La peste escarlata. Jack London. Traducción e introducción de Jesús Isaías Gómez López. Colección Isla Negra. Editorial Visor
Jack London escribió La peste escarlata en 1912. Y la situó en un lejano, entonces, año 2073. La cifra nos indica la percepción que el escritor tenía sobre la fortaleza del progreso técnico y humano. Basta un pequeño germen para derribar todo el edificio de la civilización. No solo la fe en la ciencia, no solo las instituciones, también el lenguaje, la literatura, cualquier atisbo de cultura. Es el regreso al estado natural, a esa vida solitaria, pobre y áspera que Hobbes describiera con adjetivos certeros cuando imaginó cómo era el devenir humano antes de que entregáramos el monopolio de la violencia a esa creación cultural que es el Estado. London sigue en esta novela esa corriente de su literatura que pone al hombre en situaciones extremas.
La peste escarlata es una novela corta en la que se describen las consecuencias de una peste originada en Inglaterra. Los primeros contagios se detectan en 2013, es decir, un siglo después del momento en el que London articula el relato. El brote es tratado con un férreo secretismo, algo así como la política que los chinos aplicaron a los primeros casos de Covid en Wuhan.
Un pequeño grupo de humanos, encabezados por el mayor, el «abuelo», deambulan en el comienzo del relato, acosados por los osos, temerosos de la aparición de los lobos. Los humanos han quedado reducidos a pequeñas tribus sin contacto entre ellas. La naturaleza ha impuesto su ley implacable. La civilización fuerte y soberbia antes de la aparición del germen, ha quedado pulverizada en unas décadas, convertida en ruinas, apenas un incomprensible recuerdo en la mente de un viejo al que los jóvenes no entienden cuando explica la vida del tiempo anterior a la peste.
London organiza La peste escarlata como un relato del abuelo, el narrador, a los jóvenes que le acompañan. La escena inicial y la final transcurren en el mismo paisaje: un talud al lado de una vieja vía de tren por la que hace muchas décadas que no transita ningún convoy. La vida estos seres errantes transcurre en un mundo posterior al apocalipsis. «Donde en otro tiempo se divertían cuatro millones de personas se pasean hoy los lobos, y la salvaje progenie de los leones de nuestros históricos escudos de armas se ve obligada a defenderse de los colmillos de los animales de presa. ¡Quién lo había de decir! Y todo a consecuencia de la Peste Escarlata».
El Abuelo es James Howard Smith. Un día fue profesor de literatura. Formaba parte, por tanto de la élite cultural. Encarna la memoria, y despliega un relato que se dirige al lector, porque ni Edwin, ni HU-Hu ni Cara de Liebre, que le acompañan, pueden descodificar los términos que el viejo utiliza para nombrar las cosas de otro tiempo. Smith les cuenta a sus nietos cómo sobrevivió y de qué modo la barbarie se convirtió en el único modo se salir adelante en un territorio salvaje. Hay muchas dosis de darwinismo en el relato de London. El estado de naturaleza salvaje ha permitido que los más fuertes, los más brutos, sobrevivan y dominen al resto. La tribu del Chófer, en otro tiempo en la base de la escala social, somete a los hijos de la élite económica y cultural.
Al lector le resultará muy interesante el estudio preliminar de Jesús Isaías Gómez López, de la Universidad de Almería, en el que además de desmenuzar los sentidos y significados de la novela, la pone en relación con el resto de la literatura pandémica de buena parte del siglo XX. Bradbury, Huxley, Poe, están entre los autores que han narrado pandemias y han imaginado sus consecuencias. Para Gómez López el de London es el planteamiento más certero, porque imagina que la naturaleza es la que derrota a la ciencia. En La peste escarlata, la ciencia ha desaparecido, y solo queda la brujería. Es inevitable pensar que los grandes desafíos a la humanidad, como el Covid, resucitan el viejo recurso humano, primitivo, a los chamanes y a la superchería. «Nos creemos ilustrados, sabios, poderosos y previsores, cuando en realidad somos seres totalmente indefensos y a merced de los elementos», escribe Gómez López.