mundo del que se siente ajeno. Durante diez años se dedicó a escribir, pero también a plantar árboles. El bosque es aquí una autobiografía, destinada a perdurar, a llevar a los siglos futuros un mensaje que todavía se escucha en los árboles vivos. Así también el jardín de Herman Hesse, el huerto de la Casa Rossa, en Montagnola, donde se refugia mientras ruge la tempestad de acero de la guerra mundial. Para Hesse el jardín es una puerta de acceso a lo divino. Siempre habrá hombres que mantengan esa puerta abierta, mientras el mundo se cubre de bloques de hormigón.

Cedro en la Vallée aux loups
Cedro en la Vallée aux loups

El invernadero de semillas de Miguel Cordeiro

El jardín también puede ser irritante. Versalles. Un jardín que provoca una mezcla de admiración e irritación difícil de explicar. Es tal su magnificencia que no expresa ninguna alegría. Versalles no cumple la promesa de poesía y felicidad que encierra todo jardín. La voluntad de dominio y el culto de poder que expresa su orden, los parterres domesticados, las líneas trazadas con una racionalidad fría y soberbia, hacen de los árboles y las plantas una “materia inanimada, enmudecida por la mano del arquitecto”.

En el espíritu opuesto a Versalles, el jardín campesino de Miguel Cordeiro en Normandía. Un viejo anarquista se refugia en Saint Cyr la Rosiére. Cordeiro huía de la policía cuando se refugió en la clandestinidad de este lugar olvidado. Se dedicó a intentar resucitar un jardín histórico, creado a finales del siglo XVIII por el vizconde de Saint Cyr. Cordeiro empezó por recoger semillas en la vecindad. Variedades de tomates, de patatas, de calabacines, de melones. Un arca de Noé de las variedades de la región, un viaje hacia atrás en el tiempo, en busca de la riqueza de lo olvidado, de lo singular, de lo raro, de lo adaptado al terreno. Como si su invernadero, donde las siembra, fuera  un jardín que aspira a ser la suma de los jardines del pasado y del futuro.

De Italia a un oasis en el desierto chileno de Atacama

Un pequeño mundo, un mundo perfecto va de Francia a Italia, del Marne a Atacama, al oasis que se abre en la Quebrada de Jerez, en medio del desierto de Atacama. Norte de Chile. Uno de los lugares donde menos llueve en el mundo. Un milagro. Un lugar de árboles colmados de manzanas, peras, higos. Un refugio. La vida sigue, escribe Martella, y lo que podemos hacer es seguir plantando jardines, microcosmos, mundos perfectos.

Un jardín, dice al final libro Martella, es algo más que un espacio verde. La moda actual de los jardines conlleva el riesgo de pensar que son tan solo eso. Pero un jardín es un acto revolucionario. No en el sentido de subvertir el poder, sino de expresar una disidencia, una voz discordante. Un susurro que no impone nada, sino que se limita a sugerir posibles caminos.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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