Es un enigma. Una vida oscura, un trabajo de cuidar niños, una existencia que se apaga y desaparece, «como las lágrimas en la lluvia» que dijo aquel personaje de Blade Runner, el actor que se fue estos días, como recuerda otro artículo de este Fanfan, casa de acogida de tantos apasionados y de algún canalla.
Maier vivió una vida oscura. Al menos imaginamos que no fue muy brillante. Al morir dejó unas cajas, algunos efectos personales, todo arrumbado en un almacén donde estuvo varios años, hasta que llegó un día la subasta, porque el arrendatario no pagaga el alquiler. ¿Quién paga por algo que no se sabe lo que es? Alguien pujó, abrió las cajas, y encontró las fotos, cientos, miles de fotos, y algunos carretes sin revelar. 120.000 negativos son muchos. Hacen falta muchos dólares de la paga de niñera para emplearlos en comprar los rollos, pagar los líquidos de revelado, y abonar las copias. Da la casualidad de que la persona que se llevó aquel almacén de trastos viejos era un hombre de cine, John Malloof.
El ojo discreto
Fotos todas tomadas con una Rolleiflex en los días de descanso. Nada más sabemos de ella. De ahí la tentación de hacer una leyenda de los largos ratos oscuros, alternados con el parpadeo del ojo de la Rollei, cámara bióptica: un ojo como visor, el otro como fotógrafo. A partir del descubrimiento, en 2007, se empezó a rastrear su vida: un padre alcohólico, y una madre que no se ocupaba de Vivian. Pasó sus primeros años entre los Estados Unidos y Francia. La madre era francesa. Trabajó en Chicago con una familia de apellido Grensburg. Su cometido era cuidar niños. Las horas muertas vigilando criaturas en el parque. Y de mirar pasó a hacer fotos con una cámara que compró en 1952. Luego se interesó por el cine: rodó en super ocho.
Sus temas están en la calle: retratos, autorretratos, escenas de la vida cotidiana, transeúntes. Algunas son destellos de genialidad. Podría haber sido una fotógrafa profesional, pero se limitó a cuidar pequeños hasta que su vida laboral se extinguió. Vemos su rostro reflejado en escaparates. Su mundo es mirar y disparar. No hay en su vida ningún rastro del afán exhibicionista de nuestro tiempo: todos hacemos fotos para que las miren otros. Uno imagina sus días libres de trabajo, su búsqueda por las calles de Chicago, luego de Nueva York, para reunir un pequeño tesoro de imágenes para sí misma. Y uno se pregunta, ante uno de los grandes misterios de la fotografía contemporánea, ¿por qué se quedó ahí hasta que el alguien descubrió los negativos? ¿por qué ese resignarse a mirar y a cuidar niños? ¿por qué ese silencio de Maier que nos empuja a llenarlo con nuestra imaginación.
Escribo sobre Maier porque en la Tabakalera de San Sebastián se ha abierto una exposición que estará ahí hasta el 20 de octubre, antes de viajar a otras ciudades de Europa. Reúne 135 fotografías.