William González dedica su Premio Hiperión a los inmigrantes

En un acto en Casa de América, en el contexto del Festival Centroamérica Cuenta, organizado por el escritor Sergio Ramírez, William González recogió de manos del editor Jesús Munárriz el Premio Hiperión. Es el segundo escritor hispanoamericano que recibe el premio. El primero fue Andrés Neuman. William González dedicó el premio a los inmigrantes. El poemario ganador se titula Inmigrantes de segunda. El poeta evocó en su discurso sus primeros once años en Nicaragua, su experiencia como inmigrante en España, su patria madre en la que se funden Nicaragua y España, la tradición literaria de la que se siente parte. En la primera fila estaba presente su madre, protagonista de muchos de sus poemas, y sus hermanas. Por su interés, reproducimos íntegro el discurso de William en la recepción del premio.

DISCURSO XXXVIII PREMIO HIPERIÓN DE POESÍA

WILLIAM GONZÁLEZ GUEVARA

Buenas tardes:

estimado Director de Casa de América; Don Enrique Ojeda, Estimado Director del Ministerio de Migraciones, Seguridad Social e Inclusión, Don Santiago Yerga Cobos, autores, amigos, querido público presente que nos acompaña y a aquellos que nos escuchan desde sus casas un abrazo cordial y caluroso.

Nací en el barrio San Luis Sur, en Managua. Un barrio de gente humilde, donde las señoras a las cinco de la madrugada ya están con la escoba en las puertas de su casa barriendo o preparándose para ir a comprar su Nacatamal recién hecho los fines de semana. Un barrio, donde la banda sonora de fondo a primeras horas de la mañana, la ponen mujeres trabajadoras, vendedoras ambulantes que gritan: “Tortilla”, “Cosa de horno”, “Tiste”, “Pinolillo”, auténticos manjares para cualquier nicaragüense promedio. Un barrio donde las gallinas sueñan con ser águilas y los jóvenes —como hice yo hasta los 11 años— desfilan relucientes por las calles con su camisa blanca, su pantalón azul y sus zapatos negros marca Rhino rumbo al colegio más cercano en busca del pan más valioso: la enseñanza, la cultura, la sabiduría.

Por motivos de la vida tuve que dejar mi país; Nicaragua. Desde entonces, está dentro de mí. Resguardado en los versos de Cardenal, Claribel, José Coronel Urtecho, Daisy Zamora, Alfonso Cortés y tantos poetas que me acompañaron en mi soledad de niño inmigrante. Madrid me acogió con sus brazos abiertos. Carabanchel, mi barrio querido, obrero, humilde y solidario me abrazó a pesar de mi actitud reacia y cierto rechazo por mi sentir nostálgico managüense. Un desgarro en el pecho que aún resguardo, porque sí. No volvemos a ser los mismos desde que dejamos nuestra patria madre.

Y, digo patria madre, porque hoy en día me siento nicaragüense y español a partes iguales. Nicaragüense y español de literatura. De sus tradiciones y de su riqueza lingüística. Ambas literaturas han sido mi padre y mi madre. Me he instruido de ellas y me han educado. Nicaragüense y español como Darío y Lorca. Nicaragüense y español como Joaquín Pasos y Francisca Aguirre, pues como escribió esta última: «Decir adiós quiere decir tan poco. / Adiós dijimos a la infancia / y vino detrás nuestro como un perro / rastreando nuestros pasos».

Atravesamos tiempos bruscos, donde vocablos tan simples como “Inmigrante” pueden causar estragos, problemas dependiendo de quien lo pronuncie. Habitamos un cosmos donde la palabra “patria” puede resultar peligrosa o dañina. Dulce o agridulce. Un mundo que dependiendo del ojo que lo aprecie, las fronteras pueden ser un problema o simplemente una separación entre culturas y costumbres. Y quizá la poesía se creó para eso; para que no haya fronteras al menos literarias, pues no hay mayor error que ponerle límites a la palabra. El propio Platón en su conocido diálogo El banquete afirma: «De suerte que todas las obras de todas las artes son poesía, y que todos los artistas y que todos los obreros son poetas».

Pude escribir Inmigrantes de segunda gracias a unas anticipaciones de Calvino, donde afirmaba que las cosas que la literatura puede buscar y enseñar son pocas, pero recalcando que no podían ser sustituidas: la forma de mirar al prójimo y así mismo, atribuir valor a cosas grandes y a cosas pequeñas, encontrar las proporciones de la vida, el lugar que en ella ocupa el amor, así como su fuerza y su ritmo y el lugar que corresponde a la muerte, la forma de pensar en ella o no hacerlo. A mi consciencia vino el acto de emigrar, pues cabe tanta vida en él: calamidades, alegrías, vivencias, amores, desamores, llanto, pena, dolor, pobreza. Cabe tanta vida en el acto de emigrar, que Inmigrantes de segunda es tan solo un prefacio de los innumerables cataclismos que tienen que enfrentar tantos olvidados regados por el mundo.

Este libro es un homenaje a ellas. A las empleadas del hogar latinoamericanas como mi madre, que en la mayoría de las ocasiones, han visto malmatados sus derechos. Que llevan años y años sufriendo en silencio, siendo las invisibles del sector laboral. Sin embargo, sigue habiendo un sitio en mi poética para la marginalidad de los barrios, esos que están lejos del ojo ostentoso de lo central, del Madrid turístico. Porque no hay nada de lo que me sienta más orgulloso. Insisto, NADA, que jóvenes de zonas marginales de Madrid. De las profundidades de Carabanchel, Orcasitas, Villaverde, me confiesen que llevaban mucho tiempo sin leer un libro y que el mío lo leyeron hasta incluso llorar de la emoción. Para mí ese es el mayor premio. Que me lean chicos crecidos en lugares, donde no llegan libros (por muy surrealista que parezca), donde la literatura se ve como algo “elitista”, de “señores sabios y sabelotodo”, de “hombres que hablan de la vida como si todos hubiésemos vivido la misma”.

