Una madre. Diana Aradas. XXVIII Premio de novela Universidad de Sevilla. Editorial El Paseo
Emiliana es la voz que narra en Una madre. El mundo de Emiliana es el cielo y el mar que ve desde una ventana, las gaviotas. A través de los pájaros (siempre hay pájaros en los poemas de Aradas) la narradora sueña con escapar de su mundo. Está embarazada. Su madre y su padre no aceptan esa situación. Su novio, Filberto, que trabaja para pagarse la carrera de medicina es solo un nombre, un recuerdo. El padre, un fantasma que huye cada vez que hay problemas. La madre, una mujer que impide que su hija se mueva con libertad. Lo que sabemos, lo conocemos a través de la voz de Emiliana. El lector empieza a sospechar pronto que el narrador crea imágenes, inventa actitudes, despliega un mundo propio que es la traducción de los miedos. La realidad es una enfermedad, y se manifiesta a través del delirio.
La Emiliana de Una madre tiene dos dones. El primero consiste en poder respirar con un solo pulmón: ahora el izquierdo, luego el derecho. El segundo es el lenguaje. Lee. Siente cerca a Emily Dickinson y al Baudelaire que describe el albatros, su vuelo libre, su torpeza cómica cuando tiene que posarse en la cubierta de los barcos. Tan majestuoso en el vuelo, tan indefenso sobre los barcos.
Cita a Lope: «siempre mañana y nunca mañanamos». El lector percibe el latido de una mujer que tiende a la lírica, sensible, de sentidos que se despiertan con facilidad con el cambio de color del mar, con el paso del vuelo de un pájaro, con una mano que sale de la ventana del piso inferior para dar de comer a las gaviotas. Pero el relato avanza y se torna kafkiano: puertas cerradas, prohibición de salir, y una gatera por la que entra la comida, por la que sale, a veces, Emiliana.
Aradas es una narradora sutil y hábil. Aplica a una literatura de apariencia sencilla las deformidades de una óptica que se va deslizando hacia las regiones del delirio. Lo va construyendo a través de los detalles: «tan pronto como asomo la cabeza el otro lado, veo unas piernas largas que me esperan. La mujer que tengo ante mí es más joven de lo que espero, y está bastante delgado (lo suficiente como para atravesar la abertura de mi guarida sin dificultad)» Así llega Candela, una mujer que siempre quiso ser madre y no pudo, contratada, al parecer para ayudar a Emiliana, para protegerla.
Aradas construye su personaje con arrebatos líricos deslumbrantes: «no es tan distinta de nosotros la luz. Nosotros, que buscamos otro ser en que mirarnos y le arrebatamos sin querer parte de su esencia, con la egoísta intención de que nos refleje». Pero a veces se pierde en consideraciones filosóficas sobre la unicidad y la multiplicidad (página 114) que nos alejan de ese alma atormentada que está creando una realidad de palabras y de imágenes para poder soportar la verdad que lleva a cuestas. Dejo al lector el descubrimiento de la trama en la que Emiliana está atrapada. Es la primera novela de Aradas, y en ella demuestra que tiene un dominio poderoso del lenguaje y de la narración, que es capaz de crear buena literatura a partir de una realidad próxima.