Mito y revuelta. Fisonomías del escritor reaccionario. Ernesto Hernández Busto. Editorial Turner Noema.
Parte Hernández Busto en este Mito y revuelta de lo incómodo del lugar en los mapas culturales de nuestro tiempo del «intelectual de derechas». Una imagen borrosa, una bruma que limita con la ignorancia y la censura. Y sin embargo, el espíritu reaccionario persiste, se rebela: «ese conato de rebelión nace, en realidad, de la impotencia, del abismo entre querer y poder: el Gran Reaccionario padece siempre el sabor amargo de una derrota que se le figura no exenta de nobleza». Mito y revuelta es una invitación a repensar el lugar de los escritores reaccionarios, a la luz de dos escenarios primordiales, la batalla entre la civilización y el espíritu profundo del pueblo, el Volkgeist, y el Estado, que observado sin anteojeras morales «resulta a veces un catálogo de religiones turbias y síntesis espectrales».
En Mito y revuelta no están todos los que son, pero sí los eminentes: Ernst Jünger, Ezra Pound, Montherlant, el mexicano Vasconcelos, Ernesto Giménez Caballero o Louis-Ferdinand Céline. Escritores antimodernos, algunos idolatrados, otros excesivos hasta la comicidad, algunos fascinantes. Piensen en el Céline que vuelve una y otra vez a la escena francesa. Ahora con Guérre, esa primera obra de lo que iba a ser una trilogía.
¿Quién se cree que la maleta que contenía los manuscritos de Céline, con fotografías y más de cinco mil páginas ha estado oculta por un azar? ¿Qué ridículo editor ha llamado a esto, en Le Monde, un milagro? Ese ocultamiento de Céline, de una novela que tiene el vigor y la fuerza del mejor escritor francés del siglo XX, comparece setenta años después de su escritura. ¿Cómo no ver en esa maniobra la prueba de lo que afirma Hernández Bustos?
El primer combate de este libro es contra la simplificación, contra los estereotipos. Todos los que comparecen para la autopsia de Hernández Bustos tienen en común algunos elementos: son atimodernos, enseñan el lado oscuro de la modernidad o de la revolución, recurren al mito, y mantienen una relación de amor y odio con lo judío. ¿No dijo el más virulento antisemita de los que forman esta galería, Céline, que era el «más judío de los judios»?
En Mito y revuelta se produce esa perplejidad contradictoria del intelectual, que duda en regresar al mito con su temporalidad cíclica o abrazar la revuelta para recuperar la libertad. A la hora de acotar la nómina de reaccionarios, Hernández Bustos ha explicado en alguna entrevista que tuvo tentaciones de incluir a Roberto Calasso. Anotar al italiano le habría provocado convulsiones a Jorge Herralde, que en alguna reciente entrevista untada de desmemoria ha dicho que nunca dejó pasar en Anagrama a ningún escritor de derechas. Se ve que Tom Wolfe, que tantos réditos le dio, está entre las izquierdas, sobre todo la nueva izquierda woke y queer. ¡Lo que tenemos que leer!
En el fondo, desde Rozanov hasta Giménez Caballero, los reaccionarios responden a la pregunta de si es posible la libertad en un mundo condicionado. Todos los escritores que comparecen en esta obra «navegaron contracorriente del espíritu de su época porque tenían otra idea de la temporalidad. Una concepción que había dejado de encarnar en la política para filtrase en lo literario». Y quizá sea esta la razón de la persistencia del espíritu reaccionario, el desechar la temporalidad del llamado progreso, la encarnación de un tiempo que es, a la vez, pasado y presente.
Mito y revuelta es un libro fundamental para comprender la historia intelectual del siglo XX, porque tiene presente la dimensión espiritual del hombre, el rol de lo sagrado, y la aventura de los caminos intelectuales que han desafiado los grandes ideales sociopolíticos y que han resistido a la implacable apisonadora del progreso.