En un país empobrecido, sumiso y obediente, no hay mayor satisfacción que la de ver en la cola de las vacunas a una condesa. Esas aristócratas de diamantes ocultos en los pliegues de la papada que el día de la banderita se ponen a recaudar monedas para la Cruz Roja, tienen que pasar ahora por el dispensario para dejarse pinchar. Van perdidas, alérgicas a la disciplina de la fila ¡A la cola!, grita la nueva nobleza populista, ¡que se pongan en la cola!
El espectáculo más apreciado en los tiempos del hambre y los piojos es ver caer de su pedestal a las duquesas, verlas esperar en la fila, con un cacillo de aluminio en la mano, el reparto de la sopa estatal. Todos iguales en nuestra miseria. Algunos se conforman con esa estampa, dicen que es ejemplar. No hay mal gobierno, tan solo caraduras que se saltan la cola.
La vacuna ya es como el porno en tiempos de la dictadura, que había que ir a ponérselo a Perpignan
Elena y Cristina, que fueron infantas cuando eran meninas, se han vacunado en un país donde las mujeres no enseñan el brazo si no es por motivos sanitarios. Elena y Cristina fueron a ver al emérito, y se pusieron la vacuna sin caer en que ese pinchazo iba a ser utilizado por el pérfido Redondo para quitarle presión a Sánchez y darle un juguete al de Galapagar.
En un país empobrecido, sumiso y obediente, nadie se queja de que haya colas, las colas del hambre, las colas del socialismo que reparte miseria y propaganda, sino de que dos señoras se han saltado el orden arbitrario de un reparto de vacunas deficiente, torticero, y caótico. Ni siquiera celebran que le hayan ahorrado a la sanidad pública dos dosis.
Hemos hecho unas cuentas. Con el dinero despilfarrado en la gestión de esta crisis sanitaria podríamos haber enviado a todos los ancianos de España a Abu Dhabi a ponerse la vacuna real. Pero es más útil tener un país en fila esperando su turno, un eterno esperar que prolonga el estado de alarma, con la esperanza de la comunión de la vacuna. La vacuna ya es como el porno en tiempos de la dictadura, que había que ir a ponérselo a Perpignan: una cuestión de libertad. Hay mucho indignado, mucho ofendidito. Me van a permitir, sin embargo, que muestre mi agradecimiento a las señoras, por habernos enseñado el camino.