Voces del siglo de oro español. Cuando España era el centro del mundo. José Ignacio Peláez Albendea. Editorial Rialp
Volver al siglo de Oro, a Cervantes, a Lope de Vega, a Quevedo. Es un regreso cotidiano. Aquella época dorada de las letras españolas, con sus luces y sus sombras, está presente en nuestra lengua, porque creó una onda expansiva que no cesa, que se reitera, y a la que pocos momentos de la cultura española han hecho sombra. No se trata, dice el autor, de regresar a un pasado por nostalgia. No es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor, “ese tiempo ya pasó y no volverá, y la nostalgia que paraliza y fosiliza no es un buen método para afrontar los retos del presente”. El autor reconoce en el prólogo que en el siglo de oro y en sus escritores buscamos información, sabiduría, inspiración, en sus hallazgos, que son universales, “que perduran en el tiempo. Y también para evitar sus errores y procurar no repetirlos”.
De Manrique a Góngora
El siglo de oro es ancho y extenso. Afirma el autor que se detendrá tan solo en unos pocos. Pero la nómina de los escritores analizados, evocados y comentados, da para un tomo de cuatrocientas páginas. No se asuste el lector. Se trata de un libro que se puede abrir por cualquier capítulo. Todos, espero, hemos oído hablar de Garcilaso, de Lope de Vega, de Juan del Encina, de Vives, de Boscán.
Del Encina fue un antecesor, como lo fue Manrique, en cuyas Coplas a la muerte de mi padre aprendimos a utilizar el gerundio, ese tiempo verbal tan particular. José Ignacio Peláez tiene además el acierto de incluir entre los autores tratados a los santos, a san Ignacio de Loyola, “ una de las personalidades más universales que la historia conoce”, o Juan Luis Vives, por el que comienza este libro erudito, ameno, profundo y lleno a la vez de grandes historias y de grandes obras.
Los tres grandes profesores
Otro de los puntos interesantes de esta obra es que profundiza en la identidad católica de todos los autores, sin la que su obra no se puede entender. No solo están los grandes autores espirituales, San Juan de Ávila, Fray Luis de Granada y Santa Teresa de Jesús, sino también los “tres grandes profesores de la época”, Francisco de Vitoria, Melchor Cano y Domingo de Soto. Sin Francisco de Vitoria, “hombre docto en todas las humanidades” es imposible entender la renovación teológica, o las aportaciones, revolucionarias, al derecho internacional.
El libro se detiene en la vida y en la obra de cada autor, en Juan de la Cruz y en Fray Luis de León, en Miguel de Cervantes, en Góngora, en Calderón, y en el genial y atormentado Quevedo. Peláez termina el libro con un apunte crítico que lamenta el gran desequilibrio entre el progreso científico y material y el escaso progreso espiritual que ha producido “generaciones de seres indolentes, exigentes e insatisfechos, a los que se les ha dado todo hecho y solucionado”. De los autores del siglo de oro podemos aprender que “supieron afrontar los problemas de su tiempo, no menos graves que los nuestros, construyendo con sus decisiones libres una cultura cristiana que dio frutos muy fecundos, de la que seguimos bebiendo en muchos aspectos”.
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