Una historia de los falsificadores ilustres del arte

Falsificadores ilustres. Harry Bellet. Traducción de José Ramón Monreal. Elba editorial

La historia de los grandes falsificadores del mundo arte es siempre fascinante. Sus vidas son excesivas, intensas, de un tren inalcanzable para la mayoría. Su inteligencia suele ser prodigiosa, sobre todo en el manejo del deseo ajeno, de los mecanismos de persuasión. Pasan de ser expertos en pintores remotos a fabricar aquellas obras que los historiadores del arte sueñan o imaginan. Así, Han van Meegeren rellenó con sus falsos esa zona oculta del pintor Vermeer, del que se supone que recibió una influencia notable de Caravaggio. Con esa premisa y mucho conocimiento de las técnicas de la pintura del siglo XVII fue capaz de engañas a los nazis. Y a otros que no lo eran.

Las fuerzas aliadas encontraron el falso Vermeer de Göring en el que se centra la película en una mina de sal de Austria

Falsificadores ilustres es uno de esos libros que nacen de un artículo. Bellet escribe para Le Monde. El encargo de un texto sobre los falsos en el arte le llevó a indagar en la vida de algunos de los más notables falsificadores. Caer en la fascinación por esas vidas novelescas, excesivas, es fácil para cualquiera que tenga curiosidad. El falsificador no deja de ser un creador al que le molesta que le llamen copista. Meegeren nunca copió. Lo suyo fue crear una serie de pinturas que Vermeer nunca había pintado, y hacerlas pasar por auténticas. El falsificador aparece aquí como una especie de actor que vive la vida del pintor original. B usca cuadros de la misma época que no tengan valor, los raspa, y pinta sobre el lienzo viejo con materiales idénticos a los que se utilizaron en el taller del pintor.

Antes de Falsificadores ilustres, sabíamos de van Meegeren a través de «The Last Vermeer» (El útimo Vermeer) El documental narra la historia de «Cristo y la mujer adúltera» , una obra falsa del maestro holandés, pintada en 1942 por el célebre falsificador. La obra terminó en manos de Hermann Göring, que pagó por el cuadro millón y medio de florines. Ese precio equivaldría hoy a unos siete millones de euros.

Pero la historia tiene derivadas tan fascinantes como el método que Meegeren empleó para pintar la falsificación. En mayo de 1945 fue arrestado como colaborador de los nazis. Lo cierto es que van Meegeren se daba la gran vida mientras los holandeses eran detenidos y enviados a los campos de exterminio. La principal acusación contra él era la de haber vendido patrimonio holandés para sostener un nivel de vida de grande vinos y caviar. Meegeren confesó que había falsificado la pintura y había engañado a los nazis. La posible sentencia de muerte se convirtió en un año de prisión. No lo cumplió. Murió al ser encarcelado de un ataque al corazón.

Han van Meegeren, durante el juicio en 1947
Han van Meegeren, durante el juicio en 1947

Los mecanismos de la seducción

Lo más interesante de Falsificadores ilustres es que ahonda en los mecanismos por los que los compradores, los comisarios de los museos, o los críticos de arte sucumben a la atracción de una obra falsa. El propio Bellet confiesa las ocasiones en las que ha sido engañado. A veces se trata de una simple estrategia económica: a un millonario americano (Meadows) no le importa que su colección esté llena de falsificaciones porque las compró como auténticas para desgravarlas en la cuenta fiscal. Los cuadros tienen siempre peritajes de confianza. como decía Legros, otro falsificador ilustre, «yo no vendo cuadros falsos, vendo certificados auténticos».

Otro de los puntos interesantes de Falsificadores ilustres son los caminos por los que un pintor se convierte en falsificador. En el caso de Han van Meegeren fue la reacción a una crítica despiadada en su segunda exposición. Van Meegeren decidió demostrar su talento falsificando pinturas de algunos de los más famosos artistas holandeses: Frans Hals, Pieter de Hooch, Gerard ter Borch y, especialmente, Johannes Vermeer.

Elmyr de Hory, y otros personajes fascinantes

Por Falsificadores ilustres se pasean muchos personajes de vida turbia, escondidos bajo seudónimos, legendarios, con tanta niebla en su biografía que es imposible saber qué es verdad y qué es mentira. Como Elmyr de Hory, húngaro nacido en 1906. Se desconoce el número de cuadros que pintó y que hoy están colgados en muchos grandes museos del mundo. Clifford Irving narró su vida, pero Irving también era un estafador, y autor de la biografía falsa de Howard Hughes que le llevó a prisión. Elmyr de Hory pintaba «a la manera de los grandes pintores». Su carrera como falsificador comenzó el día que una amiga confundió uno de los dibujos que vio en su estudio: «es un Picasso, ¿verdad? ¿Lo venderías?» Y lo vendió.

El libro se cierra con un catálogo de consejos, un manual del falsificador, extraído de las reglas básicas que llevaron a los falsificadores ilustres al éxito. Entre ellos está el no proponer uno mismo la venta de un cuadro. Es más persuasivo dejar colgado el falso en un castillo decrépito, con el lienzo lleno de polvo, que cargar con la obra para ofrecerla a las galerías. También es interesante el consejo de declarar siempre los ingresos ilícitos, porque la mayor parte de las condenas que han llevado a prisión a los falsificadores, lo han sido por cuestiones fiscales. Rara vez han entrado en prisión por la actividad de falsificar cuadros.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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