India. Tania Abitbol. Lunwerg editores. 39,50€
«Hay tantas indias, tan diferentes» Es la primera frase de un libro de imágenes. Las mil indias es un texto que introduce al lector en la complejidad de un país que es un continente, con mil realidades, con mil caras. Imposible abarcar su complejidad en un solo tomo de fotografías. Por tanto, la fotógrafa elige su propia India, compuesta por un mosaico de realidades diversas. Una vida no bastaría para abarcar toda India. Incluso una vida de fotógrafa dedicada a Asia. Porque se trata de reflejar «el bullicio ensordecedor que inunda las grandes ciudades, el ritmo sosegado y alegre que impregna el aire del sur, la locura indescriptible que se experimenta al desplazarse en tren, la espiritualidad que reina en los templos y lagos sagrados». El lector tiene en sus manos un libro lleno de belleza, de color, de contrastes, festivo, místico y esencial. Y un libro de fotografía que está a la altura de los grandes del arte de la imagen.
El rostro de India
India de Tania Abitbol es un retrato humano. En las fotos de Tania siempre hay personas. Incluso en aquellas en las que nos cuenta esa luz celestial de un instante en el atardecer a orillas del Ganges, o en alba en algún lugar del desierto. En esas imágenes de paisajes el hombre es pequeño, entregado a la contemplación. Dice la autora en el prólogo que, sin querer ignorar la cruda realidad de la miseria o de la situación de las mujeres, «he tratado de centrarme en la cara bonita y amable… porque la hay y en grandes dosis».
Esta elección de Abitbol para su India nos remite a un debate relevante. La opción de Abitbol es la de otros grandes fotógrafos, como Steve McCurry. Se dejan atrapar por la belleza, su fotografía es un acto de amor, y por tanto de reconocimiento a la diversidad humana y a las formas en las que se expresa. La fotografía no juzga, tan solo intenta captar la esencia y trasladar la fuerza de una estética conmovedora. Fijar el objetivo de la cámara en la miseria sería no ver India sino tan solo la tragedia común de todos a todos los humanos que comparten la condición de parias en Bombay, en Nueva York o en Madrid.
En la senda de Vicente Ferrer
No se trata tampoco, obviamente, de maquillar la realidad. Al contrario. La pobreza se adivina en el entorno de unos hombres que preparan montañas de polvo de colores para una fiesta religiosa, en los trenes atestados, en los enseres de una familia en el desierto de Thar. Pero ante esa realidad, las personas que aparecen en las fotografías de Abitbol exhiben una profunda dignidad, una cordial hospitalidad. India sigue siendo, al menos en Abitol, un país en el que las personas miran de frente a la cámara, con una franqueza que en ocasiones tiene un aire aristocrático, en otras el tono amable y desinhibido de los niños que juegan en la puerta de su casa.
En el libro de Abitbol, el lector percibe el efecto transformador de enfrentarse a una realidad tan abrumadora: «Cada día de cada uno de los innumerables viajes que he realizado a lo largo y ancho de India me ha reafirmado en mi amor por ella, me ha enseñado a ser mejor persona, me ha ayudado a valorar mi vida y a saber respetar la de los demás». Viajar a India es ir al encuentro de una humanidad original, en la que reconocemos la diversidad, las formas innumerables del ser humano. Quizá por eso los beneficios del libro van destinados a la Fundación Vicente Ferrer.
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