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William González, acompañado de su madre, su hermana, el escritor Sergio Ramírez, el editor Jesús Munárriz y el director de la Casa de América

Inmigrantes de segunda es la voz de los que tienen voz, pero no porque yo se las haya dado con mis versos; no. Sino porque la sociedad los ignora y les impide ser escuchados. Aquí en Inmigrantes de segunda, la poesía hace de bálsamo. Aquí en Inmigrantes de segunda trato de plasmar la incertidumbre de tantas mujeres y jóvenes, que considero que se merecen un lugar en la literatura y que a veces se les niega.

Por otra parte, me gustaría dedicar este premio a Centroamérica. Esa porción geográfica olvidada, ya lo dijo Pérez Brignoli en cuanto a su espacio: «La magnitud del territorio no es importante; representa apenas un 2 % de la superficie total de la América Latina. Esos 423. 000 km2 constituyen un área menor que la de España (505. 000 km2) o la de Suecia (450. 000 km2)». Centroamérica, ese pulmón poético, ha tenido que esperar 37 años para que alguien se alzara con el Premio Hiperión. Un trozo de tierra bendecido por los versos que tantos liróforos ha regalado a la literatura universal. Desde Azul de Darío, pasando por la delicadeza social de Roque Dalton o la visión indígena o el simple hecho de poner el foco literario donde nadie lo pone de Miguel Ángel Asturias.

Y también este premio es de Nicaragua, de Gioconda Belli, Sergio Ramírez, Claudia Neira, por su lucha constante por la literatura centroamericana. Pues no se olviden de que hay voces jóvenes que quieren ser escuchadas. Este premio es de mi madre, mujer de “corazón de goma” como ella se define, pues a pesar de que la vida le haya puesto miles de obstáculos ha sabido sacar a sus tres hijos adelante limpiando casas de lunes a lunes. Este premio es de mi familia en Nicaragua, por sus humildes valores inculcados, que llevo como lema guardados en el alma.

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Por supuesto, no puedo ignorar el sufrimiento de mi patria madre sometida a una dictadura. Un país donde la censura está a la orden del día. Y quisiera pensar en ellos. En ese joven lejano de Masaya, León o Matagalpa, que escribe versos con esperanza que nadie lee. Estoy seguro de que en las zonas más escondidas, alguien erige un trozo de creencia poética que aflorará en algún momento. A Nicaragua le duele respirar, pero como advirtió el teórico literario Roland Barthes: «La literatura no permite andar, pero permite respirar». Por ello, mi compromiso con la situación política de Nicaragua es y será siempre literario, porque creo en la palabra y creo en su fuerza. Porque creo en el sentido crítico que no está sujeto a la manipulación ni el aprovechamiento de terceros. Parafraseando a Antoine Compagnon: «La literatura como fuerza de oposición. Es decir, el poder de combatir la sumisión al poder. Contra-poder, poner de manifiesto todo el alcance de su propio poder cuando es perseguida».

Y como una de mis religiones es el agradecimiento. Quiero dar las gracias a la editorial Hiperión, mi casa. A Jesús Munárriz, mi editor, por entregarse y apoyar mi poética ligada a los nadies. A los miembros del jurado que votaron y apostaron por la obra. A Irene Vallejo, por su sensibilidad poética y acompañamiento en la contracubierta y su profundo amor hacia la poesía nicaragüense. Al Festival Centroamérica Cuenta y Casa de América, al que también pertenece este galardón por acoger este mágico y único momento de mi vida. A Manuel Francisco Reina, porque sin él y su generosa insistencia mis libros no existirían: «Yo solo soy un principiante / con los dedos frágiles y los ojos hambrientos», le escribe el poeta español Jorge Pozo Soriano, versos que suscribo. A aquellos que han apoyado directa o indirectamente mi obra: Daniel Rodríguez Moya, Alfredo Urdaci, Marling Balmaceda, Remedios Sánchez, Queenie Altamirano, Scarleth Castillo, entre otros. A mis mejores amigos Ilias, Yimy e Ibrahim, por animarme a seguir a pesar de los obstáculos. Ya lo dijo Borges: «Tampoco le ha faltado a mi vida la amistad de unos pocos, que es lo que importa». A mis profesores del Colegio Lope de Vega (Iván, Israel, Jorge, Mario, José Luis), por sus enseñanzas inconmensurables, pues como escribió Lledó: «Educar es crear libertad, dar posibilidad, hacer pensar». Es decir, gracias por darme alas, por crear en mí un número infinito de posibilidades e inculcarme el sentido crítico. A Macarena de la Vega, por haberme arropado muchos años con un amor tan cálido y profundo como su persona. Un amor lleno de conocimiento, lealtad, compromiso, respeto y cuidado. Y si eso no es amor, no sé qué será. Y, sobre todo, gracias a ustedes porque en algún momento se han sentido o se sentirán “Inmigrantes de segunda”. Yo, desde el fondo de mi corazón, les recomiendo, que miren más allá de lo conocido, pues como escribió Roberto Sosa: «Los pobres son muchos y, por eso, es imposible olvidarlos».

Muchísimas gracias. Madrid, a 20 de septiembre de 2023 William González

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