Aforismos sobre la sabiduría de la vida. Arthur Schopenhauer. Traducción de Carlos Javier González Serrano. Prólogo de Ramón Andrés. Epílogo de M. Pérez Cornejo. Hermida editores.
Nosotros somos los que padecemos, el mundo es el que está mal. Schopenhauer, que era un tipo de un mal carácter célebre, defendía que la razón nos permite desmontar la falsedad del mundo, las trampas de la voluntad, que nos llevan a querer sin parar en una vorágine circense en la que el hombre se pierde. Es un filósofo de una claridad meridiana. Se le entiende todo, y no tiene esa pulsión de algunos filósofos de querer oscurecer lo que ya de por sí es oscuro. Escribe muy bien, y el lector de ensayo o de filosofía lo agradece. Y habla de todo. Fue uno de los primeros en hablar de sexualidad, del arte de relacionarse de los demás, de las seducciones del amor, de las trampas de la sensualidad, de la vida social, o de las mujeres. No era precisamente un feminista.
En algunas ideas, expresadas con vehemencia, Schopenhauer nos puede parecer un misógino y hasta un racista. Pero eso son solo detalles accesorios en un pensamiento que bebe del oriente. Fue uno de los primeros en incorporar el pensamiento oriental, que conoció a través de las primeras traducciones de las obras del budismo y otras corrientes que proponen la aniquilación del deseo.
Dice Schopenhauer que la primera tarea de la educación es descubrirles a los jóvenes la falsedad del mundo. «La mayor parte de cuanto se tiene por extraordinario y maravilloso es mera apariencia, al igual que el decorado teatral, y carecen de esencia». La alegría nunca está en las fiestas de sociedad, porque es el único invitado que no ha acudido a la fiesta. En esas fiestas, la finalidad es hacer pensar a los demás que allí tiene lugar la alegría, «la meta es crear la ilusión en la cabeza de los otros».
Al leer estas páginas de esta edición de los Aforismos, uno no puede dejar de pensar en la apariencia que crean las redes, en especial Instagram, esa red en la que las más influyentes estrellas se esfuerzan en decir que detrás de su teatro hay una vida auténtica. Uno se explica también, al leer de nuevo los Aforismos, que Schopenhauer sea un autor leído, no por la filosofía académica, a la que despreciaba, sino por los que están al margen de la filosofía.
En especial por escritores (Borges, Mann, Freud, Conrad o Baroja) por artistas, por gentes a las que les gusta pensar por sí mismas. El desprecio a la filosofía académica de su tiempo es proverbial. Se manifiesta en desprecios que habrían justificado un duelo, si no fuera porque Schopenhauer también atacó en estas páginas la bárbara costumbre de limpiar el honor con la sangre ajena.
Todo es apariencia en este mundo, y contra esa apariencia, Schopenhauer ejerce la tarea del filósofo demoledor, tarea que continuará Nietzsche: «el mundo es una obra miserable, una ópera mala, sin interés, que se sostiene gracias a las máquinas, a los disfraces, al decorado». La sotanas son el disfraz de la falsa devoción y la sabiduría brilla por su ausencia en las cátedras.
Schopenhauer busca la felicidad en la conciencia, el único lugar donde la vida es propia y auténtica. Cualquier actividad intelectual le dal al espíritu que la alberga una felicidad que no encontrará en la vida real, sujeta siempre a cambios, molestias, golpes y fracasos. «Bastarse a sí mismo, ser para uno mismo todo en todo y poder decir «todas mis cosas las llevo conmigo» es, ciertamente, la cualidad más favorable para nuestra felicidad». La felicidad, dice Aristóteles, es la cualidad de quien se basta a sí mismo.
Extraído como fragmento del Parerga y Paralipómena, este libro de Aforismos del llamado Buda de Frankfurt es un relámpago, un libro que leído en la juventud te dará, lector, una visión lúcida de la vida, transida de pesimismo sabio. Y repasada en la madurez, te permitirá leer el mundo actual, el de Meta, el de Instagram y otras apariencias, con la clara visión de quien contacta con la vida e identifica las falsas apariencias como un juego en el que se pierden las voluntades, en una carrera permanente por el reconocimiento, el aplauso ajeno, el like mnultitudinario. Por cierto, como se comprueba en Aforismos, Schopenhauer fue un gran lector y conocedor de la literatura española, en especial de Calderón, de Cervantes o del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán.
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