Paraíso. Abdulrazak Gurnah. Traducción de Sofía Noguera. Editorial Salamandra
Una de las virtudes del Nobel de literatura es la descubrirnos tradiciones literarias, ramas de la literatura desconocidas para nosotros, lectores occidentales. Cuando algún pequeño editor apuesta por obras culturalmente lejanas, suelen tener una vida precaria, con ventas raquíticas. Apenas unos pocos lectores, y algún académico interesado en la narrativa de escritores remotos. El Nobel sirve como aldabonazo. En el caso de Gurnah, al Nobel hay que agradecerle el descubrimiento del autor de Paraíso, que es una gran novela. Un autor que vive entre nosotros, porque su residencia está en Londres, y su ámbito académico es la Universidad de Kent.
Paraíso es un viaje. La novela si sitúa en el África oriental, en esa región de la que forman parte Tanzania, Kenia, la isla de Zanzíbar. El marco cultural de esa zona es un cruce de religiones animistas, musulmanes lectores del Corán e indios. El suajili y el árabe son las lenguas que predominan. De las dos vienen tradiciones, modelos narrativos que remiten a Las mil y una noches, al Corán, a los clásicos del hinduismo. Espíritus, hechizos, sueños poblados de perros, forman la atmósfera de fantasía irreal en la que en algunos pasajes entra la novela.
En Paraíso apenas hay paraísos. Tan solo atisbos: un edén de agua y vegetación que se repite en los relatos que se intercambian los que viajan, el huerto que cultiva Yusuf en la casa de su «tio» Aziz. Anhelos. Nada más. El resto es pobreza y miseria, una naturaleza hostil: mosquitos, cocodrilos, serpientes, plantas espinosas que convierten la carne en una piel de sangre.
Gurnah no tiene una visión idílica de los tiempos anteriores a la colonización. Al contrario. Los niños se cambian por dinero, los enfermos se encierran en el cuarto oscuro. El contexto que dibuja la novela en algunos pequeños detalles nos sitúa en el periodo anterior a la I Guerra Mundial. Alemanes implacables, de piel cruda y sudorosa, son los nuevos amos. Pero apenas aparecen. Son tan solo un eco que llega como una amenaza, que se concreta al final del relato. Forman un estado nuevo. Un concepto hasta ese tiempo desconocido. Paraíso nos hace entender la tragedia africana, la causa, el origen y los sentimientos de los refugiados.
Paraíso es un viaje de iniciación. El narrador comienza por el niño: «Empecemos por el niño», es la primera frase del libro. Yusuf tiene apenas siete años cuando su padre lo entrega al comerciante Aziz en pago de una deuda. Viaja con Aziz y pasa a formar parte de sus esclavos. Junto a Khalil, otro muchacho entregado en prenda por un préstamo impagado, atienden el mostrador del comercio de Aziz, que organiza caravanas para llevar azadas y telas a las tribus del interior.
Yusuf va de mano en mano. Pronto será entregado a un socio de Aziz, para que le ayude en sus asuntos. En casa de Hamid, Yusuf descubre los primeros brotes de la excitación erótica, aprende a leer, frecuenta la mezquita. Aziz le llevará más tarde en uno de sus viajes, que resulta ser una sucesión de robos, desgracias y violencias. La fuerza del colono alemán comienza a manifestarse de una forma más patente. A su regreso, le esperan a Yusuf nuevos descubrimientos. Su conciencia se va abriendo a una realidad desconocida. Uno de los rasgos de Paraíso es el ritmo con el que la mente de Yusuf se va abriendo al temor, la belleza, la religión, el dolor y el deseo.
Gurnah despliega ante el lector, a través del viaje de Yusuf, buena parte de la complejidad de un contexto, el del África oriental. Territorios con fuertes vínculos con India, con Arabia, con la China, lazos muy fuertes que formaban la trama de una cultura anterior al colonialismo europeo. Gurnah pertenece a la generación que ha vivido en su propia carne los procesos de independencia, la creación de estados-nación muchas veces arbitrarios, que pusieron fronteras en una diversidad política, cultural y religiosa muy rica.
La escritura de Gurnah es clara, de una aparente sencillez, se apoya en diálogos frecuentes y en imágenes que rozan lo fantástico. Yusuf terminará su viaje en Paraíso con el comienzo de otro. Cuando ve desfilar delante de la casa de Aziz a una columna de soldados, capitaneados por un militar de rostro cadavérico, la visión de unos perros a punto de devorar los excrementos que ha dejado la tropa le empujará a seguir al ejército occidental. Metáfora de un camino amargo: la huida del que será siempre un refugiado, un expatriado, que escapa del viscoso abrazo de la cobardía. Su futuro convertirá su memoria en un paraíso, por muy desgarradora que fuera su vida. La fuga le alejará de ese edén que es tan solo un sueño, un deseo compartido que los personajes de Paraíso se intercambian en sus conversaciones en torno al fuego.