Viviendo en el burdel. Diario de una investigadora. Carmen Meneses Falcón. Editorial Comares. 22,80€
En la pasada legislatura se planteó la abolición de la prostitución y el castigo a los clientes. Psoe y Pp se pusieron de acuerdo en cerrar los locales donde se ejerce, y en considerar proxeneta a todo el que facilite el trabajo de las prostitutas o su modo de vida. La movilización de las putas, que salieron a la calle a cara descubierta para desfilar ante el Congreso, como en ningún otro país, y otras circunstancias (el caso del Tito Berni) hicieron naufragar la propuesta. No sabemos si en la próxima, después de las elecciones de finales de julio, se volverá a proponer una medida similar. Lo cierto es que el debate sigue abierto. Ojo, digo debate, consciente de que ha sido la protesta de las mujeres, y su presencia, con dificultades, en los medios de comunicación, lo que ha roto el discurso que monopolizaba la comunicación: la prostitución es violencia, solo son esclavas, y los puteros son criminales violadores a los que hay que perseguir. Un feminismo al que Meneses llama «feminismo del privilegio», pontifica desde la tribuna política y amenaza a las mujeres que ejercen la prostitución con el fuego de la clandestinidad. Así que el libro de Meneses se planta en este contexto con una investigación hecha desde la escucha, la presencia íntima en el burdel, el conocimiento directo de quiénes son, qué hacen, porqué hacen lo que hacen, las mujeres de la prostitución. Meneses es Doctor en Antropología social y cultural y profesora de ICADE.
Meneses ha entrado en el burdel, ha convivido con prostitutas, ha pasado días y noches en la barra de un local en Galicia, en el salón de un puticlub del País Vasco, y en las habitaciones de un hotel de citas de Madrid, donde las chicas hacen pases ante los clientes. Son cinco los prostíbulos que la investigadora ha visitado en el desarrollo de un trabajo de campo anotado de forma minuciosa. El relato de Viviendo en el burdel es lo más cercano a la crónica periodística, ese género tan de moda.
La crónica implica la presencia del que relata, su trato directo, su intimidad con las personas cuyos modos de vida investiga. Debe diseñar estrategias para conseguir la confianza de las personas, lograr que se abran, que relaten su vida. Meneses anota, no juzga. Su primera declaración en la introducción del libro es el principio de que «cuando eres una buena conversadora, todo el mundo es tu maestra». Cierto. Ser un buen conversador implica escuchar sin juzgar. Meneses no se presenta en el burdel diciendo a las mujeres cómo debe ser su vida. Eso se lo deja al feminismo distante, al puritanismo político, o a aquellos dirigentes políticos que hablan y legislan desde el desconocimiento de la realidad. Por eso anota que en los últimos treinta años se diseñaron medidas «sin estudios ni analisis previos, solo guiados por posiciones ideológicas del momento, o de opinión pública, y generaron consecuencias nefastas». Por desgracia, sigue, «casi siempre las más perjudicadas en las políticas sexuales y sociales han sido las mujeres».
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El trabajo de campo de Viviendo en el burdel implica tiempo, relaciones, muchas conversaciones. Así conocemos en detalle la vida de Flori, sus idas y venidas, su inicio en la prostitución, su lamento por haber dejado el oficio para convertirse en empresaria, el matrimonio con un señor mayor de 60 años que quería terminar su vida acompañado, la contundencia con la que rechaza el término «trabajadora sexual» para abrazar el nombre de puta. Meneses escucha, pregunta, afina las preguntas, anota, habla con los clientes, rechaza ofertas de implicación sexual, y es minuciosa en el relato escrito. Aprecia los detalles y deja que el lector componga su significado.
Observa las maniobras de tres mujeres con un hombre de edad avanzada. Doris, Sonia y Lucía acaban las tres en la habitación con un hombre que se negaba a entrar. Le engatusan: «al final lo consiguen, se ocupa con las tres y les paga a las tres. La capacidad de convencimiento y empoderamiento de las tres es importante, y el dominio hacia los hombres que vengo observando también. No solo de ellas, sino de todas. No sé quién domina a quien. Estas mujeres tienen un poder importante, y la mayoría de los hombres son marionetas en sus manos».
Clientes y empresarios
strip club barcelonaEl lector que no conozca el mundo íntimo de la prostitución se sorprenderá al leer estas líneas o al conocer el grado de autoestima que manifiestan las mujeres. Se sorprenderá también de que los dueños de locales, mujeres y hombres, como se comprueba en el libro, tienen una relación de respeto y cuidado hacia las mujeres: buscan la forma de atraerlas a sus locales, compiten por ver quién trata mejor a las suyas. El trabajo deja claro que hay «chicas que disfrutan con su trabajo mientras que otras les asquea», y buscan otra alternativa. Según la antropóloga, una de cada diez. La razón por la que trabajan, en su mayoría, la expresa con claridad una mujer entrevistada: «esto es mi billete para llegar a mi objetivo».
El libro está lleno de hallazgos y de certezas: las mujeres forzadas a la prostitución equivalen a un diez por ciento del total de las que ejercen el oficio, el porcentaje de hombres que son clientes de estos servicios no pasa del diez por ciento del total (frente a las afirmaciones del abolicionismo) y los empresarios desarrollan su trabajo en un ambiente de inseguridad «porque los pueden acusar de cualquier cosa, y como se trata de un negocio poco tolerado socialmente y donde hay también mucho mafioso, pues son fáciles estas acusaciones».
Viviendo en el burdel demuestra además la imperiosa necesidad de que legisladores e investigadores pisen el terreno de lo que tratan. Verán, como ha comprobado Meneses en su propia persona, que la principal violencia contra las putas no es la pretendida por el feminismo sino la del «estigma, el desprecio, la humillación y el desempoderamiento, y eso procede del sistema patriarcal que califica a las mujeres en buenas y malas, y al que cierto sector del feminismo contribuye». Y termina afirmando que «adoptar un modelo punitivo nos lleva a una peor situación de las mujeres, estrechando todavía más sus opciones».
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