Valentino. Natalia Ginzburg. Traducción del italiano de Andrés Barba. Editorial Acantilado
Como en muchas de sus novelas cortas, la protagonista de Valentino es una mujer: silenciosa, solitaria, en los márgenes de la novela. Caterina es hija de una familia en la que la promesa se reserva al hombre. Valentino es el hermano, «il maschio» que se dice en Italia. Para él son todas las expectativas, él será un gran hombre, a él se sacrifica todo. La familia tiene pocos recursos, todos los que tiene se los entrega a este haragán que dice estudiar medicina, pero en realidad se entrega a las mujeres que pasan por su vida, sin pedir nada más que diversión, y algún recurso adicional. Desde la periferia de la familia, Caterina contempla su propio mundo en el silencio de una observación interior.
Valentino llega un día a casa con la noticia de que se va a casar. Presenta a su novia, y un manto de decepción cae sobre la familia: se hace el silencio. Toda expectativa rota se recibe con el silencio. La mujer que trae a Valentino no le gusta a su madre, es fea y, peor aún, tiene dinero, por lo que las esperanzas de que Valentino sea un gran médico se desvanecen. Todos comprenden que la elección de Maddalena, una mujer rica y de carácter fuerte, terminará por condenar al hijo a la indolencia de una vida de mantenido. Nada que ver con el honor de un hombre fuerte y de fortuna, que era el sueño al que la familia había sacrificado todo su patrimonio.
Ginzburg teje un juego de expectativas y planes trazados que es el eje sobre el que se mueve este relato sutil y elegante, de prosa sencilla, simple incluso, para entonar la voz de Caterina, esa mujer que apenas se atreve a esbozar el deseo de una vida independiente. Vivirá junto a sus padres hasta el día en que encuentra a su padre muerto. Y luego con su madre hasta el fallecimiento de esta. Y luego pasará, como esas hermanas solteras de mitades del siglo pasado, a vivir con su hermano y su cuñada, en un papel similar a otros personajes literarios más cercanos, como aquella tía Tula de Unamuno.
Caterina tendrá apenas una tarde de felicidad, tan solo un momento en el que atisba uan vida de sensualidades sencillas: una tarde lejos de casa, una mano que coge la suya, una pequeña aventura, banal pero de suficiente intensidad como para hacerla intentar el paso del matrimonio. Frustrado. En Valentino todos caminan en el sentido contrario al que se espera de ellos. Hasta estrellarse contra la realidad. Al final, Caterina reconoce y acepta su vida subsidiaria, subordinada a la belleza de su hermano, fiel a un destino que no es el suyo, para segurile «vaya donde vaya». En su aparente sencillez, esta novela corta funciona como un bisturí que entra en lo más hondo de una sociedad donde el hombre es una especie de dios pagano, al que el resto de la familia debe adorar, mientras él se contempla en el espejo y admira su belleza, vestida con un traje azul adornado de una sutil linea blanca.