El negociado del yin y el yang. Eduardo Mendoza. Seix Barral
Decíamos, hace un año, sobre El rey recibe (Seix Barral, 2018):
“(…) flota por todo el relato la sensación de que van a pasar cosas de mayor calado que las que finalmente ocurren. Aquí hay una especie de trampa: El rey recibe se anuncia como la primera parte de una trilogía ―Las tres leyes del movimiento― que según, Seix Barral, «recorrerá las principales acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX». Llegados a este punto, es muy difícil no pensar en Mauricio o las elecciones primarias (2006), lanzada en su día también como la primera parte de un tríptico que su autor, finalmente, no se vio animado de continuar”.
Con Franco a punto de morir
Partiendo de esa base, El negociado del yin y el yang es un triunfo (casi) absoluto. Eduardo Mendoza ha potenciado todas las virtudes de su predecesora y ha limado los defectos con encomiable diligencia. El resultado es un salto de calidad que permite pasar del notable alto al sobresaliente. Retomamos a Rufio Batalla ahí dónde le dejamos: en la oficina de la Cámara de Comercio de España en Nueva York. Franco está a punto de morir. Pero el que se le adelanta unos meses en el deceso es el padre de Batalla.
La novela arranca con ese obligado regreso a Barcelona por motivo fúnebre. Es una rápida resituación de los personajes para que pronto estemos de nuevo en la Gran Manzana. Allí reaparece, claro, el príncipe Tukuulo. El improbable heredero al trono de Livonia –junto a su corte de opereta- encarga a Batalla una misteriosa misión que se supone tendrá lugar en Japón. Decidido a abandonar Nueva York, el protagonista acaba aceptando hacer esa escala asiática antes de volver a la capital de Cataluña.
Una novela de aventuras
Aquí el relato es, en rigor, una novela de aventuras casi canónica. Mendoza lleva al lector de la mano por un tour que incluye Tokio y la ciudad tailandesa de Pattaya. Hacerlo bajo su punto de vista es una delicia. Se llevan bien hasta los gags ventajistas a costa de ver el pasado con los ojos del presente. “(…) a nadie se le ocurriría abrir un restaurante japonés en un país civilizado” (página 143). Sin embargo, todo este pasaje se acaba dilatando de un modo un tanto innecesario. Es casi el único “pero” consistente que cabe hacerle a la novela.
Uno de sus principales activos es ese contraste cosmopolita con la España de la Transición. En ese plano, El negociado del yin y el yang es una sucesión de hallazgos. El aterrizaje en Barcelona se hace trazando un paralelismo entre el común de sus ciudadanos y “el más estrafalario de sus habitantes: un gorila albino apodado sin ingenio Copito de Nieve” (página 248). Las 376 páginas de la novela se devoran en asombro permanente ante la prosa de su autor.
Un castellano exquisito
Insistimos: tiene que ser muy difícil que escribir así parezca fácil. El lector ha de aceptar el juego que el barcelonés propone en todas sus novelas: transigir con que todos sus personajes, sea cual sea su condición vital o extracción social, hablen un castellano exquisito. Si de algo está lejos Mendoza es de la pedantería. Por eso sorprende que reincida en otro de los aspectos chocantes de la anterior entrega. No es ya que no traduzca, es que ni siquiera aclara, aunque sea con una nota al pie, de qué obra está sacando las numerosas citas literarias y culturales que introduce durante el relato. Hay lectores que, como el aquí firmante, no tienen demasiada cultura pero sí cierta curiosidad por intentar aumentarla en lo posible. Aunque sólo sea de referencias.
Sería demasiado prolijo enumerar los aciertos de la novela. Apuntaremos solamente dos. Uno es el personaje de la abadesa del monasterio de Santa Clara, en Tordesillas (Valladolid). Aparece brevemente durante el tramo neoyorquino pero luego vuelve a asomar más veces en forma epistolar. El otro es la subtrama que involucra a Agustín, el único hermano varón de Rufio Batalla. No desvelaremos demasiado. Dejémoslo en que su suerte en Stuttgart (Alemania) es un misterio para la familia y Rufio lo descubre cuando le visita al final de la novela. Quizá en qué y cómo ha triunfado profesionalmente no sea nada del otro mundo. Pero la manera en que lo cuenta Eduardo Mendoza es una maravilla que se lee con una sonrisa. Permite, además, un epílogo que constituye una pequeña travesura literaria.
El premio Cervantes 2016 ha encontrado esta segunda vez el equilibrio perfecto entre comedia y drama, acidez y ternura, comprensión por sus personajes e ironía para describir sus acciones. El negociado del yin y el yang deja la sensación soñada en todo segundo episodio de trilogía. La de las ganas irrefrenables de tener entre las manos el tercer volumen.