Caza mayor. Salir en la foto con Borges, Cioran, Bashevis Singer o Piglia. Ben Amí Fihman. Demipage.
Terminada la lectura de esta hoya literaria, en muchos sentidos, el lector solo puede celebrar que la intelectualidad venezolana se abra un sitio en las librerías españolas y en las editoriales que proponen su lectura. Di con Caza mayor en un paseo por mi proveedor habitual de libros en papel. Me llamó la atención la cubierta: por la tipografía, un punto brutal y antigua, y por la foto de Jesse Fernández que compone su portada: un Borges que en la sombra mira a su interlocutor con la cabeza alta, y tres figuras que parecen flotar en la sombra de un cuadro de Caravaggio. A Ben Amí Fihman lo habíamos visto en alguna entrevista de televisión, y poco más. Fue entrar en su mundo y no salir sino con hambre de más, de mucho más. Inteligente, culto, un dandy de las letras, ha compuesto un libro que es en parte biografía, en parte peripecia intelectual, a ratos crítica, siempre deudora de las imágenes de Fernández o de Vasco Szinetar (suya es la de portada de este artículo), y en toda página monumento de prosa barroca. Un festival.
Ben Amí Fihman forma parte de la clase intelectual venezolana, comunidad judía educada en Paris y en Estados Unidos. Escritor de relatos y cuentos, novelista, diplomático breve con misiones en Paris y en Bogotá, y periodista cultural y gastronómico en El Nacional (sus célebres Cuadernos de la gula son una antología de la crítica gastronómica), Fihman ha reunido en este tomo la historia de tres entrevistas. Con Borges la primera, con Emile Cioran la segunda y con Bashevis Singer la tercera. Pero lo más relevante de esos tres relatos no son las conversaciones con los tres escritores, sino el contexto en el que se produjeron y la peripecia que llevó a Fihman hasta ellos, y el análisis de su obra que va descargando su espíritu crítico, su conocimiento de la literatura, el contagio, también, que le provoca la familiaridad con esos tres colosos de las letras.
Fihman tiene una prosa barroca, repleta de referencias, exuberante de anécdotas, detallista y minuciosa en las descripciones de personajes, situaciones, momentos. Divertida, chispeante, irónica. Recuerda con detalle las personas que pasaban frente a la casa de Bashevis Signer el día que llegó para una entrevista. Anota con precisión las complicidades que le llevaron a mantener una charla con Borges en una librería de Nueva York a finales de 1969, y las ocasiones en que traspasó el umbral de la buhardilla donde vivía Cioran. La prosa de Fihamn es un borbotón, es torrencial, es excesiva, es un rio de historias por el que navegan artistas y escritores, como Jesse Fernández, dibujante y fotógrafo.
O ese José Antonio Arcocha que se convierte en el personaje principal de la entrevista con Borges: «actuó de simple y desinteresado mensajero aquel día. Era un treintañero cubano, poeta, pero de carácter rudo, que atendía en exclusiva la sección de libros en español de Rizzoli». Un solterón que aparece en la izquierda de la imagen de Jesse Fernández, mientras se toca la nariz con el índice izquierdo.
Ben Amí Fihman desnuda algunas de las trampas de Borges, las ambigüedades de sus respuestas, el juego de ocultarse en las entrevistas. Fihman da voz a Norman di Giovanni, el secretario americano de Borges, autor de Georgie & Elsa, para quien el escritor es tan solo «el representante de una clase estanciera venida a menos, inerme descendiente de los aguerridos próceres de la independencia. Y en el plano de la literatura, limitado a unas pocas astucias, cristalizadas en la apropiación de una prosodia anglosajona, transvasada de contrabando a la prosa castellana».
Cada conversación es un pretexto narrativo. Y Fihman llega al meollo por caminos sorprendentes. En el caso de Cioran convoca a Ricardo Piglia, y la sosprecha de que ha utilizado su entrevista con el autor rumano para armar una parte de aquella Respiración asistida, novela hecha de citas, del argentino.
Cioran, al que define como «misántropo afrancesado, budista desconfiado, extremista de la duda, nostálgico de la nada, hipocondríaco del ser, huérfano de dios en éxtasis». «Soy el secretario de mis sensaciones», confiesa. Con Cioran, Fihman tiene una conversación larga, mientras Fernández le roba fotos. A Cioran, que no daba entrevistas a los franceses, le tienta un texto largo en la revista Eco, que Fihman le muestra, como un anzuelo. El rumano habla en su buhardilla de la calle Odéon. Detalla su afición por las biografías «siempre es interesante ver cómo termina una existencia».
La tesis de Fihman es que una buena parte de la obra de Cioran está construida para ocultar su pasado nazi, el encargo del gobierno rumano de convetirlo en un delegado diplomático ante del gobierno de Vichy. La tercera, con Bashevis Singer, ocupa apenas unas páginas del capítulo final, en el que Fihman relata el cáncer de hueso que le llevó a una clínica de Nueva York, la amenaza de amputación de du pierna izquierda, la quimioterapia, la convalecencia, el impulso de escribir un libro de relatos eróticos. Y sí, también una interesante conversación con Singer, con el que contacta en un homenaje a Henry Miller, que acaba de morir. Humor, ironía, erudición, gentes, anécdotas, artistas, escritores, fotógrafos, el ambiente intelectual de Nueva York y París, en la pluma de un iconoclasta, un sibarita de la cultura, del vino, de la gastronomía, de las mujeres, de las letras. Una joya.