El poder del perro (Netflix) comienza con una escena clásica en el oeste americano: el traslado de un gran rebaño de ganado. Viajan por el Oeste, en paisajes agrestes, de grandes llanuras vacías y colinas nevadas. Es Montana, en el norte de Estados Unidos, pero está rodado en Nueva Zelanda. El rancho es propiedad de dos hermanos. Dos mundos. Uno de ellos, George (Jesse Plemons) es tranquilo, aseado, culto, callado. El otro, Phil Burbank (Benedict Cumberbatch) es un vaquero duro, de mirada de lobo, agresivo, sucio. Estamos en los años veinte del siglo pasado (1925). El genero es el western, pero solo en apariencia. El poder del perro es una película de trama psicológica en la que Jane Campion juega con la ambigüedad y la sorpresa.
El poder del perro es también el regreso de Jane Campion. Fue la primera mujer que ganó una Palma de oro en Cannes. Ha pasado diez años de trabajo exclusivo para la serie Top of Lake, y ahora vuelve con una historia en la que regresan también sus temas: el deseo sexual, el poder, la violencia. El poder del perro nos recuerda a las novelas del naturalismo. El contexto es duro, el paisaje es bello y a la vez agresivo. Las sombras de la montaña esconden un perro que ladra, y vemos a Phil castrar cientos de terneros con sus manos desnudas. Frente a ese derroche de testosterona, la historia nos presenta a Rose, viuda de un médico suicida y su hijo Peter, un delgaducho afeminado.
El poder del perro lleva a la pantalla una novela escrita por Thomas Savage, que le dio la vuelta al género del western. ¿Cómo lo hizo? Simplemente imaginó que detrás de los duros vaqueros que se revuelcan en el rodeo con caballos salvajes hay un alma diversa. La franca camaradería con otros duros vaqueros es el lugar perfecto para desarrollar una homosexualidad vestida de vigor masculino. Y así el relato juega con los estereotipos. Phil no se baña nunca, huele a establo y se baña desnudo en el río después de embadurnarse de barro. Su hermano George regala a Rose un piano para escuchar algo de música en este páramo en el que solo suenan el viento y los relinchos de los caballos. George ha estudiado lenguas clásicas y viste en casa como lo haría para visitar un banco o la iglesia en Boston. Un tipo impecable.
La tensión se dispara entre ellos cuando George comienza a frecuentar la fonda de Rose. Y llega al paroxismo cuando se casa en secreto con ella. Pero la violencia con la que se va a purgar esa falta no se muestra, está oculta. En la película hay un juego permanente de silencios y miradas que pone a prueba la talla de dos grandes actores. Aquí por tanto hay otros géneros. Estamos en un western que tiene de western tan solo el escenario, los caballos, las vacas, las sillas de montar. Estamos ante un thriller psicológico. Nada es lo que parece, y los dos polos de la tensión entre Phil y Peter esconden personalidades diferentes a las que parecen. El espectador sentirá pronto la cercanía piadosa hacia la víctima y el rechazo del violento y agresivo Phil.
Estamos, por todo esto, ante una película que contará mucho en los Oscar. Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst y Kodi Smit-McPhee tienen papeles estelares que ejecutan con una riqueza de matices extraordinaria. Cumberbatch está quizá en el mejor papel de su carrera. Conforme avanza la película se muestra más frágil, abre su caparazón de hueso para revelar un alma sensible a los afectos. Ese juego se desarrolla tan solo con miradas y pequeñas variaciones en el rostro. Y Kodi Smit-McPhee, hace de Peter un personaje desconcertante, débil en apariencia, un afeminado en un mundo de rudos vaqueros que pondrá toda su inteligencia, mucha, en la venganza.
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