Es posible que alguien (muchos) se lleve las manos a la cabeza si digo que Biznaga es el puñetero mejor grupo español de todos los tiempos. Y sí, es posible que exagere. Pero es lo que siento, así de claro, cuando escucho por enésima vez las canciones de esta jodida obra maestra que se titula Gran Pantalla. Y que me perdone mi señora madre por usar esas dos palabras que no deberían aparecer en una crónica tan gratuitamente.
Gran Pantalla es, lo digo de nuevo, un discazo, una obra descomunal del punk, del rock, del pop y de lo que quieran ustedes. Sin exageraciones, uno de los mejores discos del año, y el mejor trabajo, hasta la fecha al menos, de una banda que ya con Centro Dramático Nacional, su tremendo debut, se colaron en las listas anuales de lo mejor en varias revistas de esas de renombre.
Un salto adelante para Biznaga
Claro que Gran Pantalla va mucho más allá. Si en aquel primer álbum, y en el sucesivo Sentido del Espectáculo, la inspiración parecía ir por una especie de revival de la movida ochentera, eso sí, muy a lo bestia, aquí las guitarras se hacen más complejas, la sección rítmica gana en registros (ambas entidades musicales con ecos que van desde Green Day a los Smith), y las letras cuentan, a su manera, una historia.
Porque se trata de un álbum conceptual, que narra las desventuras de una persona, que podría ser cualquiera de nosotros, que se ve cada vez más y más atrapado por la o las pantalla o pantallas de uno de tantos dispositivos electrónicos, hasta caer irremediablemente al otro lado y convertirse en poco más que bits de estúpida e innecesaria información.
Orwell y tecnología
En el recorrido encontramos ventanas emergentes, motores de búsqueda avanzada, errores 404 y ecos orwellianos de democracias insanas que nos vigilan sin que podamos hacer nada, y con la contradictoria excusa de mantener la libertad.
En sentido, la banda tiene la inteligencia de no juzgar, de no dar su opinión, sino de situarse en esa distancia con la que son capaces de describir situaciones tremendamente comunes sin buscar una moral, sin querer dar lecciones a nadie de lo que debe o no debe hacer. Y todo ello en pildorazos que, en algunos casos, no llegan a los tres minutos. Doce temas en poco más de media hora. Como debe ser.
Esperemos que el confinamiento no vuelva y quien esto escribe pueda disfrutar como se merece de este disco, con los decibelios a tope y los sensibles oídos de sus compañeros de piso (en este caso mujer e hijos) en lugares donde no puedan ser dañados. Es lo que tiene el coronavirus, que dejó muchas cosas en el cajón y crónicas como esta se quedaron en el tintero.
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