La mafia non è più quella di una volta. Documental. Dirigido por Franco Maresco. Filmin
La mafia, Palermo en los días del aniversario de los asesinatos de los jueces Falcone y Borsellino. Franco Maresco abre su cámara a la vida siciliana para ver qué es lo que queda de la memoria sobre los héroes que lucharon contra la Cosa Nostra. El resultado es un documental delirante, grotesco, desvergonzado, escéptico, excesivo y exagerado. Maresco busca el escándalo y lo consigue. Pretende que el espectador sienta una náusea profunda y no le ahorra escenas de manicomio inverosímiles. Te lleva hasta el límite. Llegas a dudar: ¿es un montaje?, ¿se trata de una broma? No. Es real. Pero es una realidad extrema la que filma Maresco, no tan relevante como pretende el autor de este documental que retrata una locura marginal no muy lejana. Uno se pregunta cuál sería el resultado si pusiéramos la cámara de Maresco en algunos pueblos del País Vasco. Vamos por partes.
Aniversario de dos matanzas
Maresco presentó su visión actual de la mafia en el Festival de Venecia de 2019. Dejó la cinta y se fue. Había convocado una rueda de prensa pero dio la espantada. Se largó sin explicaciones. Quizá quiso dejar intacto el impacto grosero, escandaloso y brutal que provoca su trabajo. La mafia ya no es lo que era tiene un hilo narrativo que gira en torno a dos personas: Letizia Battaglia y Ciccio Mira. Letizia es fotógrafa. Durante años fue la «fotógrafa de los crímenes de la mafia» para el diario palermitano ORA. Se convirtió en algo más que eso. Es una gran fotógrafa de la que hemos hablado en alguna ocasión aquí en FANFAN. Ciccio Mira es otra cosa.
Ciccio Mira vive de organizar fiestas privadas, cenas y guateques para mafiosos o fiestas de barrio. Su elenco de artistas es un zoo estrambótico de desechos de la televisión: cantantes pasados de rosca, bailarinas de la danza del vientre de barriga inmóvil y guitarristas que apenas saben afinar un instrumento. En su troupe hay un personaje que destaca. Se trata de un minusválido apasionado por el cante y por la televisión. Asegura que pasó un tiempo en coma por un accidente que lo dejó tarado. En el sueño profundo del coma se le aparecieron, dice, los jueces Falcone y Borsellino, que le reanimaron con sus palabras. Un milagro. Una patraña inventada para llamar la atención de un público analfabeto y supersticioso.
En recuerdo de Falcone y Borsellino
El documental se rueda en la Palermo del 25 aniversario de las matanzas que costaron la vida a Falcone y Borsellino, a algunos de sus familiares y a sus escoltas. Eran los años de plomo. La mafia de Corleone estaba en guerra, contra el resto de las familias de Cosa Nostra, y contra los jueces. No contra el estado, porque con el estado habían pactado. Los jueces que mataba Totó Riina eran servidores del estado y de la legalidad que habían sido abandonados a su suerte, entregados a la bestia mafiosa.
La manifestación en recuerdo de aquellos magistrados que desafiaron con la ley el poder de la mafia es una concentración cursi y sentimental. Un orador habla de los jueces «desaparecidos», como si se hubieran disuelto en el aire. Enseguida se percibe que aunque la mafia ya no sea la de antes, los que la combatieron siguen siendo dos personajes molestos, dos muebles que estorban. Battaglia recorre la manifestación con su cámara, y advierte al director del documental que no piensa caer en el escepticismo. Le conoce bien.
El triunfo del cinismo
Más allá de la manifestación, en la calle los palermitanos a los que entrevista el cámara no quieren saber nada de mafia, ni de jueces. El aniversario no despierta mayor interés. Falcone y Borsellino, dice uno de los que comparecen, eran dos chivatos que no merecían otra suerte. Con este preámbulo entramos en los terrenos de Ciccio Mira, un empresario de espectáculos profesionalmente cutres, gran impulsor de lo que llama la canción neomelódica, organizador de fiestas para mafiosos de medio pelo. Con Ciccio entramos en la historia de Cristian Miscel, aficionado a cantar, desequilibrado por un accidente, y resucitado del coma gracias a la aparición de los jueces en sus sueños comatosos.
Maresco nos presenta a Ciccio Mira y su mundo en blanco y negro, para subrayar que son palermitanos de otro tiempo. Con esa compañía nos llevan hasta el barrio ZEN, una zona de expansión, en el norte de Palermo: barrio pobre, sucio y miserable, por el que los políticos de todos los partidos no han hecho nada. Zona de mafia. Allí los jueces y la policía son especies a evitar. Asistimos a una fiesta callejera organizada por Ciccio Mira en recuerdo de Falcone y Borsellino. Maresco se empeña una y otra vez en que alguien diga una frase contra la mafia. Ni Ciccio, ni sus cantantes, ni el productor del festival, se prestan a decir una sola frase contra la mafia. La mafia ya no es lo que era, pero la omertá, el silencio, son la ley que nadie se atreve a romper.
Un resultado discutible
La mafia ha sido siempre algo más que una organización criminal, la mafia es una cultura, una forma de vida. Las bandas del crimen hoy no tienen tanto peso, pero la cultura permanece, intacta. Esto es algo evidente en la película de Maresco. Pero su inclinación a lo grotesco distorsiona y difumina este mensaje, que es lo más valioso de este documental. La película se distrae en historias de manicomio, como la del productor que después de organizar el festival se esconde en su casa, donde dice hablar con los extraterrestres.
Maresco habría sido más eficaz si hubiera eliminado esas excursiones por el delirio y los albañales cutres de la televisión y las casas de locos y se hubiera centrado en demostrar lo difícil que es transformar una sociedad que cree más en la ilegalidad que en la ley. La memoria de Falcone y Borsellino es apenas un arañazo en siglos de delincuencia socialmente aceptada. Por último, el espectador español no dejará de preguntarse cuál sería el resultado si esa misma cámara se diera un paseo por las fiestas populares de tantos pueblos del País Vasco donde hoy se rinde homenaje pomposo a los criminales y se ignora el testimonio de sus víctimas. Algo muy parecido.