‘Mundos del fin de la palabra’, el reino del doble sentido de Joanna Walsh

Mundos del fin de la palabra. Joanna Walsh. Traducción: Vanesa García Cazorla. Periférica, 2020. 136 páginas. 15,50 euros.

A la hora de abrir un libro de Joanna Walsh, el lector debe estar preparado para el doble sentido, para la ironía, para el juego, para un mundo ilógico, y para la crueldad. Para un mundo deforme, en el que se juega con la realidad como haría la Alicia de Carroll. Todos los personajes de Mundos del fin de la palabra tienen una rica vida interior, y una nefasta vida exterior. Así que la primera conclusión es que los cuentos, estos cuentos de Walsh, hablan de la incomunicación, de la imposibilidad de comunicar. La paradoja es que la escritora consigue con su literatura una comunicación rica, divertida y cruel, sorprendente por sus posibilidades, ambiciosa en sus objetivos, y artística en el resultado. Eso si, exige un esfuerzo. Pero aquí jugamos con una ventaja: Vanesa García Cazorla ha hecho buena parte del trabajo. Es la sherpa que nos lleva hasta Walsh. Porque la capacidad de jugar y de manejar los dobles sentidos de la autora es tan refinada, tan sibarita, que hay cuentos que están en la frontera de lo traducible. Está claro que ha habido momentos en los que se ha acordado de todo su árbol genealógico.

Walsh y los agujeros negros

«Sí, aquí está todo en silencio, pero todavía pensamos, de un modo que ya no puedes describir». Así son los Mundos del fin de la palabra de Joanna Walsh. Una mujer escribe una carta a un destinatario para explicarle por qué ya no puede seguir escribiéndole. En sus razones se adivina enseguida que el mundo se ha replegado sobre sí mismo. Que es una especie de agujero negro mental, figura cósmica que Walsh utilizará en otro de sus cuentos, La gorda y yo: Joanna Walsh, relato de un humor sarcástico y de una crueldad extrema. Si lo hubiera escrito un hombre hoy estaría en la hoguera de los escándalos.

En otro de estos cuentos, es un niña la que secuestra a un hombre. Es la inversión de los viejos cuentos que advertían a los niños del peligroso mundo de los adultos. El cuento se titula Enzo Ponza, que es el nombre del secuestrado. Un tipo que se adapta con tranquilidad a su nueva vida, sin apenas abrir la boca, sin esbozar una palabra. «Le saqué comida y se la comió, resignado. Mis padres, dentro de casa, me vieron por la ventana, pero no hicieron comentario alguno. Aquella noche lo dejaron tumbarse en el sofá, totalmente vestido. No hicieron preguntas. El tampoco. No intentó marcharse» . Ahí tienen la frase seca de Walsh, corta y dura como tres golpes en la puerta. Y los temas extraños, bizarros, sorprendentes.

Llamadas sin respuesta

Los personajes de Walsh viven en mundos propios, un poco kafkianos, a veces recuerdan a Borges. Por ejemplo en El relato de nuestra nación, donde el narrador promete levantarse al día siguiente para trabajar en el relato de nuestra nación, que será heroico. «También será familiar espectacular patético operístico cómico trágico tragicómico» En Hauptbahnhof la primera persona que narra espera en una estación de Berlín la llegada de una cita que nunca llega. Llama por teléfono pero nadie contesta. Escribe corres electrónicos que no tienen respuesta. Los cuentos están llenos de destellos de ironía como en Femme Maison, relato en el que la casa donde habita la mujer que quería cambiar de vestido, la casa, se convierte en personaje dominante en la última frase del cuento.

Como esos grandes maestros de la ficción que hemos citado, Carroll, Kafka, Borges, y también Cortázar, Walsh mezcla ficción y fantasía, notas autobiográficas y sueños de niña perversa. Busca en los límites de lo absurdo, se inspira en la cosmología o en los diccionarios, y convierte la realidad en una parodia. Esa imagen de espejos cuánticos habita en el interior, los mundos de Walsh son interiores, subjetivos. Y eran intransferibles hasta que ella se decidió a ponerlos en letras sobre el papel. Mi admiración para su traductora, que ha hecho una tarea a ratos imposible.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